La
noticia surgió hace apenas unas semanas. Otra vez la sima de los huesos, y otra vez el yacimiento burgalés de Atapuerca, nos
proporcionó una nueva alegría. Un equipo del Instituto Max Planck liderado por
Matthias Meyer consiguió secuenciar un fragmento considerable de ADN a partir
de una muestra de dos gramos obtenida de un fémur del homo antecessor. Todo un éxito. Los restos fósiles datan de unos 400.000 años, lo
que supone que se trata del ADN de homínido más antiguo que jamás ha sido
secuenciado desde que se realizan este tipo de análisis.
Si
de por sí esto ya constituyó todo un hito, esperaba aún otra sorpresa
mayúscula. El relato pormenorizado del hallazgo apareció en un artículo de la
prestigiosa revista Nature. El análisis del ADN
mitocondrial, ese que se transmite por línea materna y permite rastrear los
orígenes de las poblaciones, mostró una gran similitud no sólo con el ADN del homo sapiens neanderthalensis, del que
los habitantes pleistocénicos de
Atapuerca se han considerado siempre ancestros directos, sino con (y esto es lo
más asombroso) el ADN del homo denisovano,
una especie cuyos restos se han hallado nada menos que en Siberia.
El
sensacional descubrimiento ha revolucionado la paleoantropología y la antropología
evolutiva. Tal vez la palabra que mejor resume el estado de ánimo de los
investigadores es desconcierto. El homínido de la sima de los huesos no ha podido ser clasificado aun en ninguna de
las especies conocidas de homínidos. Nos encontramos ante una notable paradoja:
si nunca se hubieran encontrado en Siberia restos de los denisovanos, consideraríamos a los habitantes de Atapuerca
parientes cercanos de los neandertales,
con los que guardan un gran parecido morfológico. Sin embargo, el análisis
comparativo sitúa el ADN mitocondrial del fémur burgalés, más cerca de los denisovanos que de los neandertales.
¿Cómo
pudo llegar el ADN de los denisovanos
a un individuo mucho más parecido físicamente a los neandertales? Naturalmente, por el procedimiento habitual. Ya sois
mayorcitos y supongo que no será necesario haceros un croquis. Hibridación,
mestizaje… sexo. Un millón de años da para mucho, y en un millón de años pasan
muchas cosas. La historia de la evolución humana es un enorme puzle del que
desgraciadamente sólo poseemos unas pocas piezas. Lo cierto es que,
contrariamente a lo que muchos expertos sostenían hasta hace bien poco, nuestra
evolución dista mucho de ser lineal. Todo indica que tanto en el continente
africano primero, como después en el euroasiático, coexistieron varias especies
de homínidos a lo largo de varios cientos de miles de años. En todo ese tiempo
la hibridación no sólo tuvo que ser posible, sino que con toda seguridad fue
inevitable.
En
fin, si nuestro ADN contiene importantes fragmentos del ADN de ratas o de
lagartijas, ¿cómo puede asombrarnos que guarde estrecha similitud con el de
parientes mucho más cercanos? La ciencia no tiene respuestas inmediatas para
todas las incógnitas. Si científicos tan reputados como Arsuaga, Carbonell o
Bermúdez de Castro confiesan no tener ni medio clara la estructura del árbol
genealógico de los homínidos, no pretendáis que yo, que no soy más que un
monigote con nariz de berenjena, resuelva vuestras dudas. Permitidme
simplemente que insista en lo de la hibridación, una tarea que siempre me ha
interesado, y a la que me entregué en mis años jóvenes de forma entusiasta.
El camarero: -¿Vino blanco, señor?
El cliente: -No, ha sido al ver la lista de precios.
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