La carrera cinematográfica de esta británica nacida en
Canadá sólo duró doce años, pero entre 1936 y 1948 Deanna
Durbin conquistó al público del mundo entero con su melodiosa
voz de mezzo soprano, su tierna
sonrisa y su imagen juvenil, en musicales y en comedias.
Un cazatalentos de la MGM la descubrió en un concurso
escolar, y desde entonces no cesó de enlazar éxito tras éxito en las pantallas
americanas y europeas. En España se la conoció un poco tarde, porque durante
los primeros años de su trayectoria, el horno nacional, primero bélico y luego
posguerrista, no estaba precisamente para bollos. La Durbin adolescente debutó
ante las cámaras en un corto que coprotagonizó junto a otra muchacha destinada
a convertirse en una leyenda en Hollywood, Judy Garland. Las siguientes
producciones en las que participó, un par de comedias insustanciales fabricadas
ex profeso para destacar su talento, lograron el milagro de evitar la
bancarrota de la Universal, productora a la que la joven Deanna siguió siendo
fiel durante el resto de su efímera trayectoria.
En 1938 fue premiada junto a Mickey Rooney con un
oscar especial de la Academia, que destacaba la contribución de ambos a encarnar en la pantalla el espíritu de la
juventud americana. A los 25 años se convirtió en la segunda estrella mejor
pagada, sólo por detrás de la mítica Bette Davis. Se formaron largas colas a la
puerta de los cines para ver la película en la que Deanna Durbin daba su primer
beso, acontecimiento que se publicitó de costa a costa. Para hacerse una idea
cabal de la fama que llegó a adquirir, baste decir que fue admirada por
personajes tan dispares como Winston Churchill y Benito Mussolini, o que la
pequeña Anna Frank guardaba en su escondite como un tesoro, una foto de la
estrella. Grabó decenas de discos y hasta se vendieron muñecas con su imagen.
Al margen de lo profesional, su vida sentimental fue
intensa. A los 28 años se casó por tercera vez, tuvo a su segundo hijo y se
retiró definitivamente del cine para vivir en Francia, la patria de su marido,
durante el resto de su existencia.
Como homenaje al juvenil y fugaz brillo de Deanna
Durbin, os dejamos el enlace (clic en la imagen) con una simpática escena en
la que la estrella entona un Aleluya de Mozart muy al gusto hollywoodiense,
acompañada de una gran orquesta dirigida por el maestro Stokowski. Espero que
os guste.
Próxima
entrega: Esther Williams
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