El
joven Bigotini era un chico de pueblo, de la Gascuña francesa concretamente.
Los gascones vienen a ser en la práctica como los vascos del otro lado de los
Pirineos. El apellido real de su familia era Bigoteaguirrechea, pero lo habían
acortado porque en aquella Francia tan finolis de entonces, sonaba basto y
pueblerino. El padre del muchacho había sido en sus buenos tiempos mosquetero
del rey, así que para seguir la tradición familiar (la tradición es sagrada
para cualquier vasco, sea de Euskalerría o de Melanesia), el chico tenía que
ser también mosquetero a toda costa, aunque tuviera vocación de cantante de
boleros o de representante de lencería. Su anciano padre le dio el mejor
caballo que tenía, y con mucha ceremonia le hizo entrega de la vieja espada
familiar, una reliquia que se exhibía en un lugar de honor del viejo caserío, y
que sólo se empleaba para que su tía Izascun removiera sus sabrosas cuajadas.
Con
su espada y su caballo partió el joven Bigotini hacia París, y al llegar a
aquella gran ciudad exclamó: ¡Ahí va, la hostia!, en el tono admirativo que puede
suponerse. Como iba algo distraído, tropezó con un tipo grandote, tuvieron más
que palabras, y se retó con él a duelo. Al poco rato, tomando unos pinchos en
una herricotaberna de Montparnasse (allí, como hablan en francés, las
herricotabernas se llaman herricotabernes,
pero vienen a ser lo mismo), discutió con un tío presumido, y también se retó a
duelo con él. Más tarde tuvo lío con otro que parecía medio mariquita y que le
soltó dos guantazos que apestaban a Chanel. No tuvo más remedio que retarse
también con este.
Cuando
llegó al lugar de la cita, se encontró con los tres duelistas, que resultaron
ser mosqueteros del rey. El muchacho no se acobardó y les dijo: en lugar de uno en uno, si vendríais los
tres a la vez, lo mismo me daría, pues. Ellos, que no habían entendido
nada, se miraron, desenvainaron las espadas, y se fueron a por el chaval con
ánimo de ensartarle como a una aceituna. Pero en estas aparecieron una docena
de guardias del cardenal Richelieu, los matones del mandamás franchute de
entonces, y claro, siendo ellos mosqueteros y el chico aspirante, se pusieron
los cuatro de acuerdo para dar una lección a aquella manga de chulos. Entre los
cuatro se las apañaron para dejar en ridículo a los guardias de Richelieu.
Después se abrazaron, se hicieron amigos y se fueron de txiquitos a la parte
vieja de París. Entre txiquito y txiquito, Athos (el tío presumido), Porthos
(el tipo grandote) y Aramis Fuster (el mariquita que cuando no estaba de
servicio, echaba las cartas), rebautizaron a Bigotini como Bigotignán. Se
fueron a comer besugo al Orio, pero como andaban un poco justos de dinero,
pidieron uno para todos, de ahí el famoso lema de los mosqueteros.
Bigotignán
que era muy enamoradizo, se enamoró de una camarera. Sus padres al principio no
pusieron buena cara, pero cuando les aclaró que se trataba de una camarera de
la reina, admitieron que eso ya era otra cosa. Si sería camarera de un bar de copas, te daba dos hostias -le dijo
su padre-, pero camarera de la reina es como
cantinera en los sanmarciales de Irún, o así. Fue precisamente su novia la
que pidió a Bigotignán y sus camaradas un favor. Debían recuperar un collar muy
valioso, regalo del rey, que la reina había entregado a un play boy inglés con el que tuvo un desliz. El malvado Richelieu
estaba al cabo de la calle del lío, y había organizado un sarao para que la
reina tuviera que ponerse el collar. Como no lo tenía, Richelieu esperaba que
el rey se cabreara, y se diera cuenta de que la reina era un pendón. Y es que
al cardenal le gustaba mucho malmeter.
Athos,
Porthos, Aramis y Bigotignán, se pusieron manos a la obra. Venciendo mil
obstáculos, recuperaron la joya, y llegaron justo a tiempo para que la reina la
luciera en el festejo. La reina, cuya honestidad había sido puesta en
entredicho, pudo crecerse delante de su marido. ¿Qué te habías creído, gilipollas?, -le soltó. El rey quedó fatal
en la Corte y tuvo que pedir disculpas. Luego se fue donde Richelieu hecho una
furia, y le dijo: por tu culpa soy el
hazmerreír de media Europa. Menudo gobernante estás tú hecho. Te voy a degradar
a monaguillo por idiota. A nosotros nos parece una cosa corriente, pero
dicho por un rey, en francés y con los dientes apretados de pura mala leche,
acojona bastante. Así que el cardenal se quedó lívido, y los mosqueteros a
cierta distancia le hicieron gestos de jódete,
y le enseñaron los dedos tiesos, meándose de risa.
Después
de este episodio, los tres mosqueteros, que ya eran cuatro, corrieron un sinfín
de aventuras de capa y espada. Si tenéis curiosidad por conocerlas, hay un
montón de libros y de películas donde se narran con todo lujo de detalles. El
profe Bigotini no quiere proseguir por el momento, y me ruega que vaya
concluyendo. Termino aquí pues el relato porque observo que acaba de abrir una
caja de bombones, y temo que si no me doy prisa, sean todos para uno.
Ez
zait gustatzen zezenak minigona jarri. (No me gusta que a los toros, te pongas
la minifalda).
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