Fue
su cuna la antigua Eli
Ossana sefardí, donde
vio la luz primera en 1548. Luis
Barahona de Soto
es uno de los poetas más preclaros de nuestro Siglo
de Oro. Desde su
Lucena natal, flor cordobesa de aquella Castilla Novísima, marchó
primero a Antequera, y después a Granada, donde comenzó sus
estudios. Allí, a orillas del Darro, fue asaltado por las alegres
Musas, que desde entonces le adoptaron por compañero. Aun medio
graduado de poeta, frecuentó el trato de talentos tan ilustres como
Pedro Padilla, Gregorio Silvestre, Hernando de Acuña, Alonso de
Granada, Juan Latino, Gaspar de Baeza, o el mismo Diego Hurtado de
Mendoza, a quien recientes investigaciones adjudican nada menos que
la autoría de El
Lazarillo. En
semejante compañía, a nadie extrañará que Luis Barahona saliera
tan buen discípulo que quedara perdigado para ascender las altas
cumbres del Parnaso.
Barahona
sirvió al rey en la guerra que se libró contra los moriscos en las
Alpujarras. Marchó primero a Osuna, donde trató a Medina y
Sandoval, y después a Sevilla, para graduarse como bachiller en
medicina, arte que después ejercería en Archidona. En Sevilla, la
perla del Guadalquivir, que entonces era la puerta de las Américas y
la mayor Babilonia de Europa, conoció a Diego Girón y a Argote de
Molina, y hasta se atrevió a disputar con el gran Fernando de
Herrera, que al decir de todos menos de nuestro hombre, fue el mayor
poeta sevillano, que entonces era como decir el mayor de lo
descubierto de la Tierra. En Archidona tuvo la dicha de hallar
acomodo y la desdicha de tener dos esposas y perder a ambas. Fue la
primera Isabel Sarmiento, una viuda joven, y la segunda doña Mariana
de Navas, también joven y soltera. Fue no solo médico, sino también
corregidor de la Villa, y en ella continuó desgranando uno a uno,
frondosos ramilletes de poemas. Sonetos, églogas… Interminable y
prolífico caudal. Luis Barahona de Soto murió repentinamente en
1595. Yacen sus restos en la parroquia de Santa Ana de Archidona.
Salvo
alguna poesía suelta que compuso para prologar libros ajenos, sus
obras no fueron publicadas hasta después de su muerte. La que más
se hizo esperar fue precisamente su única obra conocida en prosa,
titulada Diálogos de
la Montería, un
tratado cinegético que no vio la luz hasta fecha tan tardía como
1890. Su obra en verso se publicó en diferentes colecciones, como
las Flores de poetas
ilustres, el Parnaso
español, o la Biblioteca
de Autores Españoles. Su
poesía completa puede encontrarse en la edición de Francisco
Rodriguez Marín de 1903. El estilo de Barahona es italianizante, a
imitación de Garcilaso, como el de casi todos los poetas españoles
de su tiempo, y muy especialmente los de la Escuela
Sevillana en la que
suele encuadrarse. Biblioteca Bigotini pone hoy al alcance un clic
(hacedlo
sobre la ilustración)
de sus seguidores, precisamente el soneto burlesco de su primera
época, en el que Barahona hace chanza del lenguaje artificioso que
gastaba el divino Fernando de Herrera. Disfrutadlo amiguitos.
Tres
cosas hay que no vuelven nunca atrás: la saeta lanzada, la palabra
comprometida y la oportunidad perdida.
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