En
Faenza, provincia de Rávena, que entonces pertenecía a los Estados
Pontificios, nació en octubre de 1608 Evangelista
Torricelli, que estaba llamado a ser uno de los más
eminentes científicos del recién iniciado siglo XVII. Hijo de
familia acaudalada, fue envíado a formarse con su tío Jacopo, monje
de la regla de San Benito. A los diecinueve años marchó a Roma,
donde continuó su formación bajo la tutela de Benedetto Castelli,
también benedictino, y de nada menos que Galileo Galilei. El joven
Evangelista resultó un discípulo a la altura de su maestro. Así lo
reconoció el propio Galileo cuando en 1632 tuvo en las manos el
primer trabajo de Torricelli, una obra titulada De motu,
que desarrollaba admirablemente algunos principios de la mecánica,
por la que el científico de Pisa estaba tan interesado.
A
partir de entonces el joven alumno se convirtió en la sombra de su
maestro, una especie de secretario personal que lo acompañó en su
retiro de Arcetri. Lamentablemente, la delicada salud y la
quebrantada moral de Galileo tras su penoso proceso inquisitorial, le
permitieron vivir sólo unos meses más. Huérfano de mentor,
Torricelli aceptó la oferta que le hizo Fernando de Medici, para
impartir matemáticas en la célebre Academia de Florencia. Allí, en
la floreciente Florencia, flamante capital del Gran Ducado de
Toscana, residió y trabajó Evangelista Torricelli durante el resto
de su existencia, hasta que la parca inexorable le llamó a su lado,
víctima del tifus, en octubre de 1647, cuando acababa de cumplir
treinta y nueve años.
Cuatro
años antes de su fallecimiento, en 1643, realizó Torricelli el
experimento que le ha convertido en uno de los más brillantes
científicos de la Historia. Hizo ascender una columna de mercurio en
un tubo hueco de cristal en cuya parte superior se había hecho el
vacío. Sumergido el extremo abierto en una cubeta con mercurio, el
peso del aire atmosférico, hizo ascender la columna dentro del tubo.
De esta forma quedó demostrado que el aire tenía peso, y por lo
tanto, era capaz de ejercer presión. Más aun, esa presión
atmosférica podía ser medida y cuantificada. Torricelli acababa de
inventar el barómetro, un
instrumento científico destinado a influir de forma decisiva en el
desarrollo de la ciencia y la tecnología. La climatología, la
hidrodinámica y muchas otras disciplinas se beneficiaron de este
avance crucial. Enunció además el que se conoce como Teorema
de Torricelli, de capital importancia en hidráulica,
en realidad una derivación del Principio de Bernoulli que describe
el comportamiento del flujo de un líquido contenido en un recipiente
a través de un pequeño orificio, bajo la acción de la gravedad, y
se representa matemáticamente con la fórmula siguiente:
Su
obra Opera geometrica contribuyó a la mecánica de los
cuerpos en movimiento. También trabajó las soluciones para curvas
cicloides, estudió los conceptos de equilibrio
y centro de gravedad de los cuerpos, las parábolas
y las trayectorias parabólicas de los proyectiles. En
óptica llevó a término importantes mejoras tanto del telescopio
como del microscopio, y en definitiva, Evangelista
Torricelli fue uno de los más sobresalientes científicos de su
tiempo. El viejo profe Bigotini debe dejar en este punto esta breve
semblanza de Torricelli. El brusco descenso del barómetro no
presagia nada bueno, y cierto dolorcillo en una pierna termina de
confirmarlo. Nos pondremos a cubierto amigos.
El
ignorante si calla, será tenido por erudito, y pasará por sabio si
jamás abre la boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario