En
1934 la revista Physical Review publicó un párrafo de sólo 24 líneas.
Sus autores eran Fritz Zwicky y Walter Baade, de
la universidad de Stanford. A pesar de su extraordinaria brevedad, el extracto
contenía una ingente cantidad de novedades científicas. En palabras de Bill
Bryson, aportaba la primera
alusión a supernovas y a estrellas de neutrones;
explicaba de forma convincente el proceso de su formación; calculaba
correctamente la escala de su potencia explosiva y, a modo de prima adicional,
relacionaba las explosiones de supernovas con el origen de un nuevo y misterioso
fenómeno, unos rayos cósmicos recientemente descubiertos. Demasiado para un
extracto tan breve. El astrofísico Kip S. Thorne calificó la comunicación como uno de los documentos más
perspicaces de la historia de la física y de la astronomía.
Una supernova se origina cuando una estrella de
proporciones gigantescas, mucho mayor que nuestro sol, se colapsa y explosiona,
liberando en un instante la energía equivalente a 100.000 millones de soles, y
ardiendo con mayor luminosidad que las demás estrellas de su galaxia juntas. Si
estallasen al mismo tiempo un billón de bombas de hidrógeno, no alcanzarían ni
por asomo la potencia energética de la explosión de una supernova.
Al
principio de la década de 1930 los astrónomos estaban ocupados en seguir la
esporádica aparición de unos puntos luminosos inexplicables. Era como si se
tratara de nuevas estrellas que nacieran de repente con una luminosidad
increíble. Poco antes el físico James Chadwick acababa de descubrir una nueva
partícula subatómica: el neutrón.
Zwicky tuvo la intuición de que los neutrones tenían mucho que ver con aquellas
extrañas explosiones de luz. Y en efecto, no se equivocaba. Cuando una estrella
se colapsa hasta las densidades propias de los núcleos de los átomos, el
resultado es un núcleo increíblemente compactado y denso. Los átomos
literalmente se aplastan unos contra otros, y sus electrones se ven empujados
hacia el núcleo, formando neutrones. El resultado es una estrella de
neutrones. Es como aplastar millones de toneladas de la materia más
pesada, hasta reducirlas al tamaño de una cabeza de alfiler, pero con una masa
extraordinariamente elevada.
El
núcleo de una estrella de
neutrones es tan denso
que una sola cucharada de su materia pesaría del orden de 90.000 millones de
kilos. Tras el colapso de semejante estrella, habría tal cantidad de energía
que bastaría para provocar la mayor explosión del universo. A estas
espectaculares explosiones resultantes del colapso de las estrellas de
neutrones, Zwicky y Baade las llamaron supernovas. Son
las extrañas luces que los astrónomos ven de vez en cuando encenderse aquí y
allá en el inmenso firmamento, en las galaxias más lejanas, a veces en lugares
donde la propia explosión de la supernova,
señala la presencia de una galaxia hasta entonces desconocida.
Si
se produjera la explosión de una supernova a 500 años luz de la Tierra,
pereceríamos todos. Pero no os alarméis, afortunadamente el universo es un
lugar muy espacioso. Para que se cree una supernova haría falta una estrella de una masa
como veinte veces superior a la de nuestro Sol. No tenemos nada tan grande en
nuestra región de la galaxia. La posible candidata más próxima es Betelheuse,
que se encuentra aproximadamente a 50.000 años luz de distancia. Demasiado
lejos para hacernos daño, aunque lo suficientemente cerca como para producir un
estallido de luz que sería visible durante semanas.
He visto cosas que
vosotros no creeriáis. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto
Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos
momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de
morir... El
replicante que interpreta Rutger Hauer en Blade Runner, de Ridley Scott.
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