Un
caluroso verano, Bigotini y sus chicas, ávidos de aventuras,
cargaron el auto de maletas y cruzaron la frontera francesa por los
puertos andorranos, para internarse en el Midí francés, recorriendo
los caminos de aquellas tierras que un día pertenecieron a la Corona
de Aragón.
Los
rótulos de calles y plazas, que en muchos lugares alternan el
francés con la langue d'Oc u occitano y el provenzal, viejas lenguas
romances que antaño se hablaron por allí, recuerdan aquel remoto
pasado y reviven sentimientos de antigua hermandad. Aún en alguna
plaza, puede el viajero escuchar a algún grupo de ancianos
expresarse en un perfecto castellano. Son viejos exiliados españoles
que echaron raíces en su patria de adopción transpirenáica.
Carcassone |
La
primera parada Foix, capital del antiguo condado, hermosa ciudad
amurallada que creció a la sombra de su vetusto castillo en que
destacan sus tres esbeltas torres. Calles serpenteantes conducen,
siempre cuesta arriba, hasta las mismas puertas de la fortaleza
medieval. Como resulta imprescindible reponer fuerzas, lo más
apropiado es el típico cassoulet, acaso el plato más emblemático
de la región, donde las alubias se acompañan de jugosas salchichas
o sabrosos muslos de pato. Es también imponente la iglesia de San
Volusiano, un monumento gótico admirable. Un breve desvío a oriente
desde Foix conduce a Carcasona, ejemplo de conservación urbanística
con su vieja ciudadela porticada que atrae turistas por millares como
la miel a las moscas.
Albí |
El
conjunto fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en
1997. Los grandes sillares tiznados de hollines seculares recuerdan
ecos de hogueras, torturas y matanzas, cuando los cruzados
aniquilaron allí a los herejes cátaros, extirpando a sangre y fuego
la herejía albigense. Tan recomendable como la propia ciudadela es
aquí el viejo cementerio que se alza extramuros con sus imponentes
cipreses y sus abigarradas tumbas decimonónicas. Si el turista ha
cobrado alguna afición al cassoulet, en Carcasona lo hallará en sus
más variadas versiones, incluidas algunas tan modernas como las que
lo presentan envuelto en un canelón y flanqueado por delicias de
pato. Es este simpático ánade en Francia el equivalente a nuestro
cerdo, del que se aprovecha hasta el último centímetro.
Por
una pintoresca y angosta carretera sembrada de curvas cerradas, puede
llegarse hasta Albí, cuna de los famosos albigenses de la herejía.
También puede hacerse el trayecto por la autopista, pero Bigotini y
las chicas prefirieron la carretera, sin prever que se verían
sorprendidos por la mayor tormenta que vieron los siglos. Superadas
la cortina de agua, las interminables curvas y la procelosa
oscuridad, Albí recibió con los brazos abiertos a los viajeros. La
ciudad roja debe el calificativo al color bermejo de sus muros,
construidos con calizas rojizas que se extrajeron de las canteras
cercanas. Destaca en Albi la roja catedral, el claustro recoleto de
su vieja abadía, y la casa-museo de Toulouse Lautrec, un imponente
palacio donde nació y creció (en espíritu, que no en cuerpo) el
genial artista. Puede visitarse su interior donde se conservan
algunos grabados y dibujos de su etapa juvenil.
Aix-en-Provence
fue la siguiente parada. Se trata de la vieja Aquae Sextiae de
los romanos, ciudad termal que guarda celosamente las Bocas del
Ródano, y fue capital de la Galia Narbonense. Aix es una ciudad
deliciosamente provenzal y provinciana, donde da gusto pasear.
Naturales y forasteros lo hacen por su famoso Cours Mirabeau, un
sombreado paseo adornado por varias fuentes monumentales, que conduce
a la plaza de los delfines, presidida por la fuente del mismo nombre.
