Entre
los años 25 y 12, probablemente el año 14 a. de C., en la encrucijada donde
convergen con el Ebro los ríos Gállego y Huerva, sobre, o más exactamente cerca
del lugar donde se asentaba el oppidum
ibérico llamado Salduie, Augusto, el
primer emperador del orbe romano y primer hombre que trascendió su corruptible
naturaleza humana para convertirse en dios, fundó Caesaraugusta como
colonia inmune.
Fue
poblada por los veteranos eméritos de las legiones IV Macedónica, VI Victrix y
X Gémina, y por la gens aniense, nombre que ostentaban los
miembros de la tribu a quienes aquellos ex soldados, ciudadanos libres recién
licenciados, consideraban sus hermanos por razones que, aunque no hemos llegado
a conocer en detalle, tendrían que ver sin duda con heroicas acciones de
guerra, como genuinos descendientes de aquellos míticos jinetes de la turma salluitana que casi un siglo
antes, en 91 a. de C. habían sofocado la rebelión de los itálicos, bajo las órdenes del cónsul Pompeyo Estrabón, tal como se
plasma en el bronce de Ascoli, el documento más antiguo donde aparecen
inscritos y se honran los primeros de nuestros compatriotas de quienes
conocemos sus nombres y apellidos (nombre personal y gentilicio).
En
el fértil y estratégico valle medio del Ebro, la colonia fue sucesora de la que
años antes había fundado Lépido aguas abajo, en las eras de la actual Velilla
de Ebro (Lépida Celsa).
La
población prerromana debía ser mucho más antigua, como lo prueban los hallazgos
de habitación correspondientes al Bronce final, en torno al 700 a. de C. Sin
duda oleadas de gentes indoeuropeas que poblaron extensas zonas del valle del
Ebro, en la incierta frontera entre las naciones iberas de la vertiente
mediterránea peninsular, que desde muy antiguo recibieron influencias de
griegos y fenicios, y los belicosos pueblos celtibéricos, pastores de ganados y
hábiles jinetes que oteaban el horizonte desde sus poblados construidos sobre
elevaciones fortificadas, cabezos y muelas siempre prestas a la defensa.
El
trazado de la recién inaugurada ciudad sitúa su decumano máximo paralelo al curso del Ebro, en la actual calle
Mayor, mientras el cardo o eje
perpendicular corresponde a la actual calle de Don Jaime I, cuya prolongación
septentrional atraviesa el río por el puente de piedra, heredero legítimo del
primitivo que levantaron sus fundadores. El recinto rectangular se cerraba
mediante unas fuertes murallas a las que rodeaba el cursus o coso. En el ángulo noroccidental se elevó majestuosa poco
después la torre de la fortaleza de Augusto (actual torreón de la Zuda),
atalaya desde la que se dominaba el cauce del Ebro, que entonces y hasta el
siglo XVII en que se modificó, discurría perpendicular al actual, siguiendo
aproximadamente el trazado del que hoy es puente de Santiago, hasta azotar sus
aguas el pie de la muralla, bajo el citado torreón, donde el río trazaba casi
un ángulo recto para continuar su natural deriva hacia oriente.
La
planta de la ciudad describe un rectángulo de unos 900 x 500 m. en sus ejes
principales. Las puertas correspondían aproximadamente a los emplazamientos en
que hasta hace no muchos años se situaban las del Ángel, Toledo, Valencia y
Cinegia. Las cloacas de época augustal se conservan en muchos tramos. De ello
se deducen manzanas cuyas dimensiones pueden situarse en torno a los 54 x 45
m., más o menos semejantes a las de la colonia Celsa, y por cierto también similares a las de otras ciudades
coetáneas de la península itálica, como las mismas Pompeya y Herculano, que
serían víctimas de la cruel voracidad del Vesubio. La situación del foro se
superpondría a la confluencia de D. Jaime I con la plaza de la Seo, si bien no
puede descartarse la existencia de dos foros como corresponde a la importancia
de Caesaraugusta como cabeza del conventus de su nombre, uno el conocido,
llamado foro de Tiberio, y otro hipotético que se situaría en la proximidad del
teatro.
La
red de cloacas, magnífica por su aspecto y dimensiones en algunos de sus
tramos, da pie a la leyenda zaragozana que aseguraba podía ser recorrida por un
hombre a caballo. Un extraordinario dupondio de Augusto nos muestra una estatua
suya en el foro, entre otras dos de sus hijos adoptivos Cayo y Lucio, grupo escultórico
que, como en otras ciudades, probablemente contó con representaciones de toda
la familia imperial, como sucede en el caso de Bilbilis.
De
la ciudad partían dos vías principales, construidas como calzadas, la que unía Caesaraugusta con Pompaelo (Pamplona), o la denominada vía Augusta, entre la capital y Lépida
Celsa. La construcción del teatro fue emprendida por Tiberio en la etapa
final de su reinado. Sigue el esquema del teatro de Marcelo en Roma, si bien
sus dimensiones son mayores, con capacidad para 6000 espectadores.
En
época tiberiana contó con un templo hexástilo dedicado a Augusto divinizado, y
otro tetrástilo levantado hacia 33 d. de C. Las termas se construyeron durante
la etapa de Claudio. Eran de carácter público y obedecían al esquema que
después se popularizó en las grandes de Caracalla. En época flavia se
desarrollaron notablemente las construcciones privadas, coincidiendo quizá con
el abandono de la colonia Celsa, y
durante el siglo II, a lo largo de la dinastía antonina, continuó la
prosperidad, la expansión urbana y el apogeo de la ciudad, que llegó a
convertirse en uno de los núcleos urbanos más monumentales e imponentes de su
tiempo. Caesaraugusta ha conservado
además su nombre hasta la actualidad, derivando en las diferentes épocas de su
historia de Caesaraugusta a Saragusta, Saraqusta, Saracosta, Çaragoça y finalmente, Zaragoza.
El
profe Bigotini, caesaraugustano desde su más tierna infancia, asiste cada día
con la mayor emoción, al grandioso espectáculo urbano de su querida ciudad
asomada al cristal del padre Ebro, río totémico y columna vertebral de la
Iberia sagrada y eterna, y a los prodigios y maravillas que cada día perpetran
sus desmesurados habitantes, que son grandes
para los reveses, luchando fuertes y rudos…
Si
estás triste, abraza un zapato. Un zapato con_suela.