lunes, 25 de marzo de 2019

MALARIA O PALUDISMO: PLASMODIUM, UN ENEMIGO DE LA ESPECIE HUMANA


El reino protista engloba a los microorganismos eucariontes que no es posible clasificar dentro de ninguno de los otros tres reinos eucariónticos (hongos, animales y plantas). Es algo así como un cajón de sastre donde caben organismos tan dispares como algas, mohos o protozoos. Precisamente a este último grupo, el de los protozoos, pertenece el género plasmodium, del que hoy quiero deciros un par de cosas:
Plasmodium es efectivamente, un género de protistas, del que se conocen más de 175 especies diferentes. A lo largo de su evolución, se han especializado en una forma de vida muy concreta: el parasitismo. Todas las especies de plasmodium necesitan, para completar su ciclo vital, parasitar a dos huéspedes: un invertebrado (mosquitos del género anopheles), y un vertebrado, que muy a menudo es algún tipo de simio, y en el caso que hoy nos ocupa, somos concretamente nosotros, los humanos.


El parásito causa la enfermedad que indistintamente llamamos malaria (del italiano medieval, mal aire) o paludismo (del latín palus: pantano). Se trata de una enfermedad endémica en amplias zonas del África Central y Meridional, y en algunas regiones de Asia y Suramérica. Recientes estudios demuestran que cuatro o cinco especies de plasmodium acompañan al ser humano desde hace al menos 50.000 años. Probablemente ya parasitaban a los precursores del género homo. Otras especies de plasmodium muy similares conviven con los chimpancés, y otras más con los gorilas de África Occidental, lo que invita a pensar que estos indeseables parásitos han viajado con nosotros en términos evolutivos desde tiempos extraordinariamente remotos.


Pero no olvidemos al otro protagonista de la malaria: el mosquito anopheles, que actúa como vector imprescindible para la transmisión de la enfermedad. Anopheles es un insecto con un asombroso dimorfismo sexual. El mosquito macho es una criatura inofensiva, que se alimenta exclusivamente del néctar de las flores. Sin embargo, la hembra en el periodo reproductivo necesita un aporte energético suplementario para que sus huevos sean capaces de madurar, y ese aporte lo obtiene ni más ni menos que de nuestra sangre.


Mientras se alimenta, la hembra anopheles introduce en nuestra sangre los esporozoitos o formas embrionarias del parásito, que infestan su saliva. Entre treinta y sesenta minutos después, los esporozoitos, transportados a través de la sangre, penetran en nuestras células hepáticas. Allí se multiplican de forma asexual, dando lugar a miles de merozoitos (otra forma intermedia). La mayoría de estos merozoitos destruyen la célula hepática que los albergaba, y salen otra vez al torrente circulatorio, donde invaden los hematíes o glóbulos rojos. Allí siguen multiplicándose, revientan literalmente los hematíes y a través de la sangre, continúan multiplicándose, ocupando indistintamente hematíes y células hepáticas. Todo ello por supuesto, con resultados devastadores para el huésped (hombre, mujer o niño) que tuvo la desgracia de sufrir la inoculación del parásito.


Cierta proporción de merozoitos se transforma en gametocitos masculinos y femeninos. Si una hembra de anopheles todavía no infestada ingiere la sangre del enfermo, absorbe parte de esos gametocitos. Es en el intestino de anopheles donde se completa el ciclo. Allí se produce la fecundación. De la unión de los gametos masculinos y femeninos surgen ovocistos que liberan esporozoitos. Los esporozoitos migran a la saliva de la hembra, y de esta manera tan sencilla y tan terrible, quedan dispuestos para infestar a la siguiente víctima humana. En la ilustración podéis apreciar el ciclo completo.

La que acabo de describir es la forma habitual de transmisión. Existen sin embargo, otras dos opciones: el contagio de la madre al feto a través de la placenta, y la transfusión sanguínea de un donante que haya padecido la enfermedad (posible, aunque poco frecuente). Cada año se producen en el mundo nada menos que 396 millones de nuevos casos de malaria. Actualmente deben existir unos 900 millones de personas afectadas, y se calcula que pueden morir anualmente unos 2,7 millones de personas, la mayoría (75%) niños. Los síntomas son variados, y obedecen por una parte a la acción directa de los merozoitos, ‘destripando’ hematíes y células hepáticas, y debilitando a la víctima; y por otra parte a la actividad del sistema inmune del huésped, que trata de luchar contra los parásitos libres en la sangre (mientras permanecen refugiados en las células, no inducen reacción alguna). Los enfermos presentan fiebre, escalofríos, tos, cefalea intensa y sudor profuso. También náuseas, vómitos, heces sanguinolentas, dolores musculares e ictericia. Se producen defectos en la coagulación, y en casos graves no tratados puede haber shock, insuficiencia renal y hepática, trastornos neurológicos y coma, que a menudo conduce al fallecimiento.


La fiebre y los escalofríos se presentan de forma cíclica, en fases de tres o de cuatro días. Por eso en España se hablaba de fiebres tercianas, que hoy sabemos causadas por plasmodium falciparum o plasmodium vivax; o de fiebres cuartanas, que originaba plasmodium malariae. La malaria o paludismo parece en nuestros días algo tercermundista o de un pasado lejano. Os recuerdo, sin embargo, que en una fecha tan reciente como 1943 se diagnosticaron en España 400.000 casos, y se registraron 1.307 muertes. El último caso autóctono se registró en 1961, y en 1964 España fue oficialmente declarada libre de malaria. No obstante, ahora mismo se registran casos aislados importados por turistas e inmigrantes. En 2004 se documentaron 351.


Ya sabéis que nuestra especialidad es la Prevención. Vamos a ello. La erradicación de la malaria, o al menos su aislamiento y control, pasan fundamentalmente por la higienización de las regiones endémicas. Algo que requiere unos esfuerzos y un aporte monetario que cada vez parece más dudoso que los dirigentes económicos de nuestro podrido mundo, estén en disposición de aportar. El mejoramiento de la gestión de los recursos hídricos reduce la transmisión del paludismo y de otras enfermedades de contagio vectorial. El uso de mosquiteros y otros medios físicos de barrera contra los insectos, también es de utilidad. Parecen prometedoras las técnicas de modificación genética creando machos estériles de anopheles. En el Imperial College de Londres han creado recientemente el primer mosquito transgénico resistente al paludismo. En 2007 se publicó un trabajo (PLoS Patógenos) en el que se asegura que los pepinos de mar pueden bloquear la transmisión del parásito, al producir una lecitina que retarda su crecimiento…


El problema de las vacunas parece no tener fin. La mayor parte de ellas aún se encuentra en desarrollo. La vacuna CSP trata de inducir la inmunidad en la fase de infección de la sangre. Se trabaja también con preparados a base de plasmodios irradiados. La vacuna más prometedora parecía ser la del investigador colombiano Manuel Patarroyo, que en algún ensayo demostró una eficacia de más del 70%. Sin embargo, ha sido puesta en solfa por lo que de forma difusa suele llamarse la comunidad científica. Patarroyo, todo un heterodoxo, acusa a sus detractores de arrogancia, y al final uno no sabe qué partido tomar.

Está por último, el controvertido tema del DDT. Gracias a este eficacísimo insecticida la malaria fue erradicada en Europa durante el siglo XX. Antes de su prohibición, la enfermedad también se había erradicado en algunas zonas tropicales mediante la eliminación de los mosquitos. El DDT se prohibió por sus efectos nocivos sobre la salud y la fauna, algo que nadie discute. Cabe preguntarse, no obstante, si no sería posible un uso limitado del DDT con fines sanitarios, muy distinto del uso industrial y agrícola masivo e indiscriminado que se practicó en el pasado, limitándolo por ejemplo, a las viviendas, los tejados y los puntos de mayor riesgo de las regiones más azotadas por el paludismo. Por parte de bastantes ecologistas y de algunos grupos ambientalistas, la idea parece estar cobrando alguna fuerza. Una ventaja adicional del DDT es su bajísimo coste, ya que actualmente carece de patente. Acaso el motivo de la beligerante oposición de la industria química al DDT, radica precisamente en esa falta de patente. La rentabilidad de imponer nuevos pesticidas con patente es infinitamente superior. Por cierto, muchos de esos nuevos pesticidas, siendo bastante menos eficaces que el DDT, no le van a la zaga en efectos nocivos.



En fin, disculpad esta digresión. No soy especialista en la materia, ni tengo intención de hacer apostolado a favor de una sustancia de probados efectos nocivos. Me limito a exponer los hechos y a sumar dos y dos. Cuente quien quiera con los dedos, y saque cada cual sus propias conclusiones.


Doctor, me sorprende que mi tos le parezca muy mala. He estado practicando toda la noche.




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