ans Christian Andersen nació en la ciudad danesa de Odense en 1805. Era el hijo de un
zapatero y una lavandera alcohólica, tan pobres, que en su infancia alguna vez
tuvo que mendigar un techo y un trozo de pan. Su padre murió prematuramente, y
el muchacho se vio obligado a abandonar la escuela. Sin embargo, su imaginación
no tenía límites. El joven Andersen leía todo lo que caía en sus manos con gran
avidez. Le interesaron especialmente todas las obras de William Shakespeare,
que sirvieron más tarde de inspiración a muchas de sus historias. Se trasladó a
Copenhague dispuesto a comerse el mundo. Intentó primero convertirse en
cantante de ópera, pero carecía de voz, y fue violentamente rechazado. Más
tarde lo intentó como bailarín, cosechando idéntico fracaso.
A
pesar de su torpeza, Andersen era un muchacho simpático que conseguía hacerse
agradable a cuantos le trataban. Encontró un mecenas en Jonas Collin, que
entonces dirigía el Teatro Real de Copenhague. Gracias a su ayuda, y a la del
mismo rey Federico VI, Hans Christian fue enviado durante varios años a las
escuelas de Slagelse y Elsinor, donde permaneció hasta completar sus estudios
en 1827. De vuelta en Copenhague, comenzó a publicar sus primeros cuentos y
poemas. Intentó sin éxito cortejar a un par de muchachas y tras descubrir sus
inclinaciones homosexuales, a varios hombres. Acaso para compensar sus
estrepitosos fracasos amorosos, Andersen se
volcó en la escritura. A través de sus cuentos vivía las fantasías y las
glorias que se le negaban en la vida real.
Andersen
se convirtió en un viajero infatigable, no existiendo un solo rincón de la
Europa de su tiempo que dejara de visitar. Publicaba en los periódicos las
crónicas de sus viajes, y sus escritos alcanzaban cada vez mayor popularidad.
Sus cuentos se reeditaban una y otra vez, adaptándose al teatro y al ballet.
Sus poemas eran unánimemente aplaudidos, y hasta llegó a estrenar con éxito
alguna obra teatral. Era aclamado allá donde recalaba, trabó amistad con
Charles Dickens, y en todas partes se le reconoció como el gran narrador de
fábulas y cuentos de hadas que fue. Sin embargo, como suele ocurrir a menudo, su
talento no fue tan apreciado en su propia tierra. Muchos daneses le tuvieron en
vida por un personaje un tanto ridículo, quizá por su comportamiento y sus
maneras exageradamente homosexuales.
Biblioteca
Bigotini os ofrece (haced clic en la ilustración) la versión digital
de su cuento El soldadito de plomo, uno
de los más célebres y emotivos de los que componen las colecciones de relatos
de este danés universal. Como un trasunto de la propia vida de su autor, el
heroico soldadito se enfrentará a toda clase de peligros y hará lo imposible
por obtener el amor de la bella y delicada bailarina. Solo lo logrará
póstumamente con la fusión literal en el ardiente fuego de los corazones de la
pareja. Una lección de sacrificio y sensibilidad de la que a todos nos conviene
tomar buena nota. Disfrutadla.
El
viejo profe Bigotini conserva una antigua caja de soldaditos en la que, desde
su infancia, falta uno. A veces los sitúa en formación, y los contempla absorto
durante horas. Cuando cree que nadie mira, se le escapa una lágrima. Acaso
sigue soñando con aquella inalcanzable prima
ballerina que tanto admiró de niño. Era naturalmente, un sueño imposible.
Ella era una princesa. Él, un pobre chico de la calle. Sin embargo, quién sabe…
Más allá del arco iris existe un lugar en que las fantasías se hacen realidad.
Existen
dos maneras de ser feliz en esta vida. Una es hacerse el tonto. La otra es
serlo. Sigmund Freud.
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