En la arquitectura religiosa destacan las iglesias del Salvador, de
Notre Dame, del Espíritu Santo, de San Juan de Malta y de la
Magdalena. La gastronomía provenzal ofrece exquisiteces que nada
tienen que envidiar a las de los mejores restaurantes parisinos, a
precios notablemente más razonables. A destacar los estofados y las
bullabesas de pescado, que suelen acompañarse de sus tostaditas con
ali-oli.
Arlés |
Nimes
y Arlés son dos joyas engastadas en la corona provenzal.
Monumentales vestigios romanos son sus asombrosos coliseos. Cuna de
toros y toreros, ambas ciudades se disputan la capitalidad de la
Francia taurina. Esa Francia gitana de los gipsy kings, patria del
lolailo y las deliciosas tapenades de aceitunas, se alza ante el
viajero, imponente y fantástica. El coso de Arlés, está rodeado
del otro coso urbano, curvilíneo y abigarrado hervidero de bares,
gitanas y rumberos. Para acompañar las tapenades conviene pedir unos
calamares a la plancha.
Conviene
también abandonar de vez en cuando los escenarios urbanos, para
perderse en el campo. El interior de la Provenza está tachonado de
fragantes plantaciones de lavanda que surten a la floreciente (y
floral) industria perfumera francesa. Hacia el sur se extiende la
Camarga, extensa marisma litoral azotada por el mistral. Las manadas
de caballos blancos de hocicos rosados trotan por las playas
salpicando de sal los sentidos y el alma. Galopa caballo cuatralbo,
jinete del pueblo, que la tierra es tuya. En el interior hay aldeas
bellísimas de calles estrechas y ventanas floridas. En el litoral,
pueblos multicolores, casitas de juguete, y barcas con velas latinas,
meciéndose en el abrigo de los puertos. Esta es la Provenza y esta
es la Camarga. Ambas sedujeron a pintores tan importantes como
Matisse, Monet, Renoir, Degas, Cézanne o Van Gogh, que quedaron
deslumbrados por su luz.
Nuestro
periplo debía conducirnos todavía a Aviñón. La ciudad papal al
pie de los Alpes Marítimos, es uno de los más deliciosos lugares
que pueden visitarse en Europa. Conserva Aviñón también sus
antiguas murallas, defensa de la fe y del católico dogma en aquellos
difíciles años de trinchera religiosa. El palacio de los pontífices
es una construcción más militar que civil. También es famoso el
puente, y no solo por la célebre canción infantil. Un puente sobre
el Ródano cortado en su mitad es la mejor metáfora de aquel tiempo
heroico truncado por la ambición de los príncipes. Curiosamente la
palabra pontífice designa al constructor de puentes, y
precisamente el puente de los pontífices quedó a medio construir.
Marisol, Laura y Bigotini se alojaron en un céntrico hotel de la
bulliciosa y peatonal calle principal de Aviñón. Sin calcularlo se
hallaron en pleno festival del teatro, un acontecimiento que
anualmente acoge la ciudad.
Avignon |
Los
grupos teatrales animan las calles en esos días. Todo es música,
risas y bulliciosa felicidad. Una cena en el velador de una tranquila
plaza puede de repente convertirse en un espectáculo en el que una
compañía de actores se desnuda frente a los comensales y entona una
canción a capella. Pero como al fin todo se acaba, aquel feliz viaje
terminó, y los viajeros tuvieron que regresar a las rutinarias
obligaciones. Atrás quedó el mistral azotando los rostros. Atrás
quedaron los históricos escenarios y los ecos de un pasado
romántico. Atrás las maravillas culinarias...
Bigotini
y las chicas se despidieron de su periplo francés con una copa de
fragante vino de las costas del Ródano, un néctar afrutado que debe
disfrutarse como la propia vida, a pequeños sorbos. Salud.
¿Alguien
sabe en dónde se hará el próximo festival de Cannes? Christina
Aguilera.
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