Louisa May Alcott |
Es
posible que muchos jóvenes europeos ignoren algunas de las tradiciones de su
país, pero es seguro que conocen bien la fiesta de Halloween o el significado
del día de acción de gracias. A través del cine y la televisión, la cultura
norteamericana ha calado de forma imperecedera en el resto del mundo. Sin
embargo, los Estados Unidos de América tienen una historia más bien breve, de
poco más de un par de siglos. Todos sus mitos, sus ritos y sus manifestaciones
culturales han nacido y se han desarrollado en este breve periodo.
Concretamente el siglo XIX contempló, parafraseando el célebre filme de
Griffith, El Nacimiento de una Nación, la americana. Contribuyeron al
alumbramiento, políticos, empresarios, artistas y escritores. Entre estos
últimos, ocupa un lugar destacado Louisa May
Alcott, la autora que Biblioteca Bigotini quiere acercaros hoy.
Nació
en 1832 en Germantown, Pensilvania, y la mayor parte de su vida transcurrió en
la Nueva Inglaterra ochocentista que tan bien supo reflejar en sus relatos. Su
padre, Amos Bronson Alcott fue un reputado miembro del movimiento, o más bien
de la secta trascendentalista, un experimento utópico que preconizaba los
ideales de pobreza y regreso a la naturaleza a través del “pleno vivir y el
elevado pensar”, todo ello inmerso en el fundamentalismo ultrareligioso que sólo
pudo florecer en aquellos espíritus tardocalvinistas y, por qué no decirlo, con
su punto protonazi.
Su
experiencia familiar marcó las obras de juventud de Louisa, como se aprecia en
su relato Transcendental Wild Oats. Pronto se independizó, comenzando a
escribir para algunas publicaciones, y actuando como enfermera en un hospital
de la Unión durante la Guerra Civil. De esa época datan Escenas de la vida en un hospital
(1863) y Estados de ánimo (1864). Alcott adquirió reputación como
escritora profesional, se convirtió en una especie de feminista de su época, y
sobre todo, y esto es lo más importante, supo enriquecer su estilo literario
con un personalísimo e inteligente sentido del humor y una fina ironía. Esa
mordaz autocrítica retrospectiva travestida de inocencia, es al decir de muchos
críticos, lo que convierte su prosa en inimitable y encantadora.
Louisa
May Alcott publicó más de medio centenar de relatos y novelas, la mayor parte
de ellas con su nombre. Con el seudónimo de A. M. Barnard firmó una parte menos
conocida de su obra. Títulos como Pauline’s Passion and Punishment
representaron lo que podríamos llamar su lado oscuro. Narraciones fogosas y
apasionadas que en aquella sociedad provinciana se calificaron de escandalosas
y hasta peligrosas para la juventud. Pero que no os engañe el título (a
propósito he escogido el más sugerente). La verdad es que leídas hoy, no pasan
de ser novelas de amor melodramáticas que en su época se vendieron como
rosquillas a pesar de la censura de los críticos, o tal vez gracias a ella. En
cualquier caso, la obra más conocida y fundamental de Louisa May Alcott es Little
Women, Mujercitas. Publicada en
1868, constituyó todo un éxito editorial y fue traducida muy pronto en muchos
otros países. Se trata de un relato semiautobiográfico de su infancia en
Concord, Massachusetts, rebosante de humor, frescura y esa especie de
romanticismo ligado a los valores del hogar, que la ha convertido en una novela
tan popular. El enorme éxito obtenido por la obra generó varias secuelas: Aquellas
Mujercitas, Hombrecitos, Los muchachos de Jo, Una chica a la antigua, La bolsa
de retazos de la tía Jo, o Rosa floreciendo, son algunas de ellas.
Mujercitas,
obra de la que Biblioteca Bigotini os ofrece la edición digital (haced clic en la
portada), ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Especialmente
recomendable es la versión de 1933 con Katharine Hepburn en el papel de Jo (el alter ego de Alcott), aunque quizá la
más célebre sea la de 1949, dirigida por Melvin LeRoy, con June Allyson de
protagonista (nada que ver con la fantástica Hepburn), y el aliciente del debut
cinematográfico de una Liz Taylor de catorce o quince añitos, absolutamente encantadora.
El profe Bigotini leyó la novela siendo ya algo mayor. Resulta que en la España
de tebeo de su infancia, Mujercitas
se consideraba un cuento para chicas, y estaba muy mal visto que lo leyera un
chicarrón obligado a jugar al fútbol, pelear a puñetazos y escupir muy lejos.
Ahora afortunadamente, a los chicos os dejan ya leer de todo, así que no
perdáis ocasión de disfrutar con Louisa May Alcott y su inmortal Mujercitas.
Las
hijas no son conscientes de la tremenda ignorancia de sus madres, hasta que
estas no se empeñan en explicarles lo que es la vida. Enrique Jardiel Poncela.
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