viernes, 7 de septiembre de 2018

...VINO EN CARNE MORTAL A ZARAGOZA



Mucho antes de que se hubiera inventado el inserso ni nada remotamente parecido, hubo una viuda, en concreto la virgen María, que tuvo capricho de hacer un viaje. Corría el año 40 de nuestra era. Habían pasado siete desde que allá en aquel tétrico monte Calvario, repleto de calaveras como indica su etimología latina, vio morir crucificado a su único hijo. Pasó después, auxiliada por un puñado de amigos y parientes, por el amargo trance de enterrar su cuerpo ungido de fragantes bálsamos, y asistió tres días más tarde a su gloriosa resurrección. ¡Dios mío, cuántas emociones y cuánto estrés! Demasiado trajín para una viuda que, por muy jovencita que hubiera sido cuando dio a luz a Jesús, por fuerza tenía que haber rebasado los cincuenta abriles. Olvídese el lector de Demi Moore o de Kim Basinger. Una mujer de esa edad de hace más de veinte siglos era una anciana con un pie en la tumba. A saber: artrosis, túnel carpiano (las mujeres se pasaban la vida dale que te dale a la rueca), dentadura catastrófica o puede que inexistente (no había Colgate), un ramillete de infecciones y parasitosis crónicas (no había antibióticos). Menopausia… ¿Menstrúan las vírgenes? La respuesta biológica es un sí rotundo. Precisamente las vírgenes por ser vírgenes deberían tener los ciclos regulares y sin el menor fallo. Así que la virgen María menstruaba, y por lo tanto también tuvo que llegarle la menopausia, salvo mejor opinión en contrario de algún concilio de los primeros siglos de la cristiandad, que como tienen tanta letra pequeña, vete a saber si en una de las cláusulas los patri eclesie decretaron que las vírgenes no menstrúan, que todo puede ser.

Bueno, pues la virgen María, a pesar de sus achaques, decidió viajar. Y no crean que pensó en un viaje breve, digamos a Cafarnaún o a Jerusalén para dar unos cabezazos en el muro, conducta inexplicable que a menudo adoptan allí lugareños y forasteros. ¡Qué va! La virgen quiso viajar nada menos que a Zaragoza, en Hispania, que hacía unos pocos años había perdido su viejo nombre de Salduie, para ser rebautizada como Cesaraugusta por los romanos, que eran los americanos de entonces, pero sin coca-cola. Equipaje: nada de maletines, bolsos o mochilas. ¡Una columna de jaspe!, roca sedimentaria con alto contenido silíceo. ¡Ahí queda eso!

Se ignora si se echó al hombro el pilar, como Obelix, o lo hizo transportar por otro medio. Entonces no existía Ryanair, pero de haber existido le habrían aplicado una tasa astronómica por exceso de equipaje. El viaje por mar parece más razonable salvo por el detalle de que hubiera tardado varios meses. Que llegara hasta nuestras costas montada a caballo en el pilar se antoja descabellado, no tanto porque las rocas no flotan (recuérdese que Santiago llegó después a Galicia flotando en su ataúd de piedra), como por el reuma que le impediría llevar tanto tiempo los pies metidos en el agua, y sobre todo por la postura a horcajadas sobre el pilar, que resulta poco airosa para una señora de edad, y mucho menos para toda una virgen, Mater Dei, Regina Coelum, etcétera. Personalmente me inclino por algún medio sobrenatural, tipo transustanciación o alguna otra disciplina milagrosa. Téngase en cuenta que poco después del viaje que nos ocupa, María Virgen sufrió (o mejor, disfrutó) la llamada asunción, fenómeno por el que fue elevada a los cielos en cuerpo y alma de forma prodigiosa. Un rayo de luz absorbente y ¡zas!, como en las abducciones de las películas de marcianos. Considérese también en favor del método sobrenatural, que la virgen María mantenía excelentes (e íntimas) relaciones con las Tres Personas más influyentes del universo.


