Los
llamados restos arqueobotánicos incluyen una gran variedad de vegetales,
desde pólenes hasta partículas de material carbonizado, frutos, semillas,
restos de paja, raíces, flores secas, e incluso restos microscópicos de
almidones o fibras. La arqueobotánica constituye una
ciencia auxiliar imprescindible para la arqueología,
pues permite hacerse una idea de qué comían las gentes que habitaron los
yacimientos neolíticos, si bien en ocasiones resulta difícil precisar si los
vegetales se habían obtenido mediante cultivo, o formaban parte del forrajeo y
la continua recolección de plantas silvestres en los alrededores de los
asentamientos.
Siguiendo a Leonor Peña-Chocarro, Guillem Pérez Jordá, Lydia Zapata y otros especialistas, cabe decir que la mayor parte de los frutos y semillas que suelen recuperarse en los yacimientos arqueológicos del neolítico, son plantas cultivadas, sobre todo cereales y leguminosas, pero también oleaginosas y frutales. Las plantas adventicias y malas hierbas pueden proporcionar información acerca de las prácticas agrarias y del procesado de los cereales.
Un
segundo grupo de restos es el de los fragmentos de pajas y espigas de los cereales,
raquis, glumas y bases de espiguilla, que se engloban bajo el término
anglosajón de chaff. Y un tercero lo
constituyen los restos procedentes de las partes vegetativas de las plantas,
fragmentos de raíces, tubérculos, tallos, rizomas, etc., que aportan
información sobre la explotación y el aprovechamiento de un tipo de recurso
vegetal determinado.
Como
materiales orgánicos que son, los vegetales tienden a descomponerse y
desaparecer con el tiempo. Los arqueobotánicos sólo pueden estudiar una mínima
parte de ellos. La forma más usual de conservación es la carbonización de los
restos, generalmente producida de manera accidental en incendios o en
accidentes ocurridos durante la preparación. La carbonización evita que los
restos sean consumidos por animales, insectos o microorganismos diversos.
También la inundación consigue que ante la falta de oxígeno, los materiales no
sean consumidos por bacterias y así se preserven. Existen en nuestro suelo
ejemplos de esta forma de preservación, como el del puerto romano de Irún o el
yacimiento neolítico de La Draga. Otra fórmula consiste en la mineralización o
sustitución de ciertas partes de la planta por depósitos minerales, un proceso
similar al de los fósiles clásicos, que permite conservar la forma de la planta
y hace que pueda identificarse.
Desecación
y congelación representarían casos excepcionales, pero no imposibles. Tal es el
caso del célebre hombre de Similaun, cuyo cuerpo hallado en los Alpes en estado
de congelación, permitió el análisis del contenido intestinal. También
excepcionalmente el interior de algunas cuevas con un ambiente extremadamente
seco o los parajes desérticos muy áridos, han proporcionado restos vegetales
conservados de forma natural por desecación.
La
recuperación de muestras exige un muestreo sistemático. Se utilizan cribas con
mallas muy reducidas. El método de flotación permite recuperar restos
carbonizados. Torres de tamices con agua o en seco se utilizan cuando los
restos están mineralizados, un procedimiento que exige el traslado de los
restos al laboratorio.
Durante
el proceso de identificación, sin duda el más complicado, las semillas y los
diferentes restos se comparan con materiales actuales. Se trata de un trabajo
que requiere un alto grado de especialización. Suelen emplearse atlas de
semillas de diferentes regiones y colecciones de imágenes e ilustraciones, una
labor sin duda delicada y siempre necesaria, aunque mucho menos valorada que el
hallazgo por ejemplo de restos humanos, vasijas, objetos artísticos y otros
materiales más vistosos.
Cuando las cosas parecen ir mejor, es que has pasado algo por alto.
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