jueves, 8 de abril de 2021

DENTRO-FUERA. RETORNO A BARRIO SÉSAMO

 


Somos lo que comemos. Esta frase, tan célebre como afortunada, se revela día a día como más ajustada a la verdad biológica. Básicamente nuestra salud depende de lo que comamos. Los organismos vivos, y el nuestro naturalmente no es una excepción, están constituidos por millones de células, cada una de las cuales debe recibir diariamente su aporte de nutrientes. Así pues lo que comemos determina qué transportará nuestra sangre a las células: nutrientes que enriquecerán su metabolismo y contribuirán a su buen funcionamiento, o toxinas que pondrán en riesgo su subsistencia.

Los organismos vivos más sencillos, los microorganismos unicelulares, obedecen a estímulos particularmente elementales. Generalmente su efímera existencia, comprendida entre su formación (nacimiento) y su reproducción, por replicación del material genético y posterior división celular, está dedicada por entero a la alimentación. Todas las células poseen orgánulos internos (mitocondrias en el caso de las células animales, y cloroplastos en las vegetales), cuya exclusiva misión es la de transformar los nutrientes en energía. La mayor parte de los microbiólogos están de acuerdo en que estos orgánulos debieron ser en un pasado remoto organismos independientes que, en determinado punto de la evolución, se integraron de forma simbiótica en las células de otros organismos, para, libres para siempre de la pesada carga reproductiva, poder cumplir el viejo sueño de todo ser vivo: vivir sólo para comer.



Tanto las células como los microorganismos recurren a mecanismos muy sencillos a la hora de ingresar los nutrientes. En algunos casos se alimentan a través de la membrana celular, que se hace permeable para determinados agregados moleculares. Otras veces emiten vacuolas a modo de dedos de guante, que se cierran englobando en su interior a los nutrientes. Las estrategias pueden ser múltiples, pero en todo caso simples. Se trata de ingresar en el interior de la célula moléculas de grasas, proteínas, carbohidratos, o bien agregados moleculares complejos, que pueden estar compuestos por diferentes principios activos, oligoelementos y otros nutrientes.

En cuanto a nosotros, los organismos pluricelulares, digamos que las estrategias no son esencialmente distintas. A nivel celular el mecanismo alimenticio consiste básicamente en atravesar membranas. A nivel del organismo completo, se trate de un gusano, de un avestruz o de un señor de Albacete, la estrategia consiste… Pues si, también en atravesar membranas. Vamos a verlo.


Como puede apreciarse en la figura, el tubo digestivo de todos los animales se halla en el exterior, forma parte de la biosfera terrestre, del cosmos (qué fantástica imagen, ¿verdad?). Por lo tanto, los alimentos que consumimos jamás penetran por completo en el interior de nuestro organismo (la parte coloreada) sencillamente atraviesan el tubo digestivo desde la boca hasta el ano. A lo largo de este trayecto, se ponen en contacto con la membrana digestiva, que absorberá las sustancias nutritivas, desechando los materiales inertes o indigestibles, para ser expulsados más tarde con cada defecación. En la siguiente figura se representa esquemáticamente este mecanismo digestivo de la absorción de nutrientes.



Los alimentos que ingerimos progresan a través del tubo digestivo, produciéndose primero su fraccionamiento y la absorción de las moléculas nutritivas. Más adelante, ya en el tracto inferior, las sustancias no aprovechables o de desecho, se congregarán hasta formar el bolo fecal que es expulsado al exterior.

Insistamos en que se trata de un fenómeno de absorción, un proceso de filtrado a través de la membrana mucosa que tapiza el interior del tracto digestivo. Hagamos la experiencia de aplicar una crema hidratante a nuestra piel. Comprobaremos que al cabo de unos pocos minutos, la totalidad del producto ha penetrado a través de la piel en nuestro organismo. Ello es debido a que las cremas, pomadas y ungüentos, están compuestos por sustancias liposolubles, es decir, capaces de disolverse en la grasa que forma nuestra protección superficial, tan necesaria para que sea impermeable al agua (detalle imprescindible para evitar que continuamente se perdieran nuestros fluidos corporales). Pues bien, si nuestra piel es uniforme en la totalidad de su extensión, la mucosa digestiva no lo es tanto, y así deja pasar en determinadas zonas y mediante determinados procesos químicos, los diferentes nutrientes, sea cual sea su naturaleza, agua, grasas, azúcares, etc. Este proceso constituye lo que conocemos de forma genérica con el nombre de digestión.


La digestión y posterior metabolización de los nutrientes nos proporciona la energía necesaria para crecer primero y subsistir después a lo largo de nuestra vida. Los seres humanos estamos sometidos a un gasto energético muy considerable. Como mamíferos, y por lo tanto animales homeotermos, debemos conservar en todo momento una temperatura corporal elevada. Tenemos que movernos, procurarnos alimento, reproducirnos… Puede decirse sin temor a incurrir en exageración, que nuestro balance energético es muy elevado. Por decirlo en términos económicos, somos criaturas caras de mantener. Mientras que una multitud de seres vivos (por ejemplo las plantas, los hongos y otros) aprovechan eficientemente los recursos básicos que ofrece el planeta (agua, luz solar, deshechos orgánicos…), los humanos somos consumidores finales. Y por cierto consumidores voraces de toda suerte de recursos naturales. Los humanos somos las únicas criaturas vivas (acaso con el solo acompañamiento de las ratas) que podemos aplicarnos en rigor el adjetivo de omnívoros. Realmente somos capaces de comer cualquier cosa viva o muerta, y a lo largo de nuestra vida consumimos literalmente toneladas de alimentos de todas clases, desde los más sencillos a los más exóticos.

Fuera del perro, un libro es el mejor amigo del hombre, y dentro del perro está demasiado oscuro para leer.  Groucho Marx.

 


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