Para que el caballo pueda trotar, el pez nadar y el
águila volar, hace falta que determinados grupos musculares se muevan de forma
coordinada. Para que el murciélago se oriente en la oscuridad de la gruta, para
que la imagen del depredador desencadene en la presa el impulso de huída, para
que el olor de la polilla hembra despierte el instinto sexual del macho, hace
falta que las percepciones sensoriales sean evaluadas y transformadas en
reacciones. Para que se produzcan estos sucesos y una infinidad de otros
igualmente fundamentales, es imprescindible un trabajo coordinado, es necesaria
la existencia de un sistema
nervioso central. Es necesaria la existencia del cerebro.
Esta necesidad de reconocimiento de los estímulos y
respuesta coordinada, surge ya en la fase evolutiva de los organismos
unicelulares. Estos organismos son capaces por ejemplo, de moverse en el medio
acuático mediante la acción coordinada de un gran número de cilios o pestañas.
Si cada uno de esos cilios se moviera de forma independiente, no se produciría
un movimiento direccional determinado. Y si la coordinación es importante en
los seres unicelulares, la importancia aumenta de forma exponencial en los
organismos más complejos. En su lucha por la supervivencia, los animales han
desarrollado un tipo especial de células encargadas de esta función de
transmisión de estímulos, de respuestas y en definitiva, de la coordinación. Constituyen
el punto de partida de la tercera y definitiva fase de la evolución. Son las
células nerviosas o neuronas.
¿Qué tienen de extraordinario las neuronas, que no
tengan el resto de las células especializadas? Desde luego, contienen el mismo
ADN en su núcleo, y utilizan el mismo código genético para la síntesis de
proteínas que todas las demás células. Pero se caracterizan por dos cualidades
importantes: su peculiar forma y las especiales propiedades de su membrana. Las
neuronas pueden alcanzar una longitud de hasta 1,5 mm., lo que para una célula
constituye un gigantismo excepcional. Presentan una forma que recuerda a la de
un árbol. Las raíces están formadas por las dendritas,
que sirven para conectarse con otras neuronas y canalizar las señales
procedentes de ellas. El tronco se denomina axón,
y transmite las señales a las dendritas de otras neuronas a través de sus
ramificaciones. Pero lo más singular es que las neuronas tienen la capacidad de
generar y transmitir impulsos eléctricos. Esta facultad se basa en las
asombrosas propiedades de la membrana,
que, por decirlo de algún modo, se comporta como una larga hilera de fichas de
dominó con sus correspondientes polos eléctricos (positivo y negativo). Cuando
se tumba una de las fichas de los extremos, la señal recorre toda la hilera de
fichas a lo largo del axón, distribuyéndose por todas sus ramificaciones. Tras
un brevísimo periodo de descanso de apenas unos milisegundos, todas las fichas
vuelven a ponerse en pie, y quedan listas para transmitir una nueva señal.
Una sola neurona puede llegar a establecer hasta
10.000 sinapsis o conexiones con otras neuronas,
llegando a formarse una red de gran complejidad, frente a la cual el diagrama
de cualquier aparato electrónico sofisticado, resultaría de una simplicidad
ridícula. La velocidad de transmisión en organismos primitivos es del orden de 1 cm. por segundo, y llega a superar
los 120 m. por segundo en los mamíferos. Para alcanzar este nivel fue de vital
importancia el paso evolutivo hacia la sangre caliente. La temperatura alta y
constante permite el funcionamiento continuo y eficiente del sistema nervioso.
No es casual que los dos órdenes de animales con mayor rendimiento cerebral
(aves y mamíferos) seamos animales de sangre caliente.
Lo más importante para el desarrollo de la
capacidad del sistema nervioso es el patrón de conexión de las neuronas. En los
gusanos nematodos, que presentan un patrón muy simple, ha sido posible estudiar
todo el esquema de conexiones de sus células nerviosas, comprobándose que en
todos los ejemplares de la misma especie las conexiones derivan de un mismo
diagrama patrón. Esto quiere decir que el diagrama de conexiones está
predefinido en la información genética, así que salvo eventuales mutaciones,
todos los nematodos de la misma especie presentan idéntico esquema cerebral.
Podríamos preguntarnos si es posible que la
información contenida en el ADN resulte suficiente para determinar la
construcción de un circuito mucho más complejo, como el de los animales
superiores, y concretamente como el de nuestros cerebros. La respuesta es
categórica: esto no es posible. La cantidad de ADN de los organismos superiores
no es suficiente para determinar las sinapsis que deben establecerse, ni con
qué neuronas deben establecerse. El ADN se limita a marcar unas directrices
generales de los mecanismos más elementales e imprescindibles para la supervivencia. Nada
más. ¿Qué quiere decir esto? Ni más ni menos que lo siguiente: en el momento
del nacimiento, nuestros cerebros son una especie de libros en blanco. No
contienen más que unos pocos trazos esquemáticos (aprovechando la analogía del
libro, algo así como la división de los capítulos y poco más). El libro lo
tendremos que escribir nosotros a lo largo de nuestra vida. Las conexiones se
van conformando a través de nuestras experiencias particulares, hasta
constituir una extensa y complejísima red de sinapsis completamente única e
irrepetible. Ni siquiera los gemelos idénticos procedentes de un único zigoto y
con idéntica carga genética, tienen un cerebro igual, porque desde el mismo nacimiento,
cada uno habrá ido escribiendo su libro en blanco a su manera y mediante sus
propias experiencias personales.
¿No os parece fascinante? El anciano profesor,
desde la agreste montaña de sus muchos años y el pozo de su mucha ignorancia,
os aconseja que no perdáis el tiempo. Esforzaos en escribir con buena letra las
páginas en blanco que os queden. Creedme amigos, en este mundo ya no cabe ni un
tonto más. Me parece que tenemos bastante con los gobernantes y los que salen
en televisión.
Es
preferible permanecer callado y parecer idiota, que hablar y despejar las dudas
definitivamente.
Groucho Marx.
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