La
llegada de los invasores indoeuropeos tanto a la Grecia Continental
como a las Islas, que se completó en los albores del primer milenio
a.C., instauró un nuevo sistema social y religioso de carácter
patrialcal. Ya hemos explicado en anteriores artículos cómo la
primitiva diosa-Madre de los pueblos pelasgos, en parte adoptada y
asimilada por la cultura micénica, fue definitivamente derrocada a
la llegada de los pueblos jonios. En la nueva religión, el
hijo-esposo (Zeus, Apolo, Posidón...) somete y sustituye a la
madre-esposa, la Gran Diosa Blanca aborígen. En el terreno social
este cambio se traduce en una reforma, a veces radical, de las viejas
costumbres. El principal cambio operado en esa época en los usos
familiares de los griegos fue la aparición de la dote,
que reemplazó a los hedna de la vieja cultura. En un
principio los matrimonios se convenían mediante los hedna,
un pago simbólico que efectuaba el novio, y que en ocasiones no lo
era tanto, puesto que se materializaba en oro, plata u otros bienes.
El
presente (meilia), cualquiera que fuese su naturaleza,
era aportado por el padre del novio, y quedaba en poder de la novia
que generalmente recibía a su esposo en el seno de su familia. De
alguna manera el suegro pagaba por el derecho de su hijo a formar
parte de la familia de su mujer. En ocasiones, cuando el novio era
del completo agrado de sus futuros parientes, no se le exigía pago
alguno, lo que constituía un honor y un privilegio. La institución
de la dote (proïx),
fue probablemente precedida de un periodo en el que no se efectuaba
pago por ninguna de las dos partes. Cuando la dote
acabó por implantarse, fue el padre de la novia quien debía aportar
ayuda material para el hogar de su yerno, donde se trasladaba su hija
tras el matrimonio. Obsérvese la importancia cualitativa del cambio.
En muchos casos la dote
constituía el conjunto de los bienes propios de la mujer,
asegurándole una posición honorable en la casa de su marido, y
funcionando como una especie de seguro frente al abandono o el
repudio, situaciones ambas que se daban con cierta frecuencia. Se
hizo popular el proverbio mujer sin dote no tiene palabra
libre, de manera que conforme las niñas iban creciendo, una
de las principales preocupaciones de sus padres o parientes, era
dotarlas para asegurar su futuro.
Por
otra parte la institución de la dote hizo entrar en
juego al sopesar los méritos de la novia, un factor crucial: el de
la riqueza de su familia. Esto causó un trastorno importante en la
tradición, sobre todo aquea pero también de otras culturas griegas,
de la eugenesia. En algún
texto de los periodos homérico y clásico se contienen lamentaciones
deplorando que, como consecuencia del predominio de las novias ricas
sobre las novias nobles, la raza de los ciudadanos
declinara paulatinamente. Precisamente el interés casi obsesivo por
la eugenesia,
probablemente unido a la bien conocida fragmentación del territorio
y a actitudes sociales que hoy calificaríamos de racistas,
desembocaron en la práctica habitual de matrimonios endogámicos. La
endogamia a su vez,
favoreció la aparición de nuevas ceremonias nupciales que
acentuaban la proximidad de las casas de los dos contrayentes. La
madre de la novia encendía un hachón en el altar de su casa y,
llevándolo en la mano seguida de un cortejo solemne, acompañaba a
su hija a casa del novio, donde encendía con ese mismo hachón, un
nuevo fuego en el recién inaugurado hogar. Se trata de un rito
inequívocamente proveniente de la vieja religión, en el que el
hachón, símbolo del matrimonio, expresa claramente la idea de
transmisión del hogar doméstico de madre a hija, de mujer a mujer.
También
formaban parte de la ceremonia nupcial ciertos cantos al parecer
ejecutados por los camaradas del novio y las compañeras de la novia.
Su enigmático estribillo (Hymenai, Hymê o Hymenaie)
quiso explicarse tardíamente, ya en época helenística o entre los
romanos, con la invención de Himeneo, un dios del
matrimonio que se representó con un hachón encendido en la mano. Se
trata de una aportación moderna, como lo prueba el hecho de que los
mitógrafos no acierten a atribuir al personaje un linaje concreto.
Por extensión también se llama himeneo al primer
coito que realizan los contrayentes. En cualquier caso, tanto el
estribillo del canto como el dios aluden de forma inequívoca a la
consumación del matrimonio, presentando idéntica raíz que Hímero,
el genio que personifica el deseo amoroso, y que el hímen
femenino. Hasta tiempos recientes existía aun en todo el ámbito
mediterráneo y también en España, la costumbre de “obsequiar”
a los novios en su noche de bodas con una especie de serenata de
carácter burlesco, que en Aragón y otros lugares se llamaba
cencerrada, por acompañarse de cencerros y otros
instrumentos parecidos, donde abundaban las alusiones obscenas y
explícitamente sexuales. Tal costumbre evoca vivamente aquellos
cantos tradicionales a que nos referíamos.
El
sexo sólo es sucio si se hace bien. Woody Allen.
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