Creo
que está bastante extendido el conocimiento de que los ejemplares hembra de la Mantis Religiosa devoran al macho durante la cópula. Conviene
matizar, primero, que no siempre es así, y, segundo, que cuando se produce este
macabro banquete de bodas, generalmente la hembra no consume la totalidad del
cuerpo de su compañero, sino que tiene la delicadeza de limitarse a devorar la
cabeza.
En
esta especie las hembras son casi el doble de grandes que los machos. Es de
suponer que ellos, los pobrecillos, llegan a la novia asesina con una trágica
mezcla de sentimientos. Por un lado el terror que les produce ser devorados;
por otro, la libidinosa urgencia de su instinto sexual. Suelen acercarse muy
poco a poco, empleando la técnica patética del muchacho posguerrista en las
últimas filas de un cine de barrio. Ya sabes, la mano tímida que avanza
caminando dedo a dedo a lo largo del respaldo de la butaca, el palpitante
corazón que galopa queriendo salirse del pecho, y todo eso (¡qué agridulces
recuerdos!).
El
pobre novio Mantis se aproxima muy poco a poco, procurando camuflarse y
confundirse con las hojas secas y los accidentes del terreno. Después, cuando
su gigantesca chati se pone a tiro, aprovechará el menor descuido para saltar
sobre ella y sujetar a duras penas sus poderosas patas delanteras, evitando a
la vez el mordisco mortal de sus terribles mandíbulas, lo cual no resulta nada
fácil. Se entiende que no existan ni cortejo ni preliminares. Al grano
señorita. ¡Hola y adiós, que me voy! Y se va, naturalmente.
En
cuanto a ella, si tiene la suerte y la habilidad de echarle mano, no solo
obtendrá una merienda gratis, sino que de rebote pasará un buen rato. Ocurre
que al perder la cabeza, el desgobernado sistema nervioso del macho se sume en
una especie de frenesí convulsivo. El novio decapitado se convierte así en una
máquina sexual capaz de prolongar la cópula varios minutos (lo que en el mundo
de los insectos constituye toda una proeza).
En
términos evolutivos cabe preguntarse cómo es posible que la naturaleza haya
privilegiado semejante comportamiento suicida. Pudiera pensarse en buena lógica
que quienes se inmolan de forma tan gratuita, tendrán menos oportunidades de
transmitir su acervo genético, y por lo tanto, generación tras generación, ese
tipo de comportamiento debería irse perdiendo, para dar lugar a costumbres más
reposadas y sensatas.
Bien,
pues no es así. Advirtamos que la de la Mantis no es la única especie que sigue
estos rituales. Se han observado comportamientos similares o muy parecidos
entre varias especies de araña, algún que otro escorpión y ciertos peces. La
explicación de tan curioso fenómeno hay que buscarla en lo que algunos
especialistas han llamado las
ofrendas nupciales.
En
especies con un acusado dimorfismo sexual en favor de las hembras, el modesto
macho debe presentarse con algún regalo (por lo general de naturaleza
gastronómica) para ser admitido en el tálamo. Así por ejemplo, ciertas arañas
macho ofrecen a sus compañeras un sedoso envoltorio con su jugoso relleno de
mosca, de larva, o de alguna otra víctima habitual. Mientras la voraz hembra se
lo zampa, el macho aprovecha para montarla, y todos contentos. Si no anda listo
y la chica se queda con hambre, el postre será él mismo, así que los casanovas
de ocho patas se dan mucha prisa en terminar.
A
lo largo de la evolución se favorece el que las hembras sean cada vez más
voraces e insaciables, canibalismo incluido. Una hembra fecundada que haya
recibido un opíparo banquete adicional, tendrá más oportunidades de sobrevivir
y de criar y alimentar a su prole. En cuanto a los machos, lo que la evolución
favorece es la habilidad cada vez mayor para copular y huir. Los machos más
astutos y más escurridizos, probablemente consigan tener varias parejas sexuales,
con lo que transmitirán más y mejor sus genes que los machos torpes.
Por
lo tanto, lo que ocurre, como han observado los entomólogos más atentos, es que
las hembras intentan cazar a sus amantes, y algunas
veces lo consiguen; mientras que los machos intentan copular y
escapar ilesos, y lo consiguen la mayor parte de las veces. Como puede
verse, se trata de un juego peligroso, pero debe merecer la pena en definitiva,
puesto que la misma
Naturaleza (madre cruel) lo fomenta y lo consagra.
Son para comerte mejor. El lobo (que gran turrón).
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