El
sexo oral en sus dos variantes principales, cunnilingus y felación, es una
práctica bien conocida desde antiguo. A juzgar por lo representado en algún
papiro egipcio, en la tierra de los faraones se consideraba todo un arte. Encontramos
abundantes referencias literarias en Las
mil y una noches, así como en el arte japonés. Tampoco es exclusivo de
nuestra especie, el sexo oral es practicado por otros mamíferos, y no sólo
simios. Es común entre cánidos, félidos, muchos herbívoros y ciertos roedores.
A juzgar por las encuestas de mayor fiabilidad
de que disponemos, se trata de una práctica que tiene defensores y
detractores. Entre gays y lesbianas se encuentra muy extendida, mientras que entre
las parejas heterosexuales resulta menos frecuente.
Un
estudio publicado en 2017 por el Journal
Sex of Medicine arrojó que el 30% de los varones de cualquier tendencia no
lo habían practicado nunca. Otro estudio de The
Canadian Journal of Human Sexuality concluye que sólo el 28% de las mujeres
menores de 25 años reconocen disfrutar con el sexo oral, mientras que a partir
de los 40 años, la cifra se eleva por encima del 80%, lo que parece llevar a la
conclusión de que tal como decía la copla, “el que lo prueba repite”.
El
sexo oral, sustituyendo a la penetración,
se ha utilizado cómo una forma segura de evitar los embarazos, si bien
no está exento de otros riesgos como el contagio del virus del papiloma humano,
candidiasis y otras enfermedades de transmisión sexual, cuando no se observan
unas normas higiénicas elementales.
Lo
cierto es que la práctica tiene un número importante de detractores. Muchas
mujeres y no pocos hombres alegan sentir aversión por el olor y el sabor de los
genitales, aspectos que sin embargo, excitan a otras muchas personas. Existen
también prejuicios de índole cultural derivados sobre todo de la educación
religiosa. Las referencias al sexo oral contenidas en documentos sobre procesos
inquisitoriales y en textos religiosos en general, lo estigmatizan y califican
de abominable. En ocasiones se identifica el sexo oral con la pornografía, lo
que le confiere un matiz peyorativo. No puede negarse que en la felación se
escenifica cierto grado de sometimiento poco acorde con la cada vez más
extendida (afortunadamente) aspiración de igualdad.
Se
trata en definitiva de una cuestión cultural y educativa, muy relacionada con
el pudor, con la vergüenza de mostrar y manipular los genitales que se ha
establecido en la mayor parte de las sociedades que consideramos civilizadas.
Si en determinados ámbitos el sexo en general se ha considerado, y en ocasiones
aun se considera algo sucio y pecaminoso, no puede asombrarnos que ciertos
juegos sexuales y el sexo oral de forma especial, se considere sucio también.
El
viejo profe Bigotini, con esa nariz inmensa, tiene serias dificultades para
practicar ese tipo de juegos. Pensándolo bien, digamos que tiene serias
dificultades así, en general, hasta para saborear un sencillo plato de
spaghetti, pongo por caso. Es ocioso decir que al pobrecillo le están vedados
otro tipo de manjares más exquisitos. ¡Qué lástima!
Es
bien curioso que se llame “sexo oral” a una práctica en la que resulta tan
difícil hablar. Woody Allen.
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