En
muchos de los modernos restaurantes estrellados parece haberse puesto de moda
comer flores. Como ocurre siempre, no hay nada nuevo bajo el sol. El consumo de
flores y de sus alcaloides está ya documentado desde
El uso de la adormidera en medicina se remonta al Antiguo Egipto. Se menciona en muchos jeroglíficos como calmante y analgésico por vías oral, rectal y transcutánea. Dice Homero en la Odisea que el opio tebaico hace olvidar cualquier pena, y en el papiro Ebers puede leerse que se utilizaba para evitar que los bebés griten fuerte. Hesiodo adjudica a Deméter la adormidera como símbolo, y cuenta que la ciudad de Sición se llamaba en tiempos remotos Mekone (adormidera). Las mujeres sin hijos solían llevar broches, alfileres y fíbulas con la forma de sus frutos, por atribuirse a la planta poderes de fecundidad. Los enamorados estrujaban pétalos secos de amapola para adivinar por sus chasquidos el futuro de su relación (¿?). En los templos de Esculapio se recibía a los enfermos con una infusión de adormidera que les sumía en lo que los romanos llamarían después la incubatio, especie de cura de sueño. Hipócrates recomienda el opós mekonos (jugo de adormidera) para el tratamiento de la histeria femenina. Teofrasto se ocupó extensamente de la planta en sus tratados, y Heráclides de Tarento, el médico de Filipo I de Macedonia, la utilizaba para calmar cualquier dolor.
En
cuanto a la flor propiamente dicha, la amapola, su consumo fue probablemente
más limitado. En la Odisea, Homero cuenta cómo la nave de Ulises, empujada por
el viento del norte, llega hasta la remota isla de los lotófagos, que muchos estudiosos sitúan junto a la costa de Libia.
Allí un puñado de sus hombres son invitados a consumir las flores, cayendo en
una especie de letargo o ensoñación en la que olvidan su patria y su viaje.
Ulises se ve obligado a arrancarlos de allí por la fuerza y a mantenerlos bien
sujetos en la nave hasta que remiten los efectos de la droga. No está claro de
qué planta puede tratarse. El término griego lvtoz puede referirse
a varias especies vegetales. Por diferentes autores se han propuesto diversas,
desde el loto azul hasta el llamado trigo de Zeus, pasando por el almez, la Cordia mixa, los nenúfares o el
azufaifo, entre otras. Ninguna de ellas es capaz de producir el efecto del
olvido que se describe en la narración. Un historiador como Heródoto (tan
fiable o tan poco como se prefiera) habla en su libro cuarto de los lotófagos y
de la planta, y dice que su fruto es del
tamaño de los granos del lentisco, pero en lo dulce del gusto es parecido al
dátil de la palma: de él sacan su vino los lotófagos.
En el siglo II Galeno confeccionaba su Antídoto Magno con un 40% de jugo de adormidera. Marco Aurelio se desayunaba con una porción de opio del tamaño de un haba grande, disuelta en vino templado. Lo mismo hicieron otros emperadores como Nerva, Trajano, Adriano, Septimio Severo y Caracalla. Se utilizó en época imperial como terapia agónica (cuidados paliativos, diríamos hoy día) y como eutanásico. El suicidio se consideró entonces una prueba de grandeza moral. Explica Plinio el Viejo en su Historia Natural (18.2.9) que de los bienes que la naturaleza concedió al hombre, ninguno hay mejor que una muerte a tiempo, y lo óptimo es que cada cual pueda dársela a sí mismo.
Dioscórides
describe el opio como lo que quita el
dolor, mitiga la tos, refrena los flujos estomacales y se aplica a quienes
dormir no pueden. En el Imperio Romano, el opio, como la harina o la sal,
fue un producto de precio controlado. Su demanda excedía a la oferta, por eso
no era infrecuente que se adulterara para obtener mayor beneficio.
Formó
parte también de la farmacopea árabe. De la corte cordobesa de Abderramán se
exportó primero a los reinos cristianos peninsulares y más tarde al resto de
Europa. Las principales plantaciones de adormidera del periodo medieval y los
siglos posteriores se situaban en Persia y Turquía. El Islam diseminó el opio
desde Gibraltar hasta Malasia. En Occidente el láudano, un preparado a base de opio y alcohol cuya paternidad se
atribuye a Paracelso, se empleó ampliamente como analgésico hasta el siglo XIX.
Más tarde se sintetizó la morfina,
con un poder analgésico mucho mayor y también mucho más adictiva. En el XIX se
extendió en China el consumo de opio. Los fumaderos de la sustancia abundaron
en todo el país hasta convertirse en una plaga nacional no erradicada hasta la
llegada del régimen comunista. Potencias como USA, Francia, el Reino Unido o la
misma China pugnaron por dominar el mercado del opio, generándose auténticas
guerras por este motivo. La heroína,
el más moderno de los derivados del opio, ha causado verdaderos estragos en las
sociedades contemporáneas. Otro de sus alcaloides, la papaverina, es un compuesto que difiere del grupo de los mórficos,
ya que no es narcótica ni adictiva. Se emplea como relajante del músculo liso,
vasodilatador y en menor medida, antipsicótico.
Los
hippies de los sesenta se adornaban con toda clase de flores. Probablemente
también las probaron, pero les gustaron más el cannabis, los hongos
alucinógenos y la dietilamida del ácido
lisérgico, más conocida como LSD. Viaje con nosotros, que decía Gurruchaga.
Y Luis Eduardo Aute, poeta profético, cantaba en su emblemática Al alba: Los hijos que no tuvimos se
esconden en las cloacas. Comen las últimas flores, parece que adivinaran que el
día que se avecina viene con hambre atrasada.
-Tío, esto está buenísimo. ¿Qué has dicho que era?
-Pan
con aceite.
-Brutal,
ya me pasarás la receta.
-No
tengo ni idea, lo ha hecho mi madre.
-Tío,
pregúntale si puede hacerse con la thermomix.
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