Así que el 2 de enero del año 40, María se materializó con su pilar en Zaragoza, ante la mirada atónita de Santiago, que ya la conocía de Nazaret, de otros siete cristianos (así lo recoge la tradición piadosa) recién bautizados por el mismo Santiago, y ante el asombro del resto de cesaraugustanos que vieron a una señora hacer equilibrios subida en un pilar de jaspe, mientras resplandecía su hermosa figura entre la espesa niebla, porque nadie que se haya criado a orillas del Ebro concibe otra cosa que espesa niebla en un 2 de enero. Por expreso mandato suyo, Santiago y los siete (no incurra el lector en el sacrílego error de relacionar esto con la serie televisiva de Ana Obregón) levantaron en el lugar de la aparición-avistamiento un pequeño templo en honor de Santa María que andando el tiempo se convirtió en iglesia gótica y más tarde sería la basílica de Nuestra Señora del Pilar, cuya fama se ha extendido por toda la cristiandad. Hoy día el Pilar se ha convertido en imán (como Jomeini) para los creyentes, en faro (como el de Vigo) para los peregrinos, y en el templo mariano (como Rajoy) más importante del mundo hispánico.

Resulta que la virgen del Pilar no se limita, como otras más modositas, a ser reina y madre, sino que en momentos de apuro capitanea las tropas aragonesas contra cualquier invasor de allende (¡que hermoso adverbio!) los Pirineos, así que los zaragozanos le profesamos una devoción a toda prueba. La cubrimos de lujosos mantos, joyas y toneladas de flores, mientras a su sombra y amparo bailamos danzas atávicas ejecutando cabriolas prodigiosas, y entonamos cantos rituales que causan admiración a propios y extraños. Se le atribuyen infinidad de milagros. Hace que crezcan de nuevo piernas amputadas, que hablen los mudos, que vean los ciegos. Hace llorar a los viejos y alegra a la gente moza. En la guerra civil evitó que estallaran un par de bombas lanzadas por la aviación republicana. Porque, todo hay que decirlo, en la guerra la virgen iba con Franco. Y es lógico, porque los rojos no paraban de quemar iglesias y violar monjitas, así que la virgen iba con Franco por mucho que esto contraríe a Pepe Bono, a Paco Vázquez y a los demás católicos del PSOE, ¡qué le vamos a hacer!

En tiempos de paz mantiene la virgen una exquisita neutralidad en todas las materias mundanas, con la única excepción del especial favor que dispensa al Real Zaragoza, orgullo deportivo de los aragoneses. Ella sin duda inspiró al morito Nayim (¡qué encomiable gesto de ecumenismo!) aquel chut prodigioso que describiendo una parábola imposible, se incrustó en las mallas de la portería del Arsenal en la final de la Recopa del 95. Ella a buen seguro ha velado por el equipo, al menos hasta que el equipo comenzó a apartarse del buen camino para internarse en el lado oscuro (¡maldito Agapito!) y sumirse en las insondables tinieblas balompédicas de la segunda división, que viene a ser un Mordor futbolero con orcos y todo.


A lo largo de veinte siglos, millones de niños han pasado y siguen pasando bajo su manto protector. Sus padres los presentan a la virgen del Pilar, como hacían los antiguos moradores de Europa con los suyos ante los altares de Isis, de Deméter o de Cibeles. Desde este modesto foro sugerimos al cabildo que contrate a algún fornido monaguillo de dos metros, que se encargue de tomar en brazos a los visitantes ya crecidos, y los pase por la virgen. Sería un aliciente turístico muy interesante.
Y a lo largo de estos veinte siglos, millones de bocas piadosas han besado y siguen besando el pilar, a despecho de devastadoras epidemias de peste y decepcionantes pandemias de gripe. Tanto los zaragozanos de pura cepa como los turistas de fin de semana, besan con unción emocionada el sagrado pilar, se ciñen bien la bufanda desafiando al helado cierzo, y marchan decididos al tubo a tomarse su vermú con unas caras de felicidad que da gusto verlos.

Pensaba que mi mayor defecto era la indecisión, pero ahora... ahora no estoy tan seguro.





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