Los
árboles son capaces de transportar el agua del suelo, absorbida por
las raíces, hasta las hojas de las ramas más altas. Y ya sabemos
que hay árboles que alcanzan alturas verdaderamente notables. ¿Cómo
funciona el mecanismo de transporte en estos casos?
Pues
bien, a diferencia de las células de las raíces, que están vivas y
realizan una absorción activa, las que forman la madera del árbol,
situadas a lo largo del tronco, están muertas. Constituyen una red
inerte de células muertas interconectadas. Un tejido leñoso que
recibe el nombre de xilema.
El xilema está formado por diferentes tipos de células. Las que
transportan el agua, que son las que nos interesan, son alargadas y
estrechas, y presentan una disposición vertical. Poseen cavidades
abiertas en los extremos, y se acoplan unas a otras, formando una
especie de tuberías.
El
agua (y las sales minerales que lleva disueltas) se desliza de una
célula a otra en sentido ascendente, por obra de la diferencia de
presión que existe entre ambas. Pero, como hemos dicho, estas
células están muertas. Por lo tanto no ejercen ninguna función
activa, limitándose a servir de conducto al agua. Podría pensarse
que existe una presión positiva que ejercieran las raíces,
bombeando el agua en sentido ascendente. No es así, y esto puede
comprobase fácilmente, puesto que al talar el árbol, no emergen
unos chorros de agua del tocón. Se trata por el contrario, de una
presión negativa de succión que se ejerce desde la copa del árbol.
El motor es ni más ni menos que la misma energía
solar.
El
calor del sol hace que se evaporen las moléculas de agua que se
concentran en las hojas. Cada gota evaporada ejerce un pequeño
arrastre en sentido ascendente de las moléculas de agua adyacentes.
Esto se debe a la polaridad del agua. Cada una de las moléculas
tiene una parte cargada positivamente, enfrentada a la carga negativa
de la molécula contigua. Este mecanismo se extiende por todo el
trayecto desde las hojas más distantes hasta las raíces, por muy
largo que sea este recorrido, y sabemos que puede ser de varias
decenas de metros. Así que ya lo veis. El calor del sol pone en
marcha este milagroso sistema. Es un invento (deberíamos decir una
adaptación)
realmente muy antiguo, puesto que se remonta al principio del
Devónico,
hace nada menos que unos 400 millones de años. La naturaleza y la
evolución nos ofrecen diariamente estas lecciones. Sólo podemos
asombrarnos y admirar una vez más su sencilla perfección.
Señorita,
envíese un ramo de rosas rojas, y escriba ‘te quiero’ al dorso
de la cuenta. Groucho Marx.
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