El año 1861 marcó un hito en la
historia de la Paleontología. Los obreros de una cantera de Solnhofen, en el
sur de Alemania, estaban cortando unos bloques de calizas cuando una de las
planchas reveló el esqueleto casi completo de un archaeopteryx, la
primera ave de que se tiene noticia, al menos hasta el presente. No solo
estaban los huesos prácticamente intactos, sino que además la piedra tenía
estampada la impresión de las plumas. Eran unas plumas inequívocamente aviares,
y estaban situadas en los lugares apropiados: las alas y la larga cola.
Un segundo espécimen más completo
aun, se halló en el mismo lugar en 1877. Desde entonces se han encontrado cuatro
ejemplares más, todos pertenecientes sin duda a la misma especie, que fue
bautizada como archaeopteryx lithographica (el pájaro arcaico grabado en la
piedra). Es hasta ahora la única especie conocida del género archaeopteryx, que a su vez es
el único género de la subclase arqueonites (pájaros antiguos), que junto a sus
primos lejanos odontornites (pájaros con dientes), completan el
grupo (la clase, para ser exactos) de las que en romance llano llamamos aves
primitivas no voladoras. Todas las rocas de los hallazgos datan de finales
del jurásico, y tienen una
antigüedad de unos 150 millones de años.
El tamaño de archaeopteryx era similar al de una tórtola moderna.
Tenía la cabeza relativamente pequeña y las cuencas oculares muy grandes, lo
que sugiere una visión excelente, quizá adaptada a la vida nocturna. El pico
dotado de agudos dientes y la larga cola ósea compuesta por numerosas
vértebras, son rasgos típicos de los celurosáuridos, pequeños
dinosaurios carnívoros.
Archaeopteryx quizá se alimentaba de pequeños
lagartos, o más probablemente de insectos. Las extremidades eran largas y
delgadas, con tres dedos (como las palomas) en cada una de las manos, y con los
pies típicos de las aves. Los huesos distales de las patas eran largos, lo que
le permitiría correr a bastante velocidad. El esqueleto desprovisto de plumas
podría pasar por el de cualquier celurosáurido a no ser por la típica espoleta aviar
formada por la unión de las clavículas. Ese detalle y naturalmente, el
abundante plumaje de las alas y la cola, convierten a archaeopteryx en una auténtica transición entre
dinosaurio y ave, el eslabón
perdido hallado en las
minas alemanas.
Existe controversia sobre si nuestro
dinosaurio alado podía volar. En contra del vuelo está su pequeño esternón desprovisto
de quilla, la estructura donde se insertan los potentes músculos
pectorales de las aves voladoras actuales. Según esta versión, archaeopteryx debía
trepar a los árboles ayudándose de sus potentes garras, para luego lanzarse
planeando de un árbol a otro y tal vez capturar insectos con sus alas
desplegadas. Sin embargo, las plumas de archaeopteryx presentan
una estructura y una distribución sobre las alas tan parecidas a las de las
aves actuales, que parecen inclinar la balanza a favor del vuelo. Puede que este
vuelo no fuera tan poderoso y eficaz como el de sus descendientes emplumados,
pero no cabe duda de que nuestro amigo estaba hecho ya todo un pájaro de
cuenta.
Algunos escritores
consiguen que haya más lectores. Otros sólo consiguen que haya más libros.
Jacinto Benavente.
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