martes, 24 de enero de 2017

LUIS BARAHONA DE SOTO, UN LUCENTINO GENIAL


Fue su cuna la antigua Eli Ossana sefardí, donde vio la luz primera en 1548. Luis Barahona de Soto es uno de los poetas más preclaros de nuestro Siglo de Oro. Desde su Lucena natal, flor cordobesa de aquella Castilla Novísima, marchó primero a Antequera, y después a Granada, donde comenzó sus estudios. Allí, a orillas del Darro, fue asaltado por las alegres Musas, que desde entonces le adoptaron por compañero. Aun medio graduado de poeta, frecuentó el trato de talentos tan ilustres como Pedro Padilla, Gregorio Silvestre, Hernando de Acuña, Alonso de Granada, Juan Latino, Gaspar de Baeza, o el mismo Diego Hurtado de Mendoza, a quien recientes investigaciones adjudican nada menos que la autoría de El Lazarillo. En semejante compañía, a nadie extrañará que Luis Barahona saliera tan buen discípulo que quedara perdigado para ascender las altas cumbres del Parnaso.

Barahona sirvió al rey en la guerra que se libró contra los moriscos en las Alpujarras. Marchó primero a Osuna, donde trató a Medina y Sandoval, y después a Sevilla, para graduarse como bachiller en medicina, arte que después ejercería en Archidona. En Sevilla, la perla del Guadalquivir, que entonces era la puerta de las Américas y la mayor Babilonia de Europa, conoció a Diego Girón y a Argote de Molina, y hasta se atrevió a disputar con el gran Fernando de Herrera, que al decir de todos menos de nuestro hombre, fue el mayor poeta sevillano, que entonces era como decir el mayor de lo descubierto de la Tierra. En Archidona tuvo la dicha de hallar acomodo y la desdicha de tener dos esposas y perder a ambas. Fue la primera Isabel Sarmiento, una viuda joven, y la segunda doña Mariana de Navas, también joven y soltera. Fue no solo médico, sino también corregidor de la Villa, y en ella continuó desgranando uno a uno, frondosos ramilletes de poemas. Sonetos, églogas… Interminable y prolífico caudal. Luis Barahona de Soto murió repentinamente en 1595. Yacen sus restos en la parroquia de Santa Ana de Archidona.


Salvo alguna poesía suelta que compuso para prologar libros ajenos, sus obras no fueron publicadas hasta después de su muerte. La que más se hizo esperar fue precisamente su única obra conocida en prosa, titulada Diálogos de la Montería, un tratado cinegético que no vio la luz hasta fecha tan tardía como 1890. Su obra en verso se publicó en diferentes colecciones, como las Flores de poetas ilustres, el Parnaso español, o la Biblioteca de Autores Españoles. Su poesía completa puede encontrarse en la edición de Francisco Rodriguez Marín de 1903. El estilo de Barahona es italianizante, a imitación de Garcilaso, como el de casi todos los poetas españoles de su tiempo, y muy especialmente los de la Escuela Sevillana en la que suele encuadrarse. Biblioteca Bigotini pone hoy al alcance un clic (hacedlo sobre la ilustración) de sus seguidores, precisamente el soneto burlesco de su primera época, en el que Barahona hace chanza del lenguaje artificioso que gastaba el divino Fernando de Herrera. Disfrutadlo amiguitos.

Tres cosas hay que no vuelven nunca atrás: la saeta lanzada, la palabra comprometida y la oportunidad perdida.



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