Hace unos quinientos
millones de años coleaban por esos mares unos vertebrados pisciformes, cuyos
cerebros poseían ya las mismas divisiones cerebrales básicas que tienen todos
los vertebrados modernos, incluidos nosotros mismos. Eso sí, las proporciones
de estas tres regiones cerebrales y su importancia, eran ostensiblemente
distintas a las nuestras.
Paul MacLean, uno de los
más brillantes especialistas en evolución cerebral, llevó a cabo minuciosos
estudios sobre el comportamiento de un amplio abanico de especies animales, y
su relación con la excitación de las diferentes zonas del cerebro. Basándose en
estas experiencias MacLean elaboró un sugestivo modelo de la estructura y
evolución cerebrales. Afirmó que estamos obligados a examinarnos a nosotros
mismos y al mundo en general, a través de tres mentalidades muy distintas,
en dos de las cuales no interviene la facultad del habla. Siguiendo siempre su
teoría, el cerebro humano equivale a tres computadores biológicos
interconectados, cada uno de los cuales posee su peculiar y específica
inteligencia, subjetividad y sentido del tiempo y del espacio, así como sus
propias funciones de memoria, motrices y de todo tipo. Las tres partes se
distinguen muy bien tanto por su estructura y configuración neuroanatómica,
como por su funcionalidad y hasta por su química, ya que contienen proporciones
muy dispares de sustancias como dopamina o colinesterasa.
La porción más primitiva
del cerebro humano comprende la médula
espinal, el llamado cerebro posterior (protuberancia anular más
médula oblonga), y el cerebro
medio o mesencéfalo. El conjunto se conoce como complejo reptiliano o
complejo R, y alberga los mecanismos neurales básicos de la
reproducción y la autoconservación, regulación del ritmo cardiaco, de la
respiración, de la circulación sanguínea, y en definitiva del conjunto de
mecanismos esenciales para la vida y el funcionamiento “automático” de
cualquier ser vivo. En el
cerebro reptiliano radican los instintos, las formas más elementales de
comportamiento. En los primeros meses de la vida de cualquier ser humano, esta
área predomina sobre las demás, condicionando gestos, actitudes y el conjunto
del comportamiento del recién nacido. Se desarrolló hace varios centenares de
millones de años. MacLean demostró que el complejo R desempeña un
importantísimo papel en la conducta agresiva, la territorialidad, los actos
rituales y el establecimiento de jerarquías sociales.
Rodeando al complejo
reptiliano se halla el sistema
límbico, probablemente originado hace más de ciento cincuenta millones
de años. En el sistema límbico se gestan las emociones. Descargas
eléctricas en esta región, pueden producir síntomas similares a los causados
por las drogas psicodélicas y alucinógenas. El sistema límbico controla la
hilaridad, el miedo, y un amplio abanico de sutiles emociones que solemos
considerar erróneamente como privativas del hombre, pero que se hallan
presentes en muchos mamíferos. No os engañéis, un perro es también capaz de
ofrecer amor o de experimentar la dolorosa herida del rechazo o el abandono. La pituitaria, glándula que domina
y regula nuestro sistema endocrino, forma parte esencial de la región límbica.
También se encuentra en esta zona la amígdala
cerebral, cuya excitación provoca experimentalmente impulsos
agresivos y de terror. Existen además importantes indicios para considerar que
las bases del comportamiento altruista residen en esta región. Acaso la parte
más primitiva del sistema límbico es la corteza
olfativa, que se relaciona muy íntimamente con la atracción sexual. El hipocampo, que también forma
parte de la región, es fundamental en nuestra capacidad de retención y
evocación de sucesos pasados. Lesiones a este nivel provocan pérdidas de
memoria.
La parte más moderna de
nuestro cerebro es el neocórtex.
En nuestra especie representa con gran diferencia la parte principal de la masa
cerebral. También está muy desarrollado en otros mamíferos, particularmente en
los delfines y por supuesto, en los distintos géneros de primates. Nuestra
capacidad para leer, escribir, levantar mapas, orientarnos en el espacio
tridimensional y valernos de los símbolos, radica sin duda en el neocórtex.
Ya veis pues que las
divisiones están claras. Complejo R: instintos; sistema límbico: emociones;
neocórtex: pensamiento abstracto. Pero cuidado con equivocarse, nuestro cerebro
se apoya en las tres regiones, y las tres nos son absolutamente necesarias.
Habrá quien sostenga que el Quijote se escribió, la Gioconda se pintó, o la Sinfonía Heroica
se compuso gracias al neocórtex. Sin embargo, pensad en qué quedarían estas
grandes obras y muchas otras, si estuvieran por completo desprovistas de
intuiciones, de emociones…
Un consejo del anciano
profesor: por mucho que la vida os zarandee, no renunciéis jamás al niño,
incluso al animal (dicho sea con el mayor cariño) que llevamos dentro. Ambos
son esenciales para sobrellevar con dignidad la condena a la felicidad que a
todos se nos impone desde el nacimiento.
La estupidez es un fenómeno mucho más
interesante que la inteligencia. Mientras que la inteligencia tiene sus
limitaciones, la estupidez puede ser infinita. Albert Einstein.
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