En
nuestra época contemporánea, prácticamente desde finales del siglo
XVIII, la búsqueda de
la felicidad es uno
de los objetivos, diríamos que el principal, de la existencia
humana. Como somos producto de nuestro tiempo, esto nos parece de lo
más natural, sin embargo, no siempre fue así. En épocas
pretéritas, en que las condiciones de vida eran mucho más duras que
las actuales, cuando no manifiestamente horribles, el sentimiento
religioso estaba mucho más arraigado en la conciencia de nuestros
antepasados. La vida se contemplaba como un tránsito, un camino
hacia la muerte. Un camino a la vida eterna para los creyentes que en
las sociedades antiguas constituían abrumadora mayoría. Téngase en
cuenta, que a falta de las certezas científicas que ahora poseemos,
la religión no solo era consuelo espiritual, sino en buena medida,
alimento del intelecto. A falta de respuestas racionales, la fe
satisfacía las eternas preguntas que se ha planteado el hombre desde
que adquirió capacidad de raciocinio.
El
cielo era la recompensa de los buenos, mientras que los malos estaban
condenados al fuego eterno. Ante semejante perspectiva, morir
santamente constituía para el cristiano un asunto de vital
importancia. ¿Basta el arrepentimiento en el lecho de muerte para
hacerse acreedor a la bienaventuranza? Los teólogos discutían este
punto con gran vehemencia. Y es que la cosa no es nada sencilla. Por
una parte está la infinita misericordia del Padre: hay
mayor fiesta en el cielo por un pecador arrepentido, que por cien
justos, nos asegura la
narración evangélica. Por otra parte, como apuntaban con acierto
muchos reformadores y no pocos papistas, llevar una vida disipada y
pecadora para arrepentirse en el último instante, es jugar sucio. La
parábola del hijo
pródigo no puede
servir de coartada a una legión de caraduras entregados al servicio
del diablo durante toda su existencia, que han planeado abandonar el
lado oscuro al rendir su último aliento… Luego están los matices
¿El arrepentimiento es sincero? ¿Cómo se mide el grado de
sinceridad? En fin, ya veis que no es asunto baladí ni fácil de
juzgar. La obra que os presentamos fue en cierta forma la respuesta
de la Iglesia a las inquietudes que la terrible peste
negra causaba entre
los cristianos. Es en esencia, una guía para prepararse a morir, un
manual si se quiere, el GPS protorenacentista que conduce al creyente
hasta el Paraíso.
Los
textos latinos que componen este Ars
Moriendi
fueron escritos probablemente entre 1415 y 1450, y se dividen en seis
capítulos. Los expertos atribuyen la primera paternidad de la obra a
un fraile dominico anónimo, al parecer por encargo del Concilio
de Constanza,
celebrado en esa ciudad alemana en 1414 y los años siguientes.
Conviene situar la obra en su contexto histórico: la Europa
cristiana de principios del siglo XV, con la peste
negra diezmando a los
habitantes de las ciudades. Su mayor difusión coincide con los
primeros trabajos de imprenta realizados con tipos móviles, a fines
de aquella centuria. De esta primera versión se hicieron cien
ediciones, sobre todo en su Alemania natal, aunque donde alcanzó
quizá mayor popularidad fue en Inglaterra. En las islas fue todo un
best seller
hasta bien entrado el XVII. Se conservan cerca de trescientos
ejemplares manuscritos, de los cuales sólo uno está ilustrado
(iluminado
es el término que solía usarse).
Una
versión más reducida, que se centra en el segundo capítulo y
resume las cinco grandes tentaciones que asaltan al moribundo, a
saber: falta de fe, desesperación, impaciencia, orgullo y codicia,
fue escrita hacia 1450 y vio la luz diez años después en los Países
Bajos. Contiene once primorosos grabados, alguno de los cuales
reproducimos aquí. De esta segunda versión existen seis manuscritos
y más de veinte ediciones impresas mediante la primitiva xilografía
que precedió a la imprenta de Gutemberg. El Ars
Moriendi
engendró una rica tradición literaria que se prolongó hasta el
Renacimiento y el Barroco, con contenidos cada vez más matizados,
complejos e interesantes. Incluso resucitó durante el Romanticismo,
movimiento proclive a todo lo macabro y tenebroso que procediera de
los oscuros tiempos medievales.
Biblioteca
Bigotini se complace en ofrecer a sus fieles lectores un magnífico
resumen digital, según una breve guía editada en fecha tan tardía
como el siglo XVIII. Haced
clic en la ilustración
para acceder a este Arte
de bien morir y breve confessionario
que sometemos a vuestro juicio. Bon profit y cuidadito...
Quien
pretenda hallar el Cielo en la Tierra es que se durmió en clase de
geografía.
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