El
problema de la disolución de gases en líquidos interesó a físicos y químicos ya
desde el siglo XVII. Los gases se disuelven en mayor o menor medida en los
líquidos, dependiendo de su solubilidad y de la naturaleza del gas y del
líquido. Pero existen dos factores que resultan fundamentales: la temperatura y
la presión.
Ya
vimos en algún artículo anterior que la solubilidad de cualquier gas disminuye
a medida que aumenta la temperatura. Sin embargo, y al contrario que en el caso
de la temperatura, la solubilidad aumenta al elevarse la presión del gas sobre
el líquido, es decir la solubilidad es
directamente proporcional a la presión. Esta relación se conoce como ley de Henry, y se expresa:
C = K.p
Siendo
C la concentración del gas en la disolución, p la presión parcial del gas, y K la Constante propia de cada gas.
El
que habitualmente llamamos mal de altura o
mal de montaña, es causado por el empobrecimiento de O2 en la
sangre. Se conoce también como soroche en lengua quechua, y se
caracteriza por la aparición de náuseas, vómitos, taquicardia, sensación de
fatiga acusada y dificultad respiratoria. La presión parcial del oxígeno
disminuye conforme ascendemos en altura. El oxígeno se disuelve menos en la
sangre y no se fija bien a la hemoglobina,
que es la proteína encargada de transportarlo a todos los tejidos del
organismo. Si añadimos que al realizar mayor esfuerzo muscular, como en el caso
de la ascensión a una montaña, se
produce un mayor consumo de O2, parece lógico que el fenómeno se
presente más frecuentemente en montañeros que en aviadores, por ejemplo, siempre
que no estén protegidos dentro de una cabina hermética, como era el caso de los
pilotos en la Primera Guerra Mundial. Ellos también ascendían a gran altura,
pero no se sometían a esfuerzos físicos como los escaladores, de manera que el
mal de altura les afectaba más raramente.
Cuando
falta oxígeno en la sangre, se segrega una hormona, la eritropoyetina,
que estimula la formación de glóbulos rojos en el bazo y la médula ósea. Para
suministrar a las células la cantidad necesaria de O2, el organismo
se ve obligado a producir más glóbulos rojos. Este efecto, conocido ya desde
antiguo, suele ser aprovechado por los atletas que se entrenan en zonas de gran
altitud. De esta forma, al descender a zonas con más oxígeno y mayor presión de
O2, y tener más glóbulos rojos y una mayor proporción de
hemoglobina, los tejidos reciben una cantidad adicional de oxígeno y en
consecuencia, se incrementa notablemente el rendimiento.
Ahora
os dejo. Me parece que el profe Bigotini se ha vuelto a subir a la azotea.
Mi padre vendió la farmacia porque no le quedó más remedio. Woody Allen.
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