En
sólo dos o tres años tras la batalla de Guadalete (año 711), los musulmanes
eran ya dueños de la mayor parte de la península Ibérica e incluso poco después
habían cruzado los Pirineos, llegando hasta Narbona en 720. Tan sólo unos pocos
núcleos aislados en las montañas cantábricas les oponían cierta resistencia. El
nombre con que los nuevos pobladores rebautizaron a Hispania, al-Andalus, del
que deriva el de la actual Andalucía, hace referencia a Vandalicia, la tierra
de los vándalos, gentes de origen germánico que, antes de ser empujados por los
visigodos al norte de África, habían ocupado grandes áreas del sur peninsular.
De esta forma, el solar ibérico salvo algunas pequeñas excepciones, se
incorporó al Islam, al mundo islámico que aportó a la tierra y sus pobladores
no pocas novedades, tanto en el plano económico, como en el social, el
artístico, el cultural y el religioso.
Esta
primera etapa de conquista y dominio musulmán se conoce como la del Emirato.
Estableció su capital en Córdoba al mando de un emir que obedecía órdenes del
califa de Damasco. No faltaron entre los recién llegados, fricciones y
disputas. Acaso las más sonadas fueron las protagonizadas por los beréberes
que, procedentes del Magreb, constituían el grueso de la tropa y de la
población islámica, mientras que los árabes eran, aunque minoritarios, la élite
dominante. Para sofocar la más importante de aquellas revueltas llegaron desde
Siria tropas de refuerzo que terminaron asentándose en al-Andalus. También hubo
problemas entre los nuevos dueños y los antiguos habitantes hispanovisigodos.
Se rebelaron en muchos lugares los muladíes, cristianos convertidos al Islam
fundamentalmente por motivos fiscales, que a pesar de ello se sintieron
discriminados. Idéntico sentimiento y aún con mayor motivo, tuvieron los
mozárabes que eligieron continuar profesando el cristianismo. Hubo importantes
fricciones entre el poder central cordobés y los gobernantes de las provincias
o marcas islámicas peninsulares. Fueron especialmente sangrientas la llamada
Jornada del Foso, que se produjo en Toledo en 807, y el Motín del Arrabal
acaecido en Córdoba en 818. Causó disturbios la introducción de la doctrina
malikí en tiempos del emir Hisham I, que se terminaría convirtiendo en la
versión ortodoxa del Islam hispano.
Con
Abderramán II se desató el mayor conflicto con los mozárabes. Dirigentes de la
comunidad cristiana como Paulo, Eulogio o Speirandeo apostaron por el martirio
recordando épocas pasadas del viejo Imperio Romano. También en aquellos años,
concretamente en 844 llegaron a las costas de al-Andalus los temibles normandos
que incluso asediaron Lisboa y Sevilla. Ya en la segunda mitad del siglo IX,
con el emir Muhammad I, se produjeron importantes tensiones entre el poder
central y las marcas, como la que protagonizó Ibn Marwan el Gallego, un muladí
extremeño, o como la que enfrentó a Córdoba con la poderosa familia aragonesa
de los Banu Qasi, antiguos hispanovisigodos convertidos al Islam. Un miembro de
esa familia de “los hijos de Casio” o Banu Qasi, Musa ibn Musa, llegó a
ostentar el título oficioso de tercer rey de España. En 879, Umar ibn Hafsun,
un importante líder muladí, se reconvirtió al cristianismo y actuó como
cabecilla de los mozárabes andalusíes.
Así
que los dos primeros siglos de dominio musulmán, los siglos del Emirato,
resultaron bastante caóticos. Coincidieron con la profunda conmoción que para
el mundo islámico supuso el derrocamiento de la familia Omeya que había
sustentado el califato de Damasco, y el advenimiento de la nueva dinastía de
los Abasíes con capital en Bagdad. Pero en nuestro suelo el panorama cambió de
forma radical con la ascensión al emirato de Abderramán III en 912. Abderramán
pertenecía a la estirpe de los Omeyas, y a partir de 929 se proclamó califa,
independizándose de Bagdad, sometiendo a mozárabes y muladíes y estableciendo
en al-Andalus un orden duradero que culminó con el mayor esplendor de Córdoba,
la construcción de su gran mezquita, y la llegada a nuestras tierras de grandes
sabios y eruditos tanto musulmanes como judíos, que en el siglo X convirtieron
a Córdoba en la capital cultural del mundo, por encima de Bagdad, de Bizancio o
de Roma.
Acabar con la pobreza es fácil. Lo único que se necesita es dinero. Groucho Marx.
No hay comentarios:
Publicar un comentario