Algunos se sienten tentados a creer que cambios importantes como los citados u otros por el estilo, habrían tenido unas consecuencias decisivas. Recuerdo haber leído en alguna parte que si los cartagineses hubieran derrotado a los romanos, ahora mismo no hablaríamos idiomas derivados del latín, sino lenguas del tronco semítico. Otros, acaso los más sensatos, opinan que las personas, hasta las más poderosas e influyentes, nada pueden contra las grandes tendencias de la Historia, que avanza inexorable siguiendo los impulsos de los pueblos y los dictados de la economía, el clima responsable de abundancia o de hambrunas, y en general, la imparable rueda de los acontecimientos, que no cesa de girar. Si abrazamos esta opinión, de no haber existido Alejandro, algún otro príncipe macedonio habría emprendido sus conquistas; y la ausencia de Hitler no habría librado al mundo del nazismo y de la guerra. En definitiva, lo que estaba destinado a suceder, habría sucedido igualmente, con independencia del protagonismo de personas concretas. En todo caso, habrían variado ligeramente las fechas de determinados sucesos, pero nunca los resultados finales.
Tengan razón unos, o la tengamos otros, lo cierto es que estas especulaciones y suposiciones no conducen a ninguna parte, y resultan del todo inútiles.
No
obstante, y al hilