La
vieja Midland céltica, la Mediolanum romana, la
milenaria Milán y la Milán moderna, floreciente capital de
Lombardía, es desde hace unos años, uno de los destinos favoritos
de los aragoneses, por la comodidad que representan los vuelos
directos desde Zaragoza a la cercana Bergamo. Bigotini, como aragonés
de pro, no podía ser una excepción, así que ha visitado varias
veces Milán. La conoció durante las rebajas de un crudo mes de
enero, cubierta de una espesa capa de nieve que llegaba a las
rodillas. La ha recorrido también en un cálido (tórrido) verano, y
siempre se ha asombrado de hallarla una y otra vez hermosa.
Esa
tierra media que revela su etimología está incrustada entre
los Apeninos y los Alpes, entre los cursos del Tesino y el Adda.
Regada por el modesto río Olona, Milán es la cabeza de la próspera
Lombardía, que después del distrito parisino de L'Ille de France,
exhibe el segundo mayor producto interior bruto de Europa. Sus anchas
avenidas, sus rascacielos, su extrarradio industrial, parecen hacer
permanente alarde de esa riqueza.
A
lo largo de los siglos se han disputado Milán los hérulos, los
ostrogodos, los bizantinos, los lombardos, los carolingios... Ha sido
ciudad-estado independiente, la han poseído los pontífices romanos
y los reyes españoles. Se libró de la peste negra en el siglo XIV,
y sucumbió a ella en el XVII. Ha sido embellecida por los
principales artistas de la Historia, bajo la férula de los Visconti,
de los Sforza, de los Valois, de los Habsburgo. Milán fue la más
hermosa perla de las coronas de Francisco I, de Carlos V y del mismo
Napoleón Bonaparte. En el XIX fue abanderada de la unificación de
Italia. Por sus calles abigarradas desfilaron Garibaldi y el rey
Victor Manuel, y en la Scala, sagrado templo de la lírica europea,
resonó como una singular plegaria patriótica, el coro de los
esclavos del gran Giuseppe Verdi.
Durante
el convulso siglo veinte, Milán vio nacer el movimiento socialista
pero también el fascismo. El llamado Movimento dei Fasci di
Combattimento tuvo su primera sede en la milanesa piazza San
Sepolcro, y durante la guerra, Milán ostentó el más que dudoso
honor de ser la capital de la República de Saló, de infausto
recuerdo. En descargo de los milaneses (o más bien de sus abuelos),
conviene decir también que la ciudad y la Lombardía en su conjunto,
se distinguieron por su heroica resistencia frente a los fascistas, y
por la decisiva sublevación partisana del 45, que acabó con la
expulsión de los nazis y el linchamiento público de Benito
Mussolini, Claretta Petacci y sus acompañantes.
En
las últimas décadas Milán ha sido y sigue siendo el principal
motor de la economía y la cultura italianas. Su impresionante
cinturón industrial, su pujanza como centro financiero (la de Milán
es la Bolsa de valores de referencia en Italia), y su capitalidad de
la moda, en estrecha competencia con París, hacen de la metropoli
lombarda el pilar sobre el que se sustentan la economía y la
política italianas. Ahora bien, también se han gestado en Milán
los mayores escándalos y corrupciones. Recordemos a Bettino Craxi,
huído tras el escándalo de Tangentopoli, y no olvidemos a don
Silvio Berlusconi, cuyos manejos no es necesario, ni siquiera
higiénico, traer a colación.
Así
que como suele ocurrir casi siempre, Milán tiene sus luces y sus
sombras. Olvidemos por esta vez las sombras, y disfrutemos de la
espléndida luz de la Milán cosmopolita y eterna.
Para
empezar no está mal un paseo por el palazzo-castello de los Sforza.
Sus jardines cubiertos de nieve resultan impresionantes, lo mismo que
las cálidas salas del interior, que albergan incontables tesoros
artísticos. Y hablando de arte, en Milán se exhibe la célebre
Última cena de Leonardo de Vinci. Si se tiene la
precaución de planificar el viaje con antelación suficiente, pueden
reservarse entradas para admirarla. ¡Qué decir del duomo!
Se trata sin duda de una de las más impresionantes catedrales
europeas, visita obligada para cualquier viajero que pase por la
ciudad. Otro tanto puede decirse de la monumental plaza en que se
levanta. Está presidida por la magnífica estatua ecuestre de Victor
Manuel, y a un costado de la catedral se abre el pórtico a las
galerías Vittorio Emanuele, un prodigio arquitectónico modernista
copiado en otras urbes italianas (Nápoles) y europeas (Bruselas).
Las
célebres galerías comerciales introducen al incauto turista en el
ignoto (al menos para el profe Bigotini) universo del comercio, la
moda, las compras...
Las
compras. He aquí un concepto rotundo y no carente de riesgos. Con
una sola acompañante (Marisol) o con dos (Marisol y Laura), el pobre
Bigotini se ha visto arrastrado en todas sus incursiones milanesas, a
un torbellino de tiendas, pruebas, tediosas esperas y tortuosos
callejeos por las propias galerías, por corso Napoleone, por via
Manzoni, por corso Vittorio Emanuele, ejerciendo de cargador de
bolsas y paquetes, en un periplo tan torturador para los pies como
letal para la cuenta corriente. Las principales marcas, milanesas o
no, están presentes bajo los seculares soportales o en los lujosos
locales del centro. Tientan desde sus escaparates minimalistas a
féminas de los cinco continentes.
En
su primera visita a Milán, el profe estrenaba un elegante gabán de
confección española, de recio paño de Béjar, que hubiera sido la
envidia de cualquier adusto caballero castellano, o incluso de un
severo hidalgo montañés, pongo por caso. Parado en la esquina de
una de las arterias comerciales de Milán, Bigotini se despojó de un
guante al objeto de comprobar la temperatura de aquel enero gélido.
Pues bien, un milanés que pasaba enfundado en una de esas
estrafalarias y carísimas prendas de Gucci, de Prada o de qué se
yo, tuvo el descaro inaudito e insultante, de depositar una moneda en
la palma de aquella mano desnuda cuya proverbial limpieza desafiaba a
la misma nieve. Ahogando las lágrimas, me acordé de Quevedo cuando
escribió: miré los muros de la patria mía, si un día fuertes,
ya desmoronados...
¡Dios
todopoderoso confunda a esos malditos diseñadores andróginos, y
desate su furia celestial sobre esas ignominiosas pasarelas en que
desfilan ninfas tísicas que apenas cubren su desnudez con ridículos
harapos! ¡Amén!
En
fin, olvidado queda, y a otra cosa. Ya sabéis que en estas entradas
sobre viajes, no puede faltar nuestra pasión por la buena mesa. En
Milán el viajero puede dar por entero rienda suelta a sus más
refinados apetitos. Además de las especialidades tradicionales de la
región, a saber, jugosos escalopes a la milanesa, sabrosos risottos,
deliciosos raviolis o dulces panna cotta, y además de los no menos
tradicionales platos italianos de cualquier región (pastas, pizzas y
ossobucos), en Milán pueden encontrarse templos gastronómicos de
singular interés.
Una
de las visitas de Marisol y el profe a la ciudad, coincidió
felizmente con la Expo milanesa de 2015, que por una de esas
afortunadas casualidades, estuvo por entero dedicada a la
gastronomía. Aunque inevitablemente agotadora, la visita a los
distintos pabellones de los cientos de países representados en el
recinto ferial, ofreció dos o tres interesantes experiencias
culinarias, y como aquel viaje se planteó como monográfico, también
hubo aleccionadoras incursiones en la restauración local.
A
destacar varios establecimientos que paso a describir. La primera
agradable sorpresa nos la proporcionó la trattoria Pane al pane vino
al vino. Situado en via Tadino, 48 (metro Lima), es un local amplio
de decoración agradable, que figura en casi todas las guías
recientes. El interior recrea el ambiente de un mercado o una tienda
de delicatessen, y destacan los generosos platos de degustación de
embutidos, especialmente los salchichones, prosciutos y mortadelas
típicos de Lombardía.
El
Caffe Granaio está en el mismo centro de Milán, en la via Mengoni,
2, a cincuenta metros de la piazza del Duomo. Pertenece a una cadena
(al menos hay otro igual en Trento). Ofrece un menú económico de
cocina de mercado, con pastas y risottos muy aceptables y buena
relación calidad-precio. La cafetería tampoco está nada mal, y
venden panes de estilo francés muy interesantes. Pero lo mejor aquí
son los postres, más concretamente los helados y granizados
(granitta), que son artesanos, ricos y de tamaño descomunal.
Il
Salernitano, uno de los mejores y más populares restaurantes de
Milán, se encuentra en via Tadino 42, muy cerca del corso Buenos
Aires a la altura de la parada del metro Lima. Tiene una amplia
terraza, pero en verano conviene elegir una mesa en el interior
climatizado. La especialidad del Salernitano son los pescados en
cualquiera de sus variedades y preparaciones, aunque también son
notables las carnes. Los camareros son alegres y dicharacheros, al
estilo de los italianos del sur, que es lo que son, ni más ni menos.
Una velada inolvidable
Algo
más tristón, como de restaurante antiguo, es el personal del
Settembrini 18, ubicado precisamente en el número 18 de via
Settembrini, cercana a via Marcello. La especialidad de la casa son
los arroces y pastas con marisco: mejillones, almejas, gambas,
carabineros, cigalas y un largo y sabrosísimo etcétera El ambiente
un poco apagado. Eso si, la pitanza para chuparse los dedos. No hay
que perderse los tagliatelle alle vongole, que tienen fama mundial.
Por
último, un gran descubrimiento, el restaurante Non solo lesso, en
via Redi esquina con Giorgio Jan. Se trata de una pequeña taberna
con espacio para una docena de comensales, situado en el local de una
antigua barbería. Conserva parte del mobiliario, incluido un hermoso
sillón de barbero. El chef y propietario aconseja sabiamente y vende
muy eficazmente las especialidades de la casa: tablas de patés
caseros, de quesos, de embutidos, contundentes cocidos lombardos
acompañados de una casi infinita variedad de salsas y aliños, y el
monumental e imprescindible surtido de tapas que no son los típicos
y tópicos costrini, sino algo mucho más exquisito y elaborado. No
puede dejar de admirarse el abigarrado mostrador. El ambiente
familiar invita a prolongar la sobremesa con algún licor, y al final
de una cena opípara, el precio es más que moderado. No hay
sorpresas desagradables. Todo es felicidad. Non solo lesso, sino
mucho más que eso.
Así
que nos vamos de Milán con el mejor sabor de boca. Mientras se
mantengan estos vuelos casi directos tan cómodos, prometemos seguir
volviendo.
Soy
pobre, pero honrado. Las desgracias nunca vienen solas.
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