Todo
parece indicar que hace entre 5 y 6 millones de años se separaron en África los
linajes de los ancestros de los chimpancés y los antepasados de los humanos.
Como el hábitat natural de todos los grandes simios es la selva húmeda, es
lícito suponer que el ancestro común de ambos linajes se parecía más a los
chimpancés que a nosotros. Mientras que una de las ramas escindidas continuó su
vida arborícola, la otra se arriesgó a habitar la sabana y las grandes llanuras,
afrontando el riesgo de servir de almuerzo a los grandes felinos, con tal de
introducir en su dieta proteínas de origen animal que conseguirían primero
disputando la carroña a los carnívoros, y más tarde cazando presas en grupos
organizados. También es lícito suponer que nuestros primitivos ancestros recién
escindidos del tronco común, tendrían
una organización social y unas costumbres sexuales similares o muy parecidas a
las de los chimpancés.
Pues
bien, los chimpancés son polígamos y enormemente promiscuos. A pesar de que en
cada banda o grupo familiar hay un macho dominante escoltado por un par o tres
de hermanos suyos que le sirven de guardia pretoriana, prácticamente todos los
machos adultos de la banda copulan con todas o la mayoría de las hembras
adultas. Primatólogos que han estudiado el comportamiento sexual de los
chimpancés afirman que antes de quedar preñada, una hembra efectúa entre 500 y
3000 coitos con distintos machos, si bien aproximadamente la mitad de ellos los
realiza con el macho dominante y/o sus hermanos. Esto se traduce en que
cualquier chimpancé sabe con certeza quién es su madre, incluso quiénes son sus
hermanos o hermanas de parecida edad con quienes se ha criado, pero no tiene la
más remota idea de quién puede ser su padre.
Los
chimpancés poseen una organización social patrilocal. Los machos son
ferozmente territoriales. Defienden su zona de recolección de frutas, y a las
hembras de su harén, si bien en caso de verse superados en número por los
machos de una banda rival, no dudarán en ponerse a salvo abandonando a las
hembras a su suerte. A menudo los machos realizan incursiones en grupo en
territorios de bandas vecinas, asesinando a cuantos machos hallan solos o en
inferioridad. Por este cruel procedimiento van ampliando sus territorios y
eventualmente, sus harenes. Los machos tienden a permanecer en sus territorios,
mientras que las hembras, al alcanzar la pubertad se separan del grupo para
unirse a bandas vecinas, donde son bien recibidas en los harenes. De esta
manera, los machos en sus incursiones guerreras a menudo matan a otros machos
que pueden estar emparentados con ellos.
Sin
embargo, y a diferencia de sus parientes arborícolas, los primitivos humanos
debieron adaptarse a las grandes llanuras abiertas en las que caminar erguidos
representaba una singular ventaja al poder divisar desde lejos tanto a posibles
depredadores como a potenciales presas. La nueva vida estaría plagada de
riesgos, así que cada macho debía esforzarse en defender a sus parejas y a sus
crías, circunstancia que sin duda fomentaría el establecimiento de lazos
duraderos, al menos durante el periodo reproductivo y el crecimiento de los
hijos: estamos ante el germen de la monogamia. En este nuevo régimen,
las crías estarían doblemente protegidas, pudiendo así prolongarse el periodo
de aprendizaje. Infancias más largas y más provechosas, cráneos que tienen
tiempo para crecer más, albergando cerebros de hasta tres veces el tamaño del
de los chimpancés. Aquí cada individuo conoce a su madre y también a su padre,
y sabe además quienes son sus parientes próximos, tíos, tías y primos.
Las
hembras jóvenes seguirían uniéndose a otras bandas cercanas, y de esta forma
las partidas de machos que salieran de caza, al encontrarse con miembros de las
bandas vecinas, reconocerían a sus sobrinos o a sus parientes políticos,
suegros, yernos o cuñados. Se establecieron así grupos de intereses comunes más
numerosos que la pequeña banda: la tribu. La organización tribal no excluye el
asesinato o la guerra con otras tribus con las que no se ha establecido
parentesco, pero es ya un paso importante para ampliar los grupos humanos,
aumentando exponencialmente la transmisión de conocimientos, ideas, técnicas de
caza, etc. Y hablando de técnicas, el hecho de caminar erguido permite también
tener las manos libres y disponibles para fabricar herramientas, utensilios y
por supuesto, armas. Donde no existen las armas, prevalece la corpulencia y la
fuerza física de los machos, pero una vez que aparecieron fue posible que un
individuo más pequeño tuviera muy buena puntería o hubiera fabricado una lanza mejor
que las de sus potenciales rivales. Las armas contribuyen a una cierta igualdad
entre los machos, evitando que el más grande o el más fuerte se haga con un
harén de hembras y condene a los demás a la soltería. Así que también el uso de
las armas favoreció la monogamia.
La
aparición de Homo ergaster, hace aproximadamente 1,8 millones de años,
probablemente marca la frontera en que podemos estar razonablemente seguros de
que el comportamiento sexual, familiar y social de nuestros ancestros, se hace
similar o comparable al de los humanos modernos. La razón fundamental es que
con Homo ergaster se reduce el dimorfismo
sexual a niveles ya actuales, en que los machos son en promedio algo
más corpulentos que las hembras, pero no tan exageradamente mayores como sus
predecesores. Cuando el dimorfismo sexual
es muy acentuado, caso de gorilas, chimpancés y el resto de los grandes simios,
la organización familiar es sistemáticamente polígama, mientras que cuando el dimorfismo se reduce, encontramos
parejas monógamas, y esto se cumple no sólo entre los simios, sino entre gran
variedad de animales.
Naturalmente
la monogamia tiene también sus límites. Sabemos que la infidelidad y las
aventuras extraconyugales son frecuentes en mayor o menor medida, no sólo en
nuestra especie, sino en muchas otras reputadas de monógamas estrictas, como es
el caso recientemente descubierto por los naturalistas, de diversas especies de
aves que hasta hace poco pasaban por ser el paradigma de la fidelidad. En fin,
esa es ya otra historia que trataremos en alguno de nuestros próximos artículos
sobre el comportamiento sexual. Ahora debo dejaros. El profe Bigotini acaba de
ver a nuestra nueva vecina del ático, se ha puesto un taparrabos, se ha
embadurnado la nariz de barro, y temo que sea capaz de cometer una locura.
-Mataría
por conseguir una silueta perfecta.
-Bueno,
puedes conseguirla con dieta y ejercicio.
-Deja,
deja, prefiero matar.