lunes, 25 de enero de 2021

EL NACIMIENTO DE ABRAHAM Y LA UNIVERSALIDAD DE LOS MITOS

 


Resulta curiosa, y a la vez significativa, la coincidencia en el relato del nacimiento de gran cantidad de dioses y de muchos héroes fundacionales de distintas culturas indoeuropeas de la Antigüedad. La coincidencia estriba en que todos ellos se salvan en su primera edad de una muerte anunciada, por medios a veces milagrosos y siempre complicados. Es el caso entre otros muchos, de Ciro el persa, del troyano Paris, de Alejandro de Macedonia, del griego Zeus o de Rómulo y Remo, los fundadores de Roma, a quienes su madre, Rea Silvia, puso en una canastilla que la corriente del Tíber arrastró hasta el lugar donde fueron amamantados y adoptados por la loba capitolina.

En el ámbito judeo-cristiano tenemos también los conocidos ejemplos de Moisés, y hasta del mismo Jesucristo, que se libró de la matanza de los inocentes decretada por Herodes, gracias al oportuno aviso que recibió José de un ángel mientras dormía.


Acaso menos conocido es el caso de Abraham, héroe fundacional y patriarca del pueblo judío, cuyo nacimiento es mencionado en el Génesis 11,27 de forma lacónica: Teraj engendró a Abram, a Najor y a Harán. Sin embargo, en la tradición de los judíos de Oriente Próximo han perdurado mitos íntimamente relacionados con la mitología indoeuropea a la que me refería más arriba. En concreto dos versiones midrásicas procedentes de una fuente común. La segunda al parecer se cantaba hasta tiempos recientes en ladino por los judíos sefarditas de Salónica. En la obra Los mitos hebreos (Alianza Editorial, Madrid, 1985), sus autores, Robert Graves y Raphael Patai, a quienes seguimos en este comentario, recogen ambas versiones.

La primera relata que cuando nació Abram, su padre Teraj estaba al mando de los ejércitos reales en Ur de Caldea. Los astrólogos del rey Nemrod vieron atravesar el firmamento un cometa enorme que se tragó cuatro estrellas situadas en lugares distantes del cielo. Unos a otros se susurraron: el hijo recién nacido de Teraj será un emperador poderoso. Sus descendientes se multiplicarán y heredarán la Tierra destronando a reyes. Dijeron a Nemrod: paga a Teraj su precio y mata al niño antes de que pueda engendrar hijos que destruyan la posteridad del Rey y la nuestra.


Llamó Nemrod a Teraj y le conminó a que le vendiera su hijo. Respondió Teraj: cualquier cosa que el Rey ordene a su siervo será cumplida. Todo lo mío está en manos del Rey. Concédeme sólo tres días para comunicarme con mi alma y mis parientes y así podremos hacer de buena gana lo que nuestro señor exige airado.

Teraj tomó al hijo de una esclava nacido la misma noche que Abram, se lo entregó al Rey y aceptó el pago en plata y oro. Nemrod aplastó el cráneo del niño y luego olvidó el asunto. Teraj ocultó a Abram con una madre adoptiva en una cueva. Pasaron trece años sin que el niño viera la luz, al cabo de los cuales salió de la cueva Abram convertido ya en hombre y hablando la lengua sagrada de los hebreos, despreciando los bosques de los gentiles, aborreciendo los ídolos y confiando en la fuerza de Yahvé. Fue en busca de Noé y Sem, sus antepasados que todavía vivían, y con ellos estudió la Ley durante otros treinta y nueve años.

Según el segundo relato, más poético, el propio rey Nemrod era versado en astrología, y conoció la amenaza que representaba el hijo de Teraj, aun antes de su nacimiento. Asesorado por sus consejeros, mandó construir una casa enorme en la que todas las embarazadas debían dar a luz. Le aconsejaron: perdona la vida a todas las niñas, viste a sus madres con la púrpura regia y cólmalas de regalos. Pero haz matar a todos los varones tan pronto como nazcan.

En esta versión Teraj no se entera de nada, y es Amitlai, la madre de Abram, la auténtica heroína salvadora. Teraj le vio el vientre hinchado y preguntó: ¿qué te duele, esposa? Contestó: es una dolencia, la qolsani, que tengo todos los años. Teraj, que era desconfiado, le replicó: descúbrete para que pueda ver si estás preñada, pues si es así, debemos obedecer la orden del Rey. Pero el astuto Abram, todavía no nacido, abandonó el vientre ascendiendo hasta el pecho de su madre. Teraj palpó el vientre, y al no encontrar nada, concluyó: ciertamente es la qolsani. No sabemos con certeza qué demonios sería la qolsani, pero intuimos que Teraj habría sido un fracaso como ginecólogo.


Amitlai huyó al desierto y en una cueva junto al Éufrates, le sorprendieron los dolores de parto. Dio a luz a Abram cuyo rostro radiante iluminó la cueva. Allí quedó el niño solo y sin comida, pero el arcángel Gabriel le amamantó con la leche que manaba del dedo meñique de su mano derecha. Semejante superalimento parece que causó en el infante un crecimiento nunca visto. A los diez días de edad salió de la cueva, bajó al río y allí encontró al arcángel y se postró a sus pies al saberle mensajero de Dios. Volvió también su madre, y Abram la envió con un mensaje al rey Nemrod: hay un Dios en el cielo que ve pero no puede ser visto y cuya gloria llena el mundo.

Mandó Nemrod un gran ejército con la orden de apoderarse del niño y matarlo, pero atendiendo a las súplicas de Abram, Dios interpuso una nube de oscuridad entre él y sus enemigos. Estos corrieron aterrados a ver al Rey y exclamaron: más vale que abandonemos Ur. Todos ellos y hasta el mismo Nemrod huyeron a la tierra de Babel.

Y es que esto de los niños prodigiosos es un auténtico filón mitológico, amigos. El profe Bigotini tuvo también una infancia notable. A los quince años leía ya novelas verdes con soltura, y a los ventiocho perseguía a las vicetiples entre bambalinas con un ramo de flores en una mano y una botella de champán en la otra. Dicen que a los treinta y tres logró alcanzar a una de ellas que se había torcido un tobillo.

Como todo equipo africano, Jamaica será un rival difícil. Edinson Cavani, futbolista.


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