Se
calcula que actualmente existen más de cien mil sustancias químicas diferentes
sintetizadas en laboratorios. Al menos el 10% de ellas son de carácter tóxico,
tanto para la salud de personas y animales como para el medio ambiente en
general. Se diría que es el precio del progreso, el inconveniente que hemos de
sufrir a cambio de diversas comodidades y un pretendido bienestar que acaso
convendría revisar.
En
concreto los llamados disruptores
endocrinos son sustancias capaces de alterar el equilibrio del
organismo, así como el desarrollo embrionario. Son por lo tanto, embriotóxicos.
Generalmente actúan suplantando el lugar de las hormonas naturales o bien
bloqueando el acceso de estas a las células donde deben ejercer su función. El
concepto deriva del inglés Endocrine Disruptor
Chemical, y fue acuñado durante la conferencia de Wingspread celebrada en
esa localidad estadounidense en 1991.
Los
disruptores endocrinos están presentes en multitud de productos y objetos
domésticos e industriales. Son causantes de varias enfermedades y trastornos.
El catálogo de estas sustancias es muy amplio, comprende desde productos
químicos sintetizados artificialmente en industrias y laboratorios (la
mayoría), hasta sustancias que si bien se encuentran en el medio natural, nunca
se habían explotado ni utilizado hasta que han sido extraídos para usarse por
la industria en diversas aplicaciones.
Pueden encontrarse en juguetes, jabones, productos cosméticos, tejidos y un largo etcétera. Hoy día son omnipresentes, y lo que los hace más peligrosos es que resultan invisibles. Estamos expuestos a ellos a través de la piel, al utilizar ciertos cosméticos por ejemplo, por vía respiratoria, digestiva, y hasta endovenosa ya que están también presentes en determinadas sustancias y preparados de uso hospitalario. Se vinculan con alteraciones de los sistemas nervioso, inmunitario o reproductor, entre otros, y son capaces de causar enfermedades como:
· Perturbaciones neurológicas y/o conductuales:
déficits de atención, hiperactividad, trastornos neurodegenerativos como el
Parkinson y otros parkinsonismos.
· Afecciones de la salud reproductiva:
pubertad precoz o disminución de la fecundidad en mujeres; infertilidad o merma
de la calidad del semen en hombres.
·
Problemas cardiovasculares.
·
Alteraciones metabólicas: obesidad o
diabetes.
·
Síndrome de sensibilidad química múltiple…
Conforme
nuestra sociedad industrial y postindustrial se ha ido desarrollando, el
universo químico que nos rodea se ha vuelto cada vez más variado, variable y
complejo. El progreso permite que podamos acceder a importantes avances
científicos y tecnológicos, pero lamentablemente debemos pagar un precio por
ello en forma de riesgos para la salud. El daño se agrava porque casi siempre
la detección de trastornos y enfermedades se produce años después de utilizar y
convivir estrechamente con las sustancias y productos causantes. Acaso no
tengamos más remedio que plantearnos como sociedad si realmente merece la pena
pagar un elevado precio en salud por un progreso tecnológico que cada vez se
produce con mayor velocidad y experimenta un desarrollo exponencial.
El
profe Bigotini no parece tener respuesta a semejante dilema. Por una parte, es
un enamorado de la ciencia a quien brillan los ojos cada vez que escucha la
palabra progreso. Por otra, es cada
vez más un viejo chapado a la antigua que no aspira ya sino al cariño de las personas
que quiere y a alguna ocasional cervecita.
Las tetas son lo único a lo que los hombres permanecen fieles toda su vida. Las agarran nada más nacer, y ya no las sueltan hasta que mueren de viejos. Jardiel Poncela.
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