sábado, 25 de noviembre de 2023

LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN, EL MADRILEÑO AFRANCESADO

 


En Madrid y en 1760 nació Leandro Fernández de Moratín en el seno de una familia hidalga de estirpe asturiana. Fue hijo del abogado y también poeta y dramaturgo, Nicolás Fernández de Moratín, todo un personaje de la España de su tiempo, autor de alguna comedia de mérito y del poema irreverente que tituló Arte de las putas, fruto de su afición al amor mercenario, que circuló en ediciones más o menos clandestinas. El pequeño Leandro fue un niño tímido abrumado por la extravertida personalidad de su padre y acomplejado por las marcas que la viruela le dejó en el rostro. Asistía a escondidas a las tertulias literarias de su casa, y se refugiaba en la lectura de los clásicos, y en los brazos de doña Isidora, su madre, único consuelo entonces de su infancia atormentada. Pasó su adolescencia secretamente enamorado de Sabina Conti, una hermosa vecinita a la que espiaba siempre que tenía ocasión.

En 1780, con apenas veinte años, se produjo un cambio radical en el joven Leandro. Al cumplir los quince, su adorada Sabina fue dada en matrimonio a un viejo tío suyo. Desde entonces emprendió una cruzada contra los matrimonios de conveniencia, desiguales y amañados, que libraría durante toda su vida. También ese mismo año falleció Nicolás, su padre, así que el joven Moratín tuvo que hacerse cargo de mantener la casa y a su querida madre. La transformación de su carácter retraído fue completa, y de aquella metamorfosis surgió Leandro Fernández de Moratín, un joven osado y ambicioso conocido en todo Madrid por el todo Madrid, como solían nombrarse en expresión autocomplaciente las élites culturales y diletantes de la capital. Ganó diferentes concursos poéticos, y en 1782 causó la admiración de la Real Academia con su Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos en la poesía española, obra que puede considerarse todo un manifiesto de la poesía lírica del neoclasicismo en lengua española.



Trabó gran amistad con el ministro Jovellanos que le encargó viajar a París como secretario del conde de Cabarrús en misión diplomática. Conoció en París a Carlo Goldoni, el inmortal dramaturgo italiano, que ejerció en Moratín una influencia decisiva. A su vuelta a Madrid fundó la academia burlesca Acalófilos o amantes de lo feo, tertulia jocosa que se reunía en casa de Juan Tineo Ramírez, sobrino de Jovellanos. En ese tiempo escribió Moratín su Carta sobre el comercio de nabos de Fuencarral y su muy acerada sátira La derrota de los pedantes. Conoció por entonces al todopoderoso conde de Floridablanca, a quien comentó en tono festivo que su verdadera vocación era la religiosa, y que aspiraba a ser abate. A Floridablanca le cayó tan en gracia el desparpajo de aquel joven, que divertido por su ocurrencia, movió los hilos necesarios para que fuera ordenado de primera tonsura por el obispo de Tagaste, y recibiera después un beneficio eclesiástico de trescientos ducados anuales del arzobispado de Burgos. Eso le permitió por fin dedicarse por completo a la literatura, y sus rentas se aumentaron todavía con la llegada al poder de Manuel Godoy. El príncipe de la Paz aumentó sus beneficios con otras sinecuras de tres mil ducados en la feligresía de Montoro y otros seiscientos sobre la mitra de Oviedo. Además Godoy le ayudó de forma decisiva a estrenar sus comedias. Entre las más sobresalientes de aquel periodo cabe citar El barón, Las mojigatas y sobre todo, La comedia nueva también llamada El Café, cuyo estreno constituyó un éxito sin precedentes.

En 1779 viajó Moratín a Francia donde le sorprendió la Revolución. Pasó a Inglaterra donde se dedicó al estudio del teatro de Shakespeare, y a traducir algunas de sus principales piezas a través del francés. De aquel periodo datan sus Apuntaciones sueltas de Inglaterra, un divertido diario de viajes cargado de notas costumbristas y sátira feroz de la sociedad inglesa. Del mismo tono pero algo menos ácido es su Viaje a Italia. Allí, y en Suiza, encontró Moratín a muchos jesuitas españoles exiliados tras la expulsión, que admiraron su obra y su persona hasta llegar a nombrarle el Molière español, título que aceptó Moratín con el desenfado que en él se había hecho ya célebre. Otra vez en Madrid, entabló íntima amistad con Francisco de Goya, quien pintó el primero de los dos retratos de Moratín que llevan su firma. En el coliseo de la Cruz estrenó en 1806 El sí de las niñas, sin duda su comedia más conocida y emblemática, una sátira social de los matrimonios de conveniencia que tanto aborrecía el autor. Gozó entonces de la amistad de la reina María Luisa de Parma, tan afín a Manolo Godoy, y del resto de la familia real.

En 1808 se produjo el motín de Aranjuez, la caída de Godoy, y la llegada al trono de José Bonaparte. El hermano de Napoleón fue también gran admirador de Moratín, hasta el punto de admitirlo en el reducido círculo de la Orden Real de España, que muchos señalaron como su logia masónica, y el mismo Moratín rebautizó como la Orden del Pentágono. Pertenecen a ese breve periodo un opúsculo Contra la Inquisición y un airoso prólogo al Fray Gerundio de Campazas, obra de su amigo el padre Isla. Todo eso y sus adaptaciones de las obras de Molière, hacen que Moratín sea tachado definitivamente de afrancesado, etiqueta de la que ya no logrará desprenderse jamás.

Leandro Fernández de Moratín se estableció en Burdeos, en casa de Manuel Silvela, otro de sus amigos. Allí Goya pintó el segundo de sus retratos, en que aparece un Moratín ya viejo y enfermo. Falleció en el exilio parisino en junio de 1828, cuando contaba sesenta y ocho años. De nuestra biblioteca escogida os ofrecemos la versión digital de sus Apuntaciones sueltas de Inglaterra, publicadas en 1792, una fresca sátira costumbrista cargada del humor que caracterizó siempre a aquel madrileño afrancesado e ilustrado que, igual que su amigo Goya, amó tanto a España que acaso no pudo soportar a quienes la esgrimieron contra él como un arma arrojadiza. 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Apuntaciones+sueltas+de+Inglaterra.doc

Una de las cosas que más admiran a un español que llega a Londres, es la poca sujeción que les da su grandeza a los más grandes personajes de la Corte, y la libertad de que gozan, habiendo sacudido la cadena intolerable de las ceremonias y la etiqueta.


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