El ADN es la llave de la vida. Fijémonos en la molécula de ADN. Esta maravilla
está presente en los núcleos de todas y cada una de las células de cualquier
ser vivo. Es el elemento que hace que todos y cada uno de ellos, desde la
bacteria más sencilla al animal o a la planta más complicados, seamos únicos e
irrepetibles.
La doble espiral es una especie de
tren interminable formado por una serie de vagones llamados nucleótidos. Los
nucleótidos se construyen mediante la combinación de cuatro bases nitrogenadas:
adenina, timina, guanina y citosina, que suelen designarse por sus iniciales
(A, T, G, C). Son como ladrillos, o mejor aun, como piezas de un puzzle, que
encajan siempre por parejas, A con T y G con C. Esta sorprendente capacidad de
encaje hace posible el milagro de la perpetuación de
Un nucleótido aislado no es capaz de
hacer gran cosa, es como una sola palabra en un texto. Sin embargo, juntos
forman largas frases, comboyes de vagones a los que conocemos como genes. Y los
genes… ¡amigo, los genes si que funcionan de verdad! Igual que un capítulo del
Quijote contiene humor, reflexiones, enseñanzas y qué se yo cuántas cosas, un
gen contiene instrucciones para hacer que podamos digerir la leche, que
tengamos los ojos verdes, que lleguemos a ser concertistas de piano, o que la
diñemos a los catorce años de una leucemia. Sirven para muchas cosas a la vez,
para lo bueno y para lo malo.
Hay quien sostiene que son los genes
los auténticos protagonistas de
La clave de todo este asunto está en un gen del cromosoma catorce, concretamente en un gen denominado TEP1. No se trata de un hallazgo ni casual ni reciente. James Watson, uno de los descubridores del ADN fue el primero que reparó en cierta peculiaridad de la multiplicación celular. Es obvio que el desarrollo de cualquier organismo pluricelular se basa en la duplicación de sus células. También, naturalmente, se duplica el ADN que contienen. Para eso el ADN debe ser previamente copiado. Watson observó que las máquinas bioquímicas que copian el ADN, unas sustancias llamadas polimerasas, son incapaces de comenzar por el extremo de un filamento de ADN. Necesitan empezar varias ‘palabras’ después del inicio del texto. Es como si una fotocopiadora realizara copias perfectas de cada página, pero suprimiera sistemáticamente las líneas primera y última.
Los cromosomas son moléculas
gigantescas y enrolladas de ADN, y las polimerasas son capaces de copiarla toda
excepto sus extremos a los que se da el nombre de telómeros. El truco que
emplean los cromosomas para defenderse de la mutilación sistemática cada vez
que son copiados, es que los telómeros del principio y del final carecen de
sentido, son repeticiones (aproximadamente dos mil) de
Cada vez que el cromosoma es copiado
se pierde un fragmento de telómero, y después de varios centenares de copias el
extremo del cromosoma se acorta tanto, que existe un peligro real de perder
partes significativas del texto, lo que podría causar errores fatales en
Semejante proceso de mutilación
tiene lugar en todas las células con una única excepción, las células
reproductivas. Los óvulos y los espermatozoides no pierden ni un solo fragmento
de ADN gracias a la presencia de una prodigiosa sustancia, la telomerasa,
cuya función es reparar los extremos desgastados de los cromosomas. La
telomerasa es un auténtico milagro, una enzima capaz de regenerar los
cromosomas, la fuente de la eterna juventud.
El problema es que resulta casi
imposible encontrar cantidades significativas de telomerasa en las células
humanas, sobre todo de telomerasa de calidad. Y es que la telomerasa de la
mayor parte de los seres vivos emplea
Existe en los seres humanos un gen
muy semejante al que produce la telomerasa en los ciliados. Se encuentra en el
citado cromosoma catorce. El gen produce una proteína denominada TEP1 o
proteína asociada a la telomerasa 1. Todos nosotros poseemos este gen, pero
lastimosamente,
¿Sería posible poner en juego la
ingeniería genética, para replicar un organismo a partir de su ADN,
implantándole una telomerasa de calidad? De esta forma, y siempre
hipotéticamente, podría regenerarse un organismo vivo, induciendo sucesivas
divisiones celulares, a partir de un minúsculo resto biológico.
Para conseguir tamaño prodigio haría
falta encontrar un donante de telomerasa de suficiente calidad, y que a la vez
estuviera más cercanamente emparentado con los vertebrados de lo que lo están
los estrafalarios ciliados.
Existe un posible candidato: El Pseudocolochirus violaceus, más
conocido como pepino tropical o manzana de mar. Es un ambulacrario pariente
cercano de las estrellas de mar, que a pesar de su extraña forma, no queda
demasiado distante genéticamente de los cordados, el gran grupo al que
pertenecemos nosotros mismos, y que engloba a todos los vertebrados. El pepino
tropical es un ser que posee la extraña e inquietante propiedad de regenerarse
a sí mismo a partir de cualquier fragmento que se desprenda de su organismo,
gracias precisamente a su extraordinario gen de telomerasa.
¿Os acordáis del milagro de Calanda? En 1640 al cojo Miguel Pellicer le creció la pierna que le había sido amputada, a partir de su muñón reseco. Son cosas que siempre nos han sonado a cuentos de viejas, pero ¿y si fuera posible?...
No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi obra, sino simplemente no muriendo. Woody Allen.
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