La ballena y el pelícano de la
ilustración son un perfecto ejemplo de la enorme diversidad de la vida sobre
nuestro planeta. Ambos pertenecen a especies actuales, son por lo tanto
organismos igualmente “modernos”, han tenido el mismo tiempo para evolucionar y
convertirse en lo que son en este momento: dos seres muy distintos, porque se
valen de diferentes medios de locomoción, habitan espacios diferentes, y
obedecen a diferentes estímulos. Uno surca los aires, la otra es capaz de
sumergirse en insondables abismos marinos… Ambos ilustran un caso particular de
evolución divergente, al menos tan paradigmático como podrían
serlo una ameba y un rosal; un champiñón y una rata; un salmón y el virus de la
varicela…
Sin embargo, al otro lado del espejo
encontramos casos tan increíbles como sorprendentes de precisamente lo
contrario: la evolución convergente. Especies que siguiendo
caminos extraordinariamente tortuosos y variados, han llegado a la misma Roma a la que sin sospecharlo siquiera, les
conducían sus destinos. ¿Por qué será que no nos sorprende encontrar órganos
análogos en animales tan dispares como un saltamontes, una rana y un canguro?
Probablemente será porque asumimos que unas patas traseras poderosas y
flexibles como muelles, les facultan para cubrir saltando grandes distancias,
una cualidad que casualmente resulta clave para la supervivencia de los tres en
los hábitats en que se desenvuelven.
Otro tanto podemos
decir de las palas excavadoras que poseen el topo y el grillo excavador, un
mamífero y un insecto muy alejados entre sí en el árbol evolutivo, pero
curiosamente unidos por la posesión de unos órganos análogos que por cierto
utilizan exactamente de la misma forma y para idéntica finalidad.
Manatíes, delfines,
tiburones, túnidos y reptiles marinos ya extintos, seres provenientes de
estirpes muy dispares, comparten todos ellos el mismo diseño corporal
hidrodinámico. Siluetas que fácilmente pueden confundirse en la turbidez de los
lechos marinos. La razón: es el diseño idóneo para surcar las profundidades con
el mínimo esfuerzo y la mínima resistencia. Veloces nadadores en busca de
presa, que se mueven con la elegancia de una coreografía acuática, en su mundo
silencioso y fantástico.
El buitre, el murciélago y el
desaparecido pterodáctilo, un ave, un mamífero y un reptil, tienen en común no
sólo la envidiable capacidad del vuelo, sino idéntica estructura de sus
extremidades anteriores, que les habilitan para el planeo celeste y majestuoso.
Son capaces de aprovechar las corrientes de aire cálidas para remontarse con un
mínimo gasto de energía. Un diseño que por cierto ha sido copiado con éxito por
algunos ingenios humanos. Funciona, ya lo creo. Por eso la naturaleza lo
produce con generosa prodigalidad.
Y es que cuando los diseños
funcionan, se repiten una y otra vez. Ya sean largas y musculosas extremidades
para huir velozmente de los depredadores (o cortas en otros casos, si resultan
útiles para otro fin); ya sean órganos de los sentidos (en un reciente post nos
detuvimos en la evolución del ojo); ya sean afilados dientes para devorar o
poderosas cornamentas para defenderse… El continente australiano constituye un
magnifico escenario de convergencia. Debido a su prolongado aislamiento, en él se
han desarrollado marsupiales que, ocupando nichos ecológicos equivalentes a sus
homólogos americanos, africanos o euroasiáticos, han adoptado idénticas formas
y hasta idénticos comportamientos que sus equivalentes mamíferos. El caso
paradigmático del recientemente extinguido lobo marsupial y el actual dingo, no
puede ser más ilustrativo.
Fijaos en que hasta aquí me he
referido exclusivamente a órganos y diseños corporales, pero lo cierto es que
podrían ponerse multitud de ejemplos de convergencia y equivalencia a nivel
molecular y genético. En lo micro y en lo macro existen pautas que se repiten.
Porque funcionan y funcionan bien. ¿A dónde nos lleva todo esto? Sencillamente
a que en Biología, lo mismo que en la Física que rige el Universo, existen unas
leyes. Hay un sistema y un método establecidos para la vida y para la
evolución, que en condiciones similares conducen a similares objetivos por
similares mecanismos. El hecho de que, por causa de las lagunas en el registro
fósil y por las limitaciones de los medios de investigación, no conozcamos al
dedillo la totalidad de esas leyes biológicas, no invalida el postulado
fundamental: esas leyes
existen. Han funcionado desde el principio de los tiempos, siguen
funcionando, y funcionarán hasta que todos los seres que habitamos la Tierra no
seamos más que un recuerdo impreciso flotando en el polvo estelar.
Dale
un pez a un hombre y comerá un día. Dale una caña y pedirá una tapa. Pepe (un camarero con
experiencia)
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