La
navegación y la pesca como actividades económicas importantes se
iniciaron en el Mediterráneo Oriental hace al menos cinco mil años.
Sin salir de nuestro ámbito cultural, primero Creta, luego el resto
de las islas y las poleis griegas, y más tarde el Imperio
romano, fueron grandes potencias navales. Acaso por ello se
consolidaron en el imaginario colectivo de los pueblos mediterráneos
las viejas narraciones y leyendas nacidas en la noche de los tiempos
entre las gentes de la costa, que han sobrevivido hasta nuestros días
para engrosar la rica herencia folklórica que hemos recibido.
Posidón,
el dios del mar del mundo clásico, que los romanos rebautizaron como
Neptuno tomando el nombre de una deidad etrusca (Nethuns), mostraba a
los habitantes de costas e islas dos caras muy diferentes. Era por
una parte la personificación de la prosperidad, por la abundancia de
pesca que procuraba. También era el semental fecundador de la
Tierra. La etimología: Posis (esposo) y Da
(tierra), no deja lugar a dudas. Pero por otra parte Posidón puede
ser terrible si se lo propone. En el mar se desencadenan tempestades
capaces de echar a pique el mejor navío, o de arrasar poblaciones
costeras. Posidón es el Despotes Hippon, el Señor de
los Caballos, cuya espuma recuerda las crines de los caballos
galopando sobre las olas enbravecidas. Se convirtió en uno de los
principales dioses del panteón clásico con la llegada al
Mediterráneo de los aqueos provenientes del continente. Se
establecieron principalmente en las costas de Jonia, donde se
convirtieron en notables navegantes. En muchos lugares, y sobre todo
en Arcadia, los caballos estaban especialmente consagrados al dios, y
se le veneraba bajo apariencia equina.
La
mitología nos dice que en aquellas costas tuvo lugar la unión del
dios con Demeter, diosa terrestre y fecunda, principio de la
feminidad, frente a la virilidad del dios marino. Para escapar del
ardiente deseo de Posidón, Démeter se transformó en yegua. Posidón
la violó adoptando la apariencia de un caballo, acto en el que tal
vez se advierte una metáfora de la invasión aquea de la región,
donde la Diosa Madre se representaba con cabeza de yegua. Otros
epítetos de Posidón eran los relativos a su capacidad de producir
terremotos. Es el turbador del suelo, según los poemas
homéricos. Este mismo atributo caracterizó en otros lugares, como
las costas de Asia Menor o la misma Creta, al Posidón
tauróctono. El toro es también un símbolo de masculinidad
y fuerza, sin embargo no puede competir con el caballo en velocidad,
así que la tradición poética clásica sigue prefiriendo al
caballo. Cuando tras el destronamiento de Cronos (otra alegoría de
los nuevos tiempos), se produjo el reparto del mundo entre los
dioses, los mitógrafos griegos consagraron a Posidón
definitivamente como dios marino, y sus caballos, se convirtieron a
su vez en criaturas marinas: hipocampos, literalmente
caballos (hippos) que se retuercen (campein). Mudaron
sus crines por coronas de espuma, y sus cuartos traseros se
transformaron en colas pisciformes. Enganchados al carro del dios, se
encargan de transportarle sobre las olas marinas.
El
delfín, animal inteligente y dócil, sirvió en los mitos clásicos
como alegoría del mar tranquilo y en calma. Su condición de pez
piloto, que guía las embarcaciones entre los escollos de acantilados
y pasos angostos, no pasó desapercibida a los primeros navegantes.
Es antiquísima la tradición de que los delfines son hombres venidos
a menos. Dionisos, cuando regresaba de la India camino de Naxos para
desposarse con Ariadna, contrató a unos piratas tirrenos que
pretendieron engañar al dios, dirigiendo la nave a Asia para
venderlo como esclavo. Dionisos se percató de la trampa, y según
cuenta Ovidio en sus Metamorfosis: Baco resplandeció
cubierto de pámpanos y agitando el tirso. Le rodeaban linces, tigres
y panteras. Poco a poco, en cada uno de los raptores se iba operando
un cambio espantoso. Empezaron unos a ennegrecerse y a disminuir. Se
cubrieron como de escamas. Otros veían sus brazos convertidos en
alas. Aquellos, ya peces, se zambullían en el mar. Estos, ya aves,
revoloteaban graznando...
Así
pues, los delfines son piratas arrepentidos, por lo que el gran
mitógrafo Pierre Grimal no se asombra de que los delfines sean
amigos de los hombres y se esfuercen en sarvarlos.
En
cuanto a las sirenas, contra lo que suele creerse, su condición de
mujeres-pez es relativamente moderna, pues no la encontramos hasta el
periodo medieval. En la mitología clásica las sirenas son sin
excepción mujeres-ave. El episodio literario más conocido sobre
estos seres míticos es el pasaje del canto duodécimo de La
Odisea. En él Ulises, amarrado fuertemente al mástil de su
embarcación, pudo hacer realidad el deseo de escuchar las dulces
armonías de su engañoso canto. En este pasaje, Homero eleva el
lirismo hasta extremos de profunda emoción. Ulises intenta
desasirse, ruega y amenaza a sus hombres para que le suelten. Ellos,
que se han tapado los oídos con cera, prosiguen el viaje sin atender
las súplicas de su señor, lo que finalmente le salva de caer en las
garras de las sirenas, donde sin duda habría encontrado la muerte.
Sobre
cómo se convirtieron las sirenas en esos seres mixtos existe alguna
división de opiniones. Pausanias argumenta que las sirenas eran
muchachas que instigadas por Hera, pretendieron competir con las
Musas en la belleza de su canto, por lo que primero las transformaron
y después les arrancaron las plumas para hacerse con ellas coronas.
De ahí el aspecto desaliñado con que se las representa. Ovidio
cuenta que las sirenas eran originalmente acompañantes de Perséfone,
y que cuando ésta fue raptada por Hades suplicaron a los dioses que
les otorgaran alas para volar en busca de su compañera. Otras
versiones aseguran que la transformación fue un castigo impuesto por
Demeter por no haber cuidado de su hija con suficiente celo. Y aun
otras atribuyen el castigo a Afrodita, que les arrebató su belleza
por haber despreciado los placeres del amor.
En
cualquier caso, la mayor parte de los relatos sobre sirenas obedecen
a una intención que podría calificarse como antifemenina o
antifeminista. La mujer es en ellos, causa de todos los males que
sobrevienen al hombre. Con cantos y actitudes obscenas, las sirenas
tientan, incitan a los hombres al pecado. En su apariencia monstruosa
subyace la amenaza de enfermedades y ruina. El mito en los siglos
posteriores vino como anillo al dedo a cierta casuística cristiana
que identificaba a la mujer con el mal. La caza de brujas
bajomedieval y renacentista hunde sus raíces en este abonado terreno
mitológico.
La
mejor manera de librarse de una tentación es caer en ella. Oscar
Wilde
No hay comentarios:
Publicar un comentario