Hace
casi cinco mil años, cuando en Europa no brillaba siquiera el más remoto fuego
de la civilización, la isla mediterránea de Creta estaba poblada por unas
gentes prósperas que viajaban por mar, visitando los puertos de Egipto,
Fenicia, Asia Menor, las islas griegas y el continente; construían templos y
palacios, practicaban deportes, celebraban fiestas y producían hermosas obras
de arte y objetos artísticos. Hasta hace poco más de un siglo, sólo se conocían
de Creta las viejas leyendas y algunos versos homéricos que hablaban del héroe
ateniense Teseo, y de cómo en Creta acabó con el minotauro, monstruo medio toro
y medio humano, morador del inextricable laberinto, un dédalo de pasadizos
construido para ocultar al mundo la vergüenza de aquel engendro fruto de la
lascivia de su madre, la reina Pasifae, esposa de Minos, el soberano cretense.
Evans
fue el primer arqueólogo que, atraído por ciertas antigüedades halladas en
Grecia que contenían una escritura indescifrable, recaló en la isla y realizó
los primeros descubrimientos de aquella vieja civilización que por convención,
recibió el nombre de minoica en honor al mítico rey Minos. Atraídos a su vez
por los descubrimientos de Evans, arqueólogos de todo el mundo iniciaron otras
excavaciones, y de las entrañas de aquella tierra surgieron monumentos y
testimonios de aquella antigua civilización cretense.
Aun
hoy se discute el origen de esas gentes. Unos consideraron que provenían de
Asia, otros que de Egipto. Recientes investigaciones que han analizado el ADN
mitocondrial de los restos humanos exhumados, parecen apuntar a un origen europeo.
En
cualquier caso, fue aquella la primera civilización que floreció en un
territorio europeo, alcanzó altas cimas e
influyó decisivamente en las posteriores de Grecia e Italia.
Fue
en Creta donde Licurgo y Solón, los dos más grandes legisladores de la
Antigüedad, buscaron el modelo de sus Constituciones, donde nació la música
coral que adoptaría Esparta, donde vivieron y trabajaron Dipeno y Chili, los
primeros maestros de la escultura…
Los
especialistas dividen la civilización minoica en tres eras, y cada una de ellas
en tres periodos. Distinciones tan sutiles superan el ámbito y la intención de
nuestro modesto foro divulgador, así que nos contentaremos con ofrecer algunos
de los principales rasgos de la vida de esos cretenses que vivieron hace más de
cuatro mil años. Por el modo en que son representados en sus pinturas y
bajorrelieves, los cretenses eran gentes más bien de baja estatura, delgadas y
esbeltas, lo que se corresponde también con el análisis de los restos óseos
hallados en sus tumbas. Si nos atenemos a las representaciones pictóricas, los
hombres tenían la piel bronceada, hasta el punto de ser llamados foinikes por los griegos, término que
podría traducirse como pieles rojas.
Sin
embargo, curiosamente las mujeres aparecen representadas como criaturas
pálidas. Puesto que podemos descartar que hombres y mujeres pertenecieran a
razas diferentes, debemos concluir que o bien las féminas tenían costumbre de
protegerse del sol, o bien que el ideal femenino de los artistas incluía la
palidez entre los rasgos deseables. Los varones se tocaban en ocasiones con una
especie de turbantes y las damas con sombreros que muy bien pudieran competir
con los más sofisticados tocados de tiempos recientes. Ellas lucían túnicas
estrechamente ceñidas en la cintura, y en muchas representaciones aparecen con
los pechos desnudos y prominentes, maquillados los pezones igual que los ojos y
los labios. Una de las jóvenes representadas se presenta tan coqueta y
provocativa, que hasta los severos arqueólogos, abandonando su proverbial
austeridad, tuvieron la frívola ocurrencia de llamarla La parisienne.
En
sus primeros tiempos Creta debió estar dividida en varios estados o reinos que
guerreaban entre sí con frecuencia. Pero en un momento de su historia, un
personaje más hábil o más fuerte que los demás, redujo a sumisión a los rivales
y unificó la isla bajo su férula, proclamando como capital a Cnosos, su ciudad.
No sabemos a ciencia cierta si el término Minos es el nombre personal de aquel
soberano concreto, o si se trata más bien de un título honorífico como el de César entre los romanos. Sólo podemos
afirmar que quien ejecutó aquella obra de unificación, y a quien la leyenda
atribuye a Pasífae como esposa y a Ariadna como hija, con todas las desdichas
que el funesto destino le tenía reservadas, vivió y reinó trece siglos antes de
Cristo.
Si
damos crédito a Homero, Creta gozaba el esplendor de nada menos que cien
ciudades, la mítica y afortunada Creta hecapolítica.
Algunas de aquellas ciudades competían con Cnosos en cuanto a población,
desarrollo y riqueza. Festo, en la costa sur, era el gran puerto donde se
concentraba el comercio marítimo con Egipto. Palaikastro era la ciudad donde
residían los cretenses adinerados. Gurnia era el centro manufacturero en que
trabajaban la mayoría de los artesanos y artistas. Hagia Triada era la
residencia estival del rey y del gobierno, según demuestran los hallazgos
arqueológicos. Las viviendas eran de dos, de tres, y hasta de cinco plantas,
con escaleras interiores, pinturas y bajorrelieves. Por ellos sabemos de la
afición de los varones al ajedrez o algún juego de tablas similar, y de las
señoras a las labores de aguja y al tejido. Las pinturas dejan también
constancia de la afición de los cretenses a la caza con perros lebreles, al
pugilato, y hasta a la tauromaquia, actividad, deporte o rito religioso (quién
sabe), en la que participaban jóvenes de ambos sexos. Hay también testimonios
gráficos de desfiles o procesiones.
Los
cretenses, como los primitivos habitantes del resto del área mediterránea, rendían culto a la Diosa Madre, representada
muchas veces con serpientes. Aparece posteriormente otra deidad masculina,
probablemente autóctona, que historiadores grecolatinos ya en época
helenística, identificaron erróneamente con Vulcano. Más verosímil parece
identificarlo con el griego Posidón, señor del mar, las tempestades y los
terremotos, que hace temblar la tierra y se asocia al caballo y al toro, animal
este último omnipresente en el arte minoico.
Pero
a pesar de tan egregios protectores, la civilización minoica sucumbió y Creta
resultó literalmente arrasada como demuestran sus restos arqueológicos. No conocemos
a ciencia cierta cuáles pudieron ser las causas de la ruina y el trágico final
de la dichosa Creta Hecapolítica, un
pueblo de guerreros, navegantes y pintores.
Cabe
preguntarse si se trató de un terremoto o alguna otra catástrofe natural. Los testimonios
hallados en sus ruinas hablan a favor de causas repentinas. No hubo una
decadencia progresiva, sino que todo acabó abruptamente. En Bigotini, donde nos
distinguimos por una confianza en la bondad humana manifiestamente mejorable,
nos inclinamos por la respuesta de la invasión. Una invasión de aqueos, pueblo
bárbaro que acaso un siglo y medio antes había caído sobre el Peloponeso desde
la montañosa Tesalia. Jinetes armados con lanzas y escudos de bronce, centauros
que conforme avanzaban hacia el sur se iban impregnando algo de civilización,
aunque sin desprenderse nunca de su ferocidad guerrera y su sed de conquista.
En Creta lo destruyeron todo, hasta el idioma que cuando Minos no era
precisamente el griego como demuestran las enigmáticas inscripciones que tanto
asombraron a Evans. Fue Creta la primera civilización europea, y Minos fue
nuestro primer ilustre conciudadano.
Hasta
aquí los datos históricos. Si os interesa profundizar en el mito de Teseo y en
la minotauromaquia, os dejo el siguiente enlace con la historia que compuso
cierto bardo o aedo más descarado aun que nuestro viejo profe:
Muéstrate
insobornable si quieres aumentar la cifra del soborno.
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