Ya
hemos visto en anteriores artículos la importancia de Abraham en los mitos
hebreos. Aunque el Génesis bíblico se ciñe a lo estrictamente canónico, existen
numerosas fuentes midrásicas y de la tradición judía que proporcionan noticias
acerca del patriarca y de su numerosa descendencia. Es sabido que cuando ya en
una edad avanzada, no tenía hijos, Dios prometió a Abraham (entonces llamado
todavía Abram), que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del
cielo o las arenas del desierto.
Cronológicamente
su primer hijo fue Ismael, habido con Agar, una esclava que su esposa Saray
(más tarde Sara) introdujo en su lecho. De Ismael proceden los ismaelitas, es
decir, los árabes que también algunos autores llaman agarenos por Agar.
Isaac
fue el segundo hijo de Abraham, pero primero en importancia y heredero, puesto
que lo tuvo con Sara, su esposa legítima, y a él correspondería la
primogenitura.
La
mitología hebrea cuenta que tras la muerte de Sara, Abraham a pesar de haber
alcanzado la venerable edad de ciento treinta y siete años, aún conservaba la
fuerza y el vigor de la juventud. Hasta tal punto tenía aspecto juvenil, que
rogó a Dios que le distinguiera de su hijo Isaac, con quien le confundían a
menudo. Dios coronó a Abraham con
cabellos blancos como la lana de un corderillo, iguales a los suyos. El subrayado pertenece al mito, pero lo
marcado en negrita es de quien escribe estas líneas, pues resulta chocante que el
Dios de los hebreos, a quien ni siquiera podía nombrarse y por supuesto,
carente de cualquier representación en figura o imagen, proporcionara él mismo
una pista tan clara sobre su persona como reconocer que peinaba canas, algo que
confiere validez a varias representaciones cristianas como la que plasmó Miguel
Ángel en la Capella Sistina.
Tras
adquirir su nuevo aspecto venerable, el viudo Abraham se casó con Queturá.
Algún intérprete de las Escrituras considera que el de Queturá es otro nombre
de Agar, pero no parece verosímil puesto que Agar e Ismael habían sido
desterrados hacía tiempo. Además todo señala a Queturá como descendiente de
Jafet, lo que completa el ciclo de descendientes de Abraham.
Veamos.
Los hijos de Noé de quienes se quieren hacer descender las razas humanas
bíblicas, fueron tres: Sem, Cam y Jafet. Isaac era el legítimo y genuino
semita, hijo de Abraham y Sara; Ismael era el hijo de Agar, perteneciente a la
estirpe de Cam. Faltaba una descendiente de Jafet, y esa fue por supuesto,
Queturá, tal como lo atestiguan los nombres de algunos de sus hijos que recoge
la tradición: Zimrán, Yoqsan, Medán, Madián, Yisbaq, Suaj…
Los
diferentes descendientes de las tres madres dibujan la paleta de todas las
naciones conocidas por los judíos de la época en que se escribieron tanto los
libros de la Biblia oficialmente reconocidos, como el resto de las tradiciones
y relatos apócrifos. Las lagunas se completan con descendientes de Lot, sobrino
de Abraham, y de algún otro pariente.
Un
detalle curioso es que Jacob, después llamado Israel, el hijo de Isaac y por
tanto nieto de Abraham, tuvo doce hijos como todo el mundo sabe, que
corresponden a las célebres doce tribus. Pues bien, a Ismael se atribuyen otros
doce hijos, y otros tantos se dice que tuvo Abraham de Queturá.
A
tan machacona insistencia en el número doce, quizá no hay que atribuir más
trascendencia que la simple tradición cultural de la región. Ya desde los
primeros testimonios escritos en Mesopotamia a comienzos del Neolítico
histórico, se documenta una base sexagesimal en la numeración. Así el sesenta
se forma con cinco docenas (los cinco dedos de una mano) o con diez medias
docenas (los dedos de las dos manos). Se trata de un sistema práctico que
funcionó en las primeras sociedades agrícolas. Por cierto, al sistema
sexagesimal debemos la división actual del tiempo. Días de veinticuatro horas
(dos docenas), horas de sesenta minutos y minutos de sesenta segundos, son
todavía parte de la herencia que conservamos de aquella primitiva cultura.
Algunos dicen que Abraham confió a los hijos de Queturá los nombres secretos de los demonios. B. Sanhedrin 91a; Zohar Gen. 133b, 223a-b.
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