martes, 22 de noviembre de 2016

JACINTO BENAVENTE. CONTRADICCIONES Y CONTROVERSIAS


Jacinto Benavente nació en Madrid en 1866. Hijo de un afamado y acaudalado médico de la capital, recibió a la muerte de su padre una cuantiosa herencia. Abandonó los estudios de derecho que había iniciado, para dedicar su tiempo a la literatura y los viajes. Viajó por Francia y sobre todo muy extensamente por Rusia, país por el que sintió siempre una especial atracción. El joven Benavente ya apunta en su carácter las contradicciones que van a definir su personalidad. Era manifiestamente homosexual, aunque nunca llegó a reconocerlo abiertamente, y sin embargo durante su estancia en Rusia se enamoró perdidamente de la Bella Geraldine, una trapecista inglesa que actuaba en el circo que dirigía el propio Benavente. Si hay que creer a algún biógrafo, en esa etapa no solo fue empresario circense, sino que llegó a trabajar bajo la carpa como jefe de pista. Hay que reconocer que su peculiar fisonomía encajaba en la chistera, la levita y las botas de montar que son atributos del oficio.

De regreso en España, Benavente estrenó su primera obra, El nido ajeno, en 1894, con escaso éxito, lo mismo que las piezas que le siguieron. No por eso se arredró, es más, poco más tarde, en 1899, fundó en Madrid el Teatro Artístico, aportando él el dinero y asociándose con Valle Inclán en su dirección. Se trataba de un experimento teatral vanguardista de intención regeneracionista, como correspondía a la Generación del 98. Acudía regularmente con su socio a la tertulia del Café de Madrid, hasta que un día discutieron acaloradamente, llegando incluso a las manos. Ramón del Valle Inclán cobró desde entonces un odio feroz a “ese maricón”, y Benavente formó su propia tertulia en la Cervecería Inglesa.

Pasada aquella primera etapa, el éxito de Benavente fue ya imparable, y lo acompañó siempre hasta el fin de sus días. Sus obras La noche del sábado, Rosas de otoño y sobre todo, Los intereses creados, estrenada en 1907, y considerada su obra maestra, le granjearon el favor del público (lo sacaban del teatro en hombros, como a los toreros de postín) y de críticos tan exigentes como José Ortega y Gasset o Miguel de Unamuno. Probablemente no ha existido un autor teatral tan celebrado y galardonado en vida: en 1912 ingresó en la Real Academia, en 1918 ocupó un escaño en el Congreso de los Diputados, en 1922 recibió el Nobel de Literatura. Fue nombrado hijo predilecto de Madrid y adoptivo de Nueva York, donde dirigió su propia compañía teatral. Viajó después a Egipto, Palestina y otra vez a Rusia, donde fue acogido como un héroe literario por el régimen bolchevique.


Benavente era especialista en caer siempre de pie. Fue considerado una figura intelectual durante la República. Durante la Guerra Civil, pasó primero a Barcelona y más tarde a Valencia, donde recibió numerosos homenajes. Terminada la contienda, el régimen franquista censuró sus obras durante un breve periodo, pues a su condición de rojo unía la de homosexual. Además, y para acabarla de arreglar, Benavente había sido en 1933 cofundador de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Pues bien, en los meses posteriores al triunfo de Franco, desplegó una febril actividad conciliadora, manifestando de mil maneras su adhesión al régimen. Asistía a desfiles, participaba en manifestaciones profranquistas, y llegó a levantar el brazo con tanto ímpetu que se provocó una severa tendinitis en el hombro derecho. El caso es que en 1947 era ya un autor nacional, y en el 48 fue nombrado presidente honorario de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Ahí queda eso.


Además de las ya citadas, destacan entre las casi doscientas obras teatrales que estrenó: Señora ama, La Malquerida, La ciudad alegre y confiada, Campo de armiño, Vidas cruzadas o La Infanzona. Todas ellas y muchas más constituyeron éxitos clamorosos. Fueron interpretadas en sus estrenos por los mejores actores del momento, sobresaliendo las actuaciones de María Guerrero, excelsa actriz por la que el autor manifestó siempre una especial predilección. En cuanto a la consideración que la obra de Benavente ha tenido para los críticos y analistas literarios, habría que distinguir entre el teatro de su primera época, en la que subyace una clara intención crítica hacia la rancia dramaturgia del XIX español, personificada en autores como Echegaray o Tamayo y Baus; y las piezas posteriores, a partir de su éxito popular. Este teatro del Benavente consagrado es en opinión de críticos como Pérez de Ayala, Torrente Ballester o Monleón, mucho más acomodaticio y destinado a satisfacer al público burgués que llenaba los patios de butacas. No niegan, sin embargo, el exquisito dominio de la técnica teatral del que hace gala Benavente. Los tiempos están medidos, los personajes bien dibujados, y las obras en definitiva “funcionan”.

Hoy en Biblioteca Bigotini os ofrecemos la edición digital de Los intereses creados, unánimemente considerada la obra cumbre de Jacinto Benavente. Se estrenó en 1907 en el Teatro Lara de Madrid, encarnando los papeles principales María Guerrero, Fernando Díaz de Mendoza y Emilio Thuillier. Se trata de una pieza a caballo entre la comedia clásica y la sátira. Sus protagonistas son Leandro y Crispín, dos pícaros que llegados a una ciudad italiana del siglo XVII, fingen ser Crispín el criado y Leandro un gran hombre adinerado. La trama urdida por el personaje de Crispín-Arlequín, el verdadero espíritu de la comedia, persigue enamorar a la Colombina, la bella hija del rico Polichinela. Como puede verse, los personajes están tomados de la tradición teatral italiana, la Commedia dell’Arte, arraigada en el carnaval veneciano y trasunto de la propia comedia que es la vida. Haced clic en la portada y deleitaos con la lectura de Los intereses creados, sin duda una de las más importantes piezas de la literatura teatral española de todos los tiempos.

Es tan fea la envidia que siempre anda disfrazada, y nunca es más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia. Jacinto Benavente.



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