jueves, 19 de julio de 2018

EVOLUCIÓN CONVERGENTE. EL IMPERIO DE LA LEY



La ballena y el pelícano de la ilustración son un perfecto ejemplo de la enorme diversidad de la vida sobre nuestro planeta. Ambos pertenecen a especies actuales, son por lo tanto organismos igualmente “modernos”, han tenido el mismo tiempo para evolucionar y convertirse en lo que son en este momento: dos seres muy distintos, porque se valen de diferentes medios de locomoción, habitan espacios diferentes, y obedecen a diferentes estímulos. Uno surca los aires, la otra es capaz de sumergirse en insondables abismos marinos… Ambos ilustran un caso particular de evolución divergente, al menos tan paradigmático como podrían serlo una ameba y un rosal; un champiñón y una rata; un salmón y el virus de la varicela…

Sin embargo, al otro lado del espejo encontramos casos tan increíbles como sorprendentes de precisamente lo contrario: la evolución convergente. Especies que siguiendo caminos extraordinariamente tortuosos y variados, han llegado a la misma Roma a la que sin sospecharlo siquiera, les conducían sus destinos. ¿Por qué será que no nos sorprende encontrar órganos análogos en animales tan dispares como un saltamontes, una rana y un canguro? Probablemente será porque asumimos que unas patas traseras poderosas y flexibles como muelles, les facultan para cubrir saltando grandes distancias, una cualidad que casualmente resulta clave para la supervivencia de los tres en los hábitats en que se desenvuelven.



Otro tanto podemos decir de las palas excavadoras que poseen el topo y el grillo excavador, un mamífero y un insecto muy alejados entre sí en el árbol evolutivo, pero curiosamente unidos por la posesión de unos órganos análogos que por cierto utilizan exactamente de la misma forma y para idéntica finalidad.
Manatíes, delfines, tiburones, túnidos y reptiles marinos ya extintos, seres provenientes de estirpes muy dispares, comparten todos ellos el mismo diseño corporal hidrodinámico. Siluetas que fácilmente pueden confundirse en la turbidez de los lechos marinos. La razón: es el diseño idóneo para surcar las profundidades con el mínimo esfuerzo y la mínima resistencia. Veloces nadadores en busca de presa, que se mueven con la elegancia de una coreografía acuática, en su mundo silencioso y fantástico.

El buitre, el murciélago y el desaparecido pterodáctilo, un ave, un mamífero y un reptil, tienen en común no sólo la envidiable capacidad del vuelo, sino idéntica estructura de sus extremidades anteriores, que les habilitan para el planeo celeste y majestuoso. Son capaces de aprovechar las corrientes de aire cálidas para remontarse con un mínimo gasto de energía. Un diseño que por cierto ha sido copiado con éxito por algunos ingenios humanos. Funciona, ya lo creo. Por eso la naturaleza lo produce con generosa prodigalidad.

Y es que cuando los diseños funcionan, se repiten una y otra vez. Ya sean largas y musculosas extremidades para huir velozmente de los depredadores (o cortas en otros casos, si resultan útiles para otro fin); ya sean órganos de los sentidos (en un reciente post nos detuvimos en la evolución del ojo); ya sean afilados dientes para devorar o poderosas cornamentas para defenderse… El continente australiano constituye un magnifico escenario de convergencia. Debido a su prolongado aislamiento, en él se han desarrollado marsupiales que, ocupando nichos ecológicos equivalentes a sus homólogos americanos, africanos o euroasiáticos, han adoptado idénticas formas y hasta idénticos comportamientos que sus equivalentes mamíferos. El caso paradigmático del recientemente extinguido lobo marsupial y el actual dingo, no puede ser más ilustrativo.


Fijaos en que hasta aquí me he referido exclusivamente a órganos y diseños corporales, pero lo cierto es que podrían ponerse multitud de ejemplos de convergencia y equivalencia a nivel molecular y genético. En lo micro y en lo macro existen pautas que se repiten. Porque funcionan y funcionan bien. ¿A dónde nos lleva todo esto? Sencillamente a que en Biología, lo mismo que en la Física que rige el Universo, existen unas leyes. Hay un sistema y un método establecidos para la vida y para la evolución, que en condiciones similares conducen a similares objetivos por similares mecanismos. El hecho de que, por causa de las lagunas en el registro fósil y por las limitaciones de los medios de investigación, no conozcamos al dedillo la totalidad de esas leyes biológicas, no invalida el postulado fundamental: esas leyes existen. Han funcionado desde el principio de los tiempos, siguen funcionando, y funcionarán hasta que todos los seres que habitamos la Tierra no seamos más que un recuerdo impreciso flotando en el polvo estelar.

Dale un pez a un hombre y comerá un día. Dale una caña y pedirá una tapa.  Pepe (un camarero con experiencia)




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