Domiciano,
el último emperador de la efímera dinastía Flavia, fue asesinado sin darle
tiempo a nombrar un sucesor, así que el Senado, que aunque siempre calló, nunca
había reconocido oficialmente el derecho de los emperadores a elegir heredero,
se apresuró a designar al nuevo, y lo hizo en la persona de Marco Cocceyo Nerva, un senador medio
jurista y medio poeta, un tipo grandullón y pacífico con fama de buena persona.
Tenía entonces ya setenta años y la salud delicada. Su mandato duró sólo dos
años, pero fueron suficientes para corregir los desmanes de su predecesor y
poner orden en la política romana. Llamó a los exiliados, rehabilitó a los
proscritos, repartió tierras entre los pobres, liberó a los hebreos de los
pesados tributos a los que les habían sometido Vespasiano y Tito, y hasta tuvo
tiempo de sanear las finanzas y las arcas del Estado. Tan solo tuvo enfrente a
los pretorianos, una panda de matones acostumbrados a medrar a sus anchas, que
llegaron a sitiar su palacio degollando a varios de sus consejeros y
secuestrando al resto.
Nerva
no se dejó amedrentar. Ofreció a cambio su propia cabeza que los sitiadores no
se atrevieron a aceptar acaso por miedo a excitar las iras de toda Roma que
apoyó a su emperador. Los pretorianos cedieron y hasta practicaron una purga
entre sus filas. Nerva presentó su dimisión al Senado, y el Senado la rechazó.
Pero
aquel hombre bueno sentía que se aproximaba su final, y como no tenía hijos,
nombró heredero a Marco Ulpio Trajano, un
brillante general que mandaba las legiones destacadas en Germania. Después
Nerva se retiró, y regresó a la vida privada sin el menor sobresalto. Un caso
inédito en la convulsa historia de Roma.
La
personalidad de Trajano, hombre en apariencia severo y distante, hizo sospechar
a muchos senadores que se comportaría como un tirano. Pero se equivocaban. Fue
un trabajador infatigable que realizó grandes reformas. Su mandato fue
memorable en urbanismo y arquitectura. A su iniciativa se debe el gran foro
romano llamado de Trajano en su memoria, presidido por la inmensa columna del
mismo nombre cuyos bajorrelieves constituyen un documento inigualable para
cronistas e historiadores. Impulsó también importantes obras en todas las
provincias del Imperio. Fue el artífice del nuevo puerto de Ostia, del
anfiteatro de Verona, de las cuatro grandes vías o calzadas que partiendo de la
Urbe, comunicaron con el resto de la península, del gigantesco acueducto y del
singular puente sobre el Danubio que encargó al arquitecto griego Apolodoro.
Aunque
no fue partidario de la violencia, Trajano supo cuándo emplear la fuerza. Ese
fue el caso de la sublevación de Decébalo en la Dacia, la actual Rumanía, que
sofocó por dos veces con gran habilidad táctica y un mínimo derramamiento de
sangre. Con el botín de aquel triunfo, las minas de oro de Transilvania, obsequió
a los romanos cuatro meses ininterrumpidos de juegos en el Circo, en los que
participaron diez mil gladiadores y un ingente número de fieras.
Tras
aquel periodo de paz y reconstrucción, cuando ya tenía casi sesenta años,
Trajano sintió nostalgia de la vida de campamento, y se propuso completar la
obra de César y Antonio en Oriente, llevando los confines del Imperio hasta el
océano Índico. Conquistó Mesopotamia, Persia, Siria y Armenia, pero tuvo que
detenerse ante el mar Rojo por encontrarse ya viejo y enfermo. Volvió grupas
hacia Roma con la esperanza de llegar a morir allí, pero no pudo ser. Aquejado
de hidropesía y de una repentina parálisis, falleció el año 117, cuando contaba
sesenta y cuatro. A Roma sólo regresaron sus cenizas que se enterraron bajo su
monumental columna en el foro, y siguen ahí después de más de diecinueve
siglos. Asegura Tácito que fue llorado por los ciudadanos de Roma y de todo el
Imperio.
Si tu intención es describir la verdad, hazlo con la mayor sencillez. La elegancia déjala para los modistos. Albert Einstein.
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