El
tercer emperador romano de la dinastía Claudia, que había inaugurado Tiberio,
fue otro Tiberio, concretamente Tiberio Claudio, al que se conoce generalmente
como Claudio. Su nombre y hasta su figura nos
resultan familiares por la espléndida novela de Robert Graves y la magnífica
adaptación televisiva que realizó la BBC. Era hijo de Druso y Antonia, por lo
tanto, tío de Calígula, su predecesor. Durante el reinado de su sobrino,
Claudio se libró de la muerte fingiéndose idiota. Ciertamente lo debía parecer,
pues según los cronistas de su época, era cojo, probablemente a causa de la
poliomielitis, tartamudo y bastante feo. Hasta Antonia, su propia madre, le
tenía por un idiota redomado. Cuando los pretorianos asesinaron a Calígula,
pensaron inmediatamente en proclamar emperador a Claudio para seguir
mangoneando en la sombra. Sir Lawrence Alma Tadema representó el momento
histórico pintando un Claudio muerto de miedo a quien los pretorianos
encontraron escondido detrás de una cortina. Otros artistas como Lebayle,
también se inspiraron en el episodio.
Pero
no, Claudio no sólo no era idiota, sino que resultó ser un hombre inteligente e
instruido. Además de su lengua latina, dominaba el griego y el hebreo, era un
poeta notable que escribió su autobiografía, y tenía gran afición a la
geometría y la medicina. Como desconfiaba de las aptitudes de los aristócratas
y los senadores, se rodeó de una especie de comité de sabios, en su mayoría
antiguos esclavos griegos a quienes concedió la libertad. Bajo su mandato se
realizaron en Roma grandes mejoras de urbanización que pronto se irían
extendiendo a las provincias y las colonias. Hizo desecar el lago Fucino que
fue el más importante foco de malaria en tiempos pretéritos. A pesar de que por
sus taras físicas, no había estado en el ejército, eligió a los generales más
competentes, y con ellos encabezó la expedición que conquistó la isla de Gran
Bretaña. De allí trajo a la Urbe como prisionero a su rey Caractaco, primero de
los reyes vencidos por Roma en ser indultado, rasgo que ofrece una idea clara
de la prudencia y sensatez de Claudio.
Claro que su reinado tuvo también algunas sombras. Antes de desecar el lago Fucino, organizó en sus aguas una batalla naval en la que contendieron dos flotas rivales compuestas por veinte mil condenados a muerte. Se ahogaron todos. Así que, aunque visto desde la perspectiva actual, Claudio pudiera parecernos un emperador clemente, no deben asombrarnos ciertos rasgos de crueldad que cabe atribuir más que a él, a la propia Roma. Roma, la Roma clásica y muy especialmente la Roma imperial, eran crueles por definición.
Acaso
la debilidad más sobresaliente de Claudio fue su afición a las mujeres. Parece
probado que se valió de su posición privilegiada para acostarse con todas las
que se pusieron a su alcance. Cumplidos ya los cincuenta, se había casado tres
veces y había engañado a sus tres esposas con un buen número de amantes, tanto
patricias como esclavas y sirvientas. Su cuarta esposa, Mesalina, llegó al
tálamo con sólo dieciséis años. Algunos historiadores, sobre todo los
moralistas cristianos de siglos posteriores, han querido presentarla como el
paradigma de las reinas malvadas. Lo cierto es que no se le conocen intrigas
palaciegas o conspiraciones políticas. Sencillamente se le conocen amantes,
muchos amantes, capítulo en el que la joven Mesalina resultó ser insaciable. En
términos modernos diríamos que fue una ninfómana. Sus muchas infidelidades
atormentaron al principio a Claudio, pero al parecer pronto llegaron al acuerdo
mutuo de vivir lo que ahora llamaríamos un matrimonio abierto, así que el
emperador se consolaba también con sus muchas aventuras…
La
cosa se complicó cuando a la insensata Mesalina se le ocurrió la descabellada
idea de casarse con uno de sus enamorados, un tal Silio. Algunos consejeros de
Claudio le aseguraron que su esposa planeaba sustituirle en el trono por su
reciente marido. Claudio ordenó la muerte de Silio y después mandó a dos
guardias pretorianos a buscar a Mesalina que se había ocultado en casa de su
madre. O el emperador no supo explicarse bien o los pretorianos se excedieron
en su celo. El caso es que asesinaron a Mesalina y a su madre. Cuando volvieron
con los cadáveres, Claudio les ordenó que lo mataran también a él, pero se
apresuró a añadir que lo hicieran si volvía a casarse. Ya hemos quedado en que
no era idiota.
Bueno,
a pesar de la orden, Claudio siguió con sus devaneos amorosos, y por supuesto
volvió a casarse. La afortunada quinta esposa, y en este caso el adjetivo
resulta muy adecuado, fue Agripina, hija de Germánico y Agripina, y por lo
tanto sobrina suya. Tenía apenas treinta años cuando Claudio ya era sesentón y
comenzaba a chochear. Tenía además un hijo de un matrimonio anterior, llamado
Nerón, y tenía por último, un talento innato para la intriga. Agripina fue una
especie de segunda Livia cuyo único amor era su querido hijo Nerón, y cuya
única obsesión era verle instalado en el trono imperial. Lo consiguió
administrando a Claudio un acelerador de la sucesión en forma de plato de setas
venenosas. Corría el año 54 de nuestra era.
El cinismo consiste en ver las cosas como realmente son y no como nos gustaría que fueran. Oscar Wilde.
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