sábado, 26 de diciembre de 2020

EVOLUCIÓN PARALELA: PIOJOS Y LADILLAS, AMIGOS PARA SIEMPRE

 


Los piojos y las ladillas poseen nombre propio en todos los idiomas conocidos, algo que no ha conseguido ningún otro animal doméstico o salvaje. Ello se debe a que no en todas las regiones habitadas ha habido siempre perros o vacas, por ejemplo. Sin embargo, estos insectos sin alas, parásitos del orden phthiraptera, si nos han acompañado siempre, aunque no puede decirse que sean una compañía ni mucho menos grata.

Las primeras pruebas históricas que poseemos de tan indeseables inquilinos las aportan las momias del antiguo Egipto, y nos retrotraen a hace nada menos que siete milenios. No obstante, hoy podemos asegurar que su asociación con nuestra especie se remonta a nuestros mismos orígenes e incluso mucho más allá. El piojo humano está estrechamente emparentado con el de los chimpancés, los antropoideos genéticamente más próximos a nosotros, mientras que nuestra familiar ladilla mantiene estrecha semejanza con la de nuestros primos los gorilas. Fijaos en el cuadro donde se reflejan los árboles genealógicos (cladísticos en lenguaje científico) de ambas estirpes. El paralelismo evolutivo es tan obvio que no deja lugar a dudas: estos molestos pasajeros no nos han dejado vivir en paz desde hace millones de años.


De piojos se conocen varios miles de especies, cada una de ellas específica de su respectivo huésped. Los piojos parasitan a animales de sangre caliente: aves y mamíferos. Al parecer sólo se libran de ellos los monotremas (equidnas y ornitorrincos), los murciélagos y los pangolines, posiblemente porque su temperatura corporal es algo más baja. El término médico que define la infestación humana por piojos es el de pediculosis. Es muy común en la edad escolar, y claramente más frecuente en las chicas que en los chicos, sin que parezca existir un motivo para ello. Se han invocado desde causas hormonales hasta la costumbre de llevar los cabellos más largos, sin que exista prueba alguna que justifique la diferencia.


Las infestaciones proliferan más en lugares y circunstancias de hacinamiento, pobreza y falta de higiene: guerras y catástrofes naturales. Sin embargo, en los últimos años, y en los países desarrollados, aceptamos como normales las epidemias periódicas de pediculosis que se producen en guarderías y centros escolares. Si hace unas décadas la infestación por piojos tendía a ocultarse por considerarse socialmente vergonzante, hoy en día ha pasado a constituir un hecho casi habitual en la etapa escolar. Este rebrote posiblemente se debe a la extraordinaria capacidad de adaptación que posee el parásito, y a la creación de resistencias contra detergentes e insecticidas. Hablando medio en serio, medio en broma, con el incremento de la higiene personal no nos hemos librado de los bichos, pero nuestros bichos son mucho más limpios.

En su forma adulta, el piojo común del cuero cabelludo (Pediculus capitis) y de la ropa (Pediculus corporis), mide entre 1,5 y 4 milímetros, tiene forma alargada y color variable entre el blanco y el gris parduzco o rojizo. Al carecer de alas no vuela. Tampoco salta, y se mueve muy lentamente, anclándose a la base del pelo mediante los garfios de sus seis patas. La hembra deposita unos huevos diminutos y nacarados de 0.3 a 0.8 mm., llamados liendres, que quedan fuertemente adheridos al pelo muy cerca del cuero cabelludo, sobre todo en la zona de la nuca y detrás de las orejas. El insecto pasa por varias fases intermedias en forma de ninfa, hasta adquirir su forma adulta en la que es capaz de reproducirse. El ciclo vital del parásito es de unos 30 días, y cada hembra puede depositar hasta 8 liendres por día, con lo que, si no se toman medidas, la infestación crece exponencialmente. Los síntomas son ligeros, a veces imperceptibles, y se limitan a una leve comezón y a irritaciones de la piel cuando el piojo se alimenta de sangre, cuando se mueve o cuando defeca.

Si se utilizan correctamente, dejándolos actuar durante el periodo que señala el fabricante antes de aclarar el cabello, los champús y lociones antiparasitarias son muy eficaces frente a las ninfas y los piojos adultos. Sin embargo las liendres resisten dentro de su cápsula a todos estos productos, y sólo pueden ser eliminadas mediante peines de púas muy juntas, que se conocen como lendreras. Tanto las formas adultas como las ninfas y las liendres son incapaces de sobrevivir fuera del hospedador. De manera que la aplicación correcta de un buen producto antiparasitario, seguida del uso paciente y meticuloso de la lendrera, son suficientes para desparasitar a cualquier escolar.



Capítulo aparte merece la otra especie de pasajeros: la ladilla (Pthirus pubis) es algo más pequeña, redonda y achatada que el piojo, y tiene un característico color amarillo lechoso. Por lo demás, el ciclo vital y la reproducción de la ladilla son muy similares a los de aquél. Su infestación se denomina ftiriasis. La ladilla habita de preferencia en la región púbica, aunque también puede localizarse en el vello corporal, en las axilas, y hasta en las cejas y las pestañas, donde resulta difícil y penosa la eliminación de las liendres. Sus desplazamientos son extraordinariamente lentos, no avanzan más de un centímetro por día, y producen tan pocos síntomas que no es raro que la infestación pase desapercibida para el hospedador. A menudo el primer signo y prácticamente el único, es la aparición de unas diminutas manchas puntiformes y rojizas en la ropa interior de color claro, correspondientes a las pequeñas gotas de sangre de las picaduras.



La ftiriasis se considera una enfermedad de transmisión sexual (ETS), porque es ese el principal mecanismo de propagación, si bien en ocasiones se han descrito infestaciones a través de la ropa interior o la ropa de cama, ya que tanto las ladillas adultas como las formas juveniles y las liendres, pueden sobrevivir alrededor de una semana lejos del hospedador. Por eso además de una cuidadosa desparasitación, se recomienda el cambio de sábanas, toallas y ropas que hayan podido estar en contacto con el parásito. El tratamiento debe repetirse a los 7 o 10 días, en previsión de que hubieran quedado algunas liendres sin eliminar, y que en ese periodo habrán emergido de los huevos. Las cremas y lociones más recomendables son las que contienen hexacloruro de benceno o permetrina. Poseen gran eficacia, siempre que se usen correctamente.

Etólogos y evolucionistas nos enseñan que una relación tan prolongada entre dos especies tan dispares, raramente se produce por pura casualidad. Sin llegar al extremo de la completa simbiosis, en que dos organismos se alían para obtener mutuo beneficio, el parásito para sobrevivir durante millones de años a costa de su hospedador, e incluso llegar a evolucionar con él, debe como mínimo resultar inocuo para éste, y si es posible, aportarle siquiera alguna pequeña ventaja que le incline a soportarlo. Recientes investigaciones nos hablan de piojos, pulgas y otros parásitos que podrían conferir a algunas especies de aves y mamíferos inmunidad frente a determinados microorganismos patógenos. No parece que nuestros piojos nos presten ningún servicio. Antes al contrario, todo indica que su presencia favorece algunas infecciones…


¿Por qué entonces los venimos tolerando durante al menos 15 o 20 millones de años, según muestra la evidencia genética? Es posible que encontremos la respuesta observando el comportamiento de los simios. Los piojos favorecen las relaciones sociales entre nuestros parientes, y muy probablemente favorecieron las de nuestros ancestros en épocas pasadas. Las reuniones de despioje mutuo, tanto por parejas como en grupos familiares, refuerzan los lazos afectivos entre gorilas, bonobos, chimpancés, papiones, y un etcétera tan largo como queráis. Y por si el cariño y los arrumacos no fueran suficiente motivo, los piojos (por muy repugnante que nos suene) resultan una especie de golosina que aporta una gratificante aunque mínima cantidad de proteína de origen animal a las dietas vegetarianas. El piojo obtiene comida y vivienda, y el mono obtiene caricias y tiernos cuidados de su madre o de su pareja. ¿Todos contentos? Bueno… puede que quien descubra unos puntitos rojos en su ropa interior, no esté demasiado feliz.

Las chicas buenas van al cielo. Las malas van a todas partes.  Mae West.


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