Platón
escribió: dicen que hay nueve Musas. ¡Qué desmemoriados! Han
olvidado la décima, Safo de Lesbos. Y Solón, ya muy viejo y
casi ciego, dijo cuando su sobrino le leyó un poema de Safo: ¡Ahora
ya me puedo morir!
Qué
podremos decir nosotros, pobres admiradores de aquella edad dorada,
de esa mujer fascinante y legendaria que se asomó a la celebridad y
a la infamia hace más de dos mil quinientos años. Por lo poco que
conocemos de su biografía, nació hacia el 612 a.C. en Ereso,
localidad cercana a Mitilene, la capital de la floreciente isla de
Lesbos. Sus padres, nobles y ricos, se trasladaron con ella a
Mitilene más o menos por la época en que comenzó a gobernar allí
el dictador Pítaco, a quien la Historia trata de forma un tanto
ambigua, pues se le tacha de tirano a la vez que se le coloca junto
al citado Solón en la nómina de los famosos siete sabios de Grecia.
En esa dulce Mitilene célebre por sus marinos, sus vinos y sus
terremotos, creció y vivió la pequeña Safo, a quien describen como
una criatura menuda y frágil, de ojos negrísimos, no precisamente
bella, pero sí encantadora.
Siendo
ya una reputada poetisa, se le atribuyó un romance con Alceo,
también poeta, y no menor, pues sus coetáneos le situaron junto a
Homero y Hesíodo, en la cumbre de la poesía. Este Alceo, que
inventó una nueva métrica, la alcaica, debía ser un poco petulante
y no menos fanfarrón. Parece que organizó diferentes algaradas
contra el tirano Pítaco, lo que le costó ser condenado al exilio.
Es muy dudoso que Safo, su enamorada, participara en las intrigas
conspiratorias de Alceo. No obstante, Pítaco también la desterró
primero a la vecina ciudad de Pirra, y más tarde, cuando se
extendieron como un reguero de pólvora los rumores sobre ciertas
prácticas a las que la poetisa se entregaba con sus jóvenes amigas,
el implacable dictador decretó el exilio en Sicilia para Safo. Según
ciertos biógrafos, en Sicilia se casó con un comerciante rico, y
tuvo una niña que no cambiaría por toda la Lidia y ni siquiera
por la adorable Lesbos. Este marido, acaso de conveniencia, la
dejó viuda y rica, cumpliendo fielmente con la obligación de los
maridos pudientes. Necesito del lujo como del sol, reconoció
ella con gran sinceridad, y regresó a Lesbos rica y todavía joven.
Allí en su querida y dulce patria, instauró un colegio para
muchachas, en el que acogió a las hijas de la mejor sociedad de
Mitilene. Ella las llamaba hetairas, término que con
el tiempo ha adquirido un matiz algo peyorativo, pero que en época
de Safo significaba sencillamente compañeras.
Les
enseñaba música, poesía y danza. Pero muy pronto volvieron a
reproducirse los pasados rumores acerca de las costumbres de la
maestra y de los usos nada ortodoxos de su escuela. El escándalo
estalló cuando los padres de Atti, una de las jóvenes hetairas, en
realidad la preferida de Safo, llegaron un día y se la llevaron
entre improperios. La desdicha de Safo resultó dichosa para la
poesía, pues el dolor de la separación inspiró a la poetisa
algunos de los mejores versos de la lírica de todos los tiempos. El
Adiós a Atti sigue siendo un modelo poético por la
extraordinaria sinceridad, la inspiración y la sobriedad de los
versos dedicados a su agridulce tormento. Después de la
separación y del escándalo, difieren las crónicas. Hay quienes
quieren que ya en su edad madura, Safo volvió a amar a los hombres.
Una leyenda que recoge Ovidio habla de que perdió la cabeza por
cierto marino, y que viéndose rechazada por este, se suicidó
precipitándose desde el peñón de Léucade. Modernamente, se ha
reconocido sin embargo, que la protagonista de esta leyenda no fue
nuestra Safo, sino una cortesana egipcia famosa por su belleza, que
llevaba el mismo nombre. La verdadera Safo debió morir de vieja, y
nos dejó esta incomparable reflexión sobre la muerte:
Irremediablemente, como la noche estrellada sucede al rosado
ocaso, la muerte sigue a la vida, y al final la arrebata.
En
cuanto al lesbianismo y lo lésbico, resulta curioso que una sociedad
como la griega de aquella edad dorada, tan tolerante con ciertas
formas de homosexualidad masculina, que no sólo se permitían, sino
que incluso se fomentaban tanto en la milicia como en los gimnasios y
otros escenarios deportivos y docentes, fuera tan intransigente con
el amor entre mujeres. Acaso sea lícito apreciar en este fenómeno
la influencia de la cultura jonia que, procedente del Continente y
sus áreas septentrionales, se impuso a la primitiva civilización
pelásgica de tradición matrilineal frente al sistema patriarcal
adoptado por los invasores. Pero esto quizá sea demasiado suponer.
Miro al profe Bigotini para ver que piensa sobre esta cuestión. Me
mira y tuerce el bigote en un gesto característico suyo que lo mismo
significa que le parece bien, como quiere decir que ya va siendo hora
de cenar. ¡Qué hombre tan enigmático!
Huye
de la tentación, pero procura hacerlo despacio para que pueda
alcanzarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario