Jacinto
Benavente
nació en Madrid en 1866. Hijo de un afamado y acaudalado médico de
la capital, recibió a la muerte de su padre una cuantiosa herencia.
Abandonó los estudios de derecho que había iniciado, para dedicar
su tiempo a la literatura y los viajes. Viajó por Francia y sobre
todo muy extensamente por Rusia, país por el que sintió siempre una
especial atracción. El joven Benavente ya apunta en su carácter las
contradicciones que van a definir su personalidad. Era
manifiestamente homosexual, aunque nunca llegó a reconocerlo
abiertamente, y sin embargo durante su estancia en Rusia se enamoró
perdidamente de la Bella Geraldine, una trapecista inglesa que
actuaba en el circo que dirigía el propio Benavente. Si hay que
creer a algún biógrafo, en esa etapa no solo fue empresario
circense, sino que llegó a trabajar bajo la carpa como jefe de
pista. Hay que reconocer que su peculiar fisonomía encajaba en la
chistera, la levita y las botas de montar que son atributos del
oficio.
De
regreso en España, Benavente estrenó su primera obra, El
nido ajeno,
en 1894, con escaso éxito, lo mismo que las piezas que le siguieron.
No por eso se arredró, es más, poco más tarde, en 1899, fundó en
Madrid el Teatro
Artístico,
aportando él el dinero y asociándose con Valle Inclán en su
dirección. Se trataba de un experimento teatral vanguardista de
intención regeneracionista, como correspondía a la Generación
del 98.
Acudía regularmente con su socio a la tertulia del Café de Madrid,
hasta que un día discutieron acaloradamente, llegando incluso a las
manos. Ramón del Valle Inclán cobró desde entonces un odio feroz a
“ese maricón”, y Benavente formó su propia tertulia en la
Cervecería Inglesa.
Pasada
aquella primera etapa, el éxito de Benavente fue ya imparable, y lo
acompañó siempre hasta el fin de sus días. Sus obras La
noche del sábado, Rosas de otoño
y sobre todo, Los
intereses creados,
estrenada en 1907, y considerada su obra maestra, le granjearon el
favor del público (lo sacaban del teatro en hombros, como a los
toreros de postín) y de críticos tan exigentes como José Ortega y
Gasset o Miguel de Unamuno. Probablemente no ha existido un autor
teatral tan celebrado y galardonado en vida: en 1912 ingresó en la
Real Academia, en 1918 ocupó un escaño en el Congreso de los
Diputados, en 1922 recibió el Nobel de Literatura. Fue nombrado hijo
predilecto de Madrid y adoptivo de Nueva York, donde dirigió su
propia compañía teatral. Viajó después a Egipto, Palestina y otra
vez a Rusia, donde fue acogido como un héroe literario por el
régimen bolchevique.
Benavente
era especialista en caer siempre de pie. Fue considerado una figura
intelectual durante la República. Durante la Guerra Civil, pasó
primero a Barcelona y más tarde a Valencia, donde recibió numerosos
homenajes. Terminada la contienda, el régimen franquista censuró
sus obras durante un breve periodo, pues a su condición de rojo unía
la de homosexual. Además, y para acabarla de arreglar, Benavente
había sido en 1933 cofundador de la Asociación de Amigos de la
Unión Soviética. Pues bien, en los meses posteriores al triunfo de
Franco, desplegó una febril actividad conciliadora, manifestando de
mil maneras su adhesión al régimen. Asistía a desfiles,
participaba en manifestaciones profranquistas, y llegó a levantar el
brazo con tanto ímpetu que se provocó una severa tendinitis en el
hombro derecho. El caso es que en 1947 era ya un autor nacional,
y en el 48 fue nombrado presidente honorario de la Asociación de
Escritores y Artistas Españoles. Ahí queda eso.
Además
de las ya citadas, destacan entre las casi doscientas obras teatrales
que estrenó: Señora
ama, La Malquerida, La ciudad alegre y confiada, Campo de armiño,
Vidas cruzadas
o La
Infanzona.
Todas ellas y muchas más constituyeron éxitos clamorosos. Fueron
interpretadas en sus estrenos por los mejores actores del momento,
sobresaliendo las actuaciones de María Guerrero, excelsa actriz por
la que el autor manifestó siempre una especial predilección. En
cuanto a la consideración que la obra de Benavente ha tenido para
los críticos y analistas literarios, habría que distinguir entre el
teatro de su primera época, en la que subyace una clara intención
crítica hacia la rancia dramaturgia del XIX español, personificada
en autores como Echegaray o Tamayo y Baus; y las piezas posteriores,
a partir de su éxito popular. Este teatro del Benavente consagrado
es en opinión de críticos como Pérez de Ayala, Torrente Ballester
o Monleón, mucho más acomodaticio y destinado a satisfacer al
público burgués que llenaba los patios de butacas. No niegan, sin
embargo, el exquisito dominio de la técnica teatral del que hace
gala Benavente. Los tiempos están medidos, los personajes bien
dibujados, y las obras en definitiva “funcionan”.
Hoy
en Biblioteca Bigotini os ofrecemos la edición digital de Los
intereses creados,
unánimemente considerada la obra cumbre de Jacinto Benavente. Se
estrenó en 1907 en el Teatro Lara de Madrid, encarnando los papeles
principales María Guerrero, Fernando Díaz de Mendoza y Emilio
Thuillier. Se trata de una pieza a caballo entre la comedia clásica
y la sátira. Sus protagonistas son Leandro y Crispín, dos pícaros
que llegados a una ciudad italiana del siglo XVII, fingen ser Crispín
el criado y Leandro un gran hombre adinerado. La trama urdida por el
personaje de Crispín-Arlequín, el verdadero espíritu de la
comedia, persigue enamorar a la Colombina, la bella hija del rico
Polichinela. Como puede verse, los personajes están tomados de la
tradición teatral italiana, la Commedia
dell’Arte,
arraigada en el carnaval veneciano y trasunto de la propia comedia
que es la vida. Haced
clic en la portada
y deleitaos con la lectura de Los
intereses creados,
sin duda una de las más importantes piezas de la literatura teatral
española de todos los tiempos.
Es
tan fea la envidia que siempre anda disfrazada, y nunca es más
odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia. Jacinto
Benavente.
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