miércoles, 2 de julio de 2014

LOUISA MAY ALCOTT Y LAS TRADICIONES AMERICANAS

Louisa May Alcott
Es posible que muchos jóvenes europeos ignoren algunas de las tradiciones de su país, pero es seguro que conocen bien la fiesta de Halloween o el significado del día de acción de gracias. A través del cine y la televisión, la cultura norteamericana ha calado de forma imperecedera en el resto del mundo. Sin embargo, los Estados Unidos de América tienen una historia más bien breve, de poco más de un par de siglos. Todos sus mitos, sus ritos y sus manifestaciones culturales han nacido y se han desarrollado en este breve periodo. Concretamente el siglo XIX contempló, parafraseando el célebre filme de Griffith, El Nacimiento de una Nación, la americana. Contribuyeron al alumbramiento, políticos, empresarios, artistas y escritores. Entre estos últimos, ocupa un lugar destacado Louisa May Alcott, la autora que Biblioteca Bigotini quiere acercaros hoy.

Nació en 1832 en Germantown, Pensilvania, y la mayor parte de su vida transcurrió en la Nueva Inglaterra ochocentista que tan bien supo reflejar en sus relatos. Su padre, Amos Bronson Alcott fue un reputado miembro del movimiento, o más bien de la secta trascendentalista, un experimento utópico que preconizaba los ideales de pobreza y regreso a la naturaleza a través del “pleno vivir y el elevado pensar”, todo ello inmerso en el fundamentalismo ultrareligioso que sólo pudo florecer en aquellos espíritus tardocalvinistas y, por qué no decirlo, con su punto protonazi.

Su experiencia familiar marcó las obras de juventud de Louisa, como se aprecia en su relato Transcendental Wild Oats. Pronto se independizó, comenzando a escribir para algunas publicaciones, y actuando como enfermera en un hospital de la Unión durante la Guerra Civil. De esa época datan Escenas de la vida en un hospital (1863) y Estados de ánimo (1864). Alcott adquirió reputación como escritora profesional, se convirtió en una especie de feminista de su época, y sobre todo, y esto es lo más importante, supo enriquecer su estilo literario con un personalísimo e inteligente sentido del humor y una fina ironía. Esa mordaz autocrítica retrospectiva travestida de inocencia, es al decir de muchos críticos, lo que convierte su prosa en inimitable y encantadora.


Louisa May Alcott publicó más de medio centenar de relatos y novelas, la mayor parte de ellas con su nombre. Con el seudónimo de A. M. Barnard firmó una parte menos conocida de su obra. Títulos como Pauline’s Passion and Punishment representaron lo que podríamos llamar su lado oscuro. Narraciones fogosas y apasionadas que en aquella sociedad provinciana se calificaron de escandalosas y hasta peligrosas para la juventud. Pero que no os engañe el título (a propósito he escogido el más sugerente). La verdad es que leídas hoy, no pasan de ser novelas de amor melodramáticas que en su época se vendieron como rosquillas a pesar de la censura de los críticos, o tal vez gracias a ella. En cualquier caso, la obra más conocida y fundamental de Louisa May Alcott es Little Women, Mujercitas. Publicada en 1868, constituyó todo un éxito editorial y fue traducida muy pronto en muchos otros países. Se trata de un relato semiautobiográfico de su infancia en Concord, Massachusetts, rebosante de humor, frescura y esa especie de romanticismo ligado a los valores del hogar, que la ha convertido en una novela tan popular. El enorme éxito obtenido por la obra generó varias secuelas: Aquellas Mujercitas, Hombrecitos, Los muchachos de Jo, Una chica a la antigua, La bolsa de retazos de la tía Jo, o Rosa floreciendo, son algunas de ellas.


Mujercitas, obra de la que Biblioteca Bigotini os ofrece la edición digital (haced clic en la portada), ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Especialmente recomendable es la versión de 1933 con Katharine Hepburn en el papel de Jo (el alter ego de Alcott), aunque quizá la más célebre sea la de 1949, dirigida por Melvin LeRoy, con June Allyson de protagonista (nada que ver con la fantástica Hepburn), y el aliciente del debut cinematográfico de una Liz Taylor de catorce o quince añitos, absolutamente encantadora. El profe Bigotini leyó la novela siendo ya algo mayor. Resulta que en la España de tebeo de su infancia, Mujercitas se consideraba un cuento para chicas, y estaba muy mal visto que lo leyera un chicarrón obligado a jugar al fútbol, pelear a puñetazos y escupir muy lejos. Ahora afortunadamente, a los chicos os dejan ya leer de todo, así que no perdáis ocasión de disfrutar con Louisa May Alcott y su inmortal Mujercitas.

Las hijas no son conscientes de la tremenda ignorancia de sus madres, hasta que estas no se empeñan en explicarles lo que es la vida. Enrique Jardiel Poncela.



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