miércoles, 24 de enero de 2018

ALEJANDRO Y LAS ALEJANDRÍAS. LA HELENIZACIÓN DE ORIENTE


La extensión del helenismo tras las conquistas de Alejandro de Macedonia, constituyó un movimiento de colonización en toda la extensión del antiguo Estado persa. El mismo Alejandro fundó hasta setenta colonias en el curso de su breve existencia. Casi todas ellas llevaban su nombre. La más importante fue la Alejandría de Egipto, capital del reino de los ptolomeos, que impuso su sello a toda la civilización del periodo helenístico, y a la que, por esa razón, llamamos civilización alejandrina.
Podríamos agrupar las ciudades fundadas por Alejandro en tres categorías principales. Primera, las Alejandrías portuarias, entre las que además de la citada Alejandría egipcia, pueden incluirse la Alejandría de Siria, situada frente a Chipre, que después tomó el nombre de Alejandreta. También está la Alejandría de las Bocas del Tigris. En una segunda categoría tedríamos las Alejandrías emporios, que sirvieron de lugar de tránsito en las grandes rutas caravaneras que llegaban hasta las fronteras de la India.


En tercer lugar están las Alejandrías fortalezas, situadas a lo largo de la frontera con la India, en los actuales Beluchistán y Afganistán. Estas últimas representaron un papel protagonista desde el punto de vista cultural. Gracias a ellas el helenismo entró en contacto con la India, lo que produjo el nacimiento de los estados heleno-indios, de unas manifestaciones artísticas muy particulares, y hasta de la transmisión del germen de géneros literarios como el dramático. Cuando más tarde el budismo inauguró su misión civilizadora en el Extremo Oriente, su corriente arrastró las semillas del helenismo. La secesión del Estado parto en 249, dañó considerablemente a esas colonias lejanas, privándolas de la protección de la dinastía helénica de los seléucidas. Esto no impidió la helenización, siquiera sea parcial, del reino parto, al menos mientras estas ciudades no fueron sofocadas bajo la presión de los bárbaros. No obstante, y aunque en esa forma barbarizada, subsiste hasta el presente Kandahar, probando con su resistencia la visión a largo plazo de sus fundadores.


Entre los diádocos, Seleuco fue quien siguió llevando a cabo con mayor tenacidad las aspiraciones colonizadoras del mítico emperador. Sus huellas fueron seguidas por sus sucesores, los seléucidas. Seleuco mismo fundó hasta setenta y cinco colonias, entre otras aquella que nombró capital de su reino y llamó Antioquía en honor a su padre Antioco. Los sirios la llamaban la bella ciudad de los helenos, con su cercano puerto de Seleucio. Asimismo, en las cercanías, las ciudades recibieron el nombre de reinas: Laodicea y Apamea. En Mesopotamia, Edesa y Seleucia de Tigris, que heredó desde entonces la importancia cultural de Babilonia, ya decadente. Como macedonio apasionado y helenófilo, Seleuco habría querido transformar su imperio en una especie de Nueva Macedonia. Es muy creíble que esa extrema helenofilia que heredaron sus sucesores, causara la separación del país de los partos. En cualquier caso, provocó un conflicto entre los seléucidas y los judíos en Palestina, cuando estos fueron arrebatados a los ptolomeos. Este conflicto condujo precisamente a la separación del reino judío en 168, que también sufrió a su vez, su propio proceso de helenización. De él prometemos ocuparnos en una próxima entrega. De momento, el viejo Bigotini se cansa ya de deponer su testimonio histórico. Dejémosle descansar mientras contempla como en un éxtasis un hermoso retrato de Cleopatra, personaje por el que siente, como César y Antonio, profunda pasión.



La talla de las estatuas disminuye cuando te alejas de ellas. La de los hombres disminuye cuando te acercas.



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