La
extensión del helenismo tras las conquistas de
Alejandro de Macedonia, constituyó un movimiento de colonización en
toda la extensión del antiguo Estado persa. El mismo Alejandro fundó
hasta setenta colonias en el curso de su breve existencia. Casi todas
ellas llevaban su nombre. La más importante fue la Alejandría de
Egipto, capital del reino de los ptolomeos, que impuso su sello a
toda la civilización del periodo helenístico, y a la que, por esa
razón, llamamos civilización alejandrina.
Podríamos
agrupar las ciudades fundadas por Alejandro en tres categorías
principales. Primera, las Alejandrías portuarias,
entre las que además de la citada Alejandría egipcia, pueden
incluirse la Alejandría de Siria, situada frente a Chipre, que
después tomó el nombre de Alejandreta. También está la Alejandría
de las Bocas del Tigris. En una segunda categoría tedríamos las
Alejandrías emporios, que sirvieron de lugar de
tránsito en las grandes rutas caravaneras que llegaban hasta las
fronteras de la India.
En
tercer lugar están las Alejandrías fortalezas,
situadas a lo largo de la frontera con la India, en los actuales
Beluchistán y Afganistán. Estas últimas representaron un papel
protagonista desde el punto de vista cultural. Gracias a ellas el
helenismo entró en contacto con la India, lo que produjo el
nacimiento de los estados heleno-indios, de unas manifestaciones
artísticas muy particulares, y hasta de la transmisión del germen
de géneros literarios como el dramático. Cuando más tarde el
budismo inauguró su misión civilizadora en el Extremo Oriente, su
corriente arrastró las semillas del helenismo. La secesión del
Estado parto en 249, dañó considerablemente a esas colonias
lejanas, privándolas de la protección de la dinastía helénica de
los seléucidas. Esto no impidió la helenización, siquiera sea
parcial, del reino parto, al menos mientras estas ciudades no fueron
sofocadas bajo la presión de los bárbaros. No obstante, y aunque en
esa forma barbarizada, subsiste hasta el presente Kandahar,
probando con su resistencia la visión a largo plazo de sus
fundadores.
Entre
los diádocos, Seleuco fue quien siguió llevando a cabo con mayor
tenacidad las aspiraciones colonizadoras del mítico emperador. Sus
huellas fueron seguidas por sus sucesores, los seléucidas. Seleuco
mismo fundó hasta setenta y cinco colonias, entre otras aquella que
nombró capital de su reino y llamó Antioquía en honor a su padre
Antioco. Los sirios la llamaban la bella ciudad de los helenos,
con su cercano puerto de Seleucio. Asimismo, en las cercanías, las
ciudades recibieron el nombre de reinas: Laodicea y Apamea. En
Mesopotamia, Edesa y Seleucia de Tigris, que heredó desde entonces
la importancia cultural de Babilonia, ya decadente. Como macedonio
apasionado y helenófilo, Seleuco habría querido transformar su
imperio en una especie de Nueva Macedonia. Es muy creíble que esa
extrema helenofilia que heredaron sus sucesores, causara la
separación del país de los partos. En cualquier caso, provocó un
conflicto entre los seléucidas y los judíos en Palestina, cuando
estos fueron arrebatados a los ptolomeos. Este conflicto condujo
precisamente a la separación del reino judío en 168, que también
sufrió a su vez, su propio proceso de helenización. De él
prometemos ocuparnos en una próxima entrega. De momento, el viejo
Bigotini se cansa ya de deponer su testimonio histórico. Dejémosle
descansar mientras contempla como en un éxtasis un hermoso retrato
de Cleopatra, personaje por el que siente, como César y Antonio,
profunda pasión.
La
talla de las estatuas disminuye cuando te alejas de ellas. La de los
hombres disminuye cuando te acercas.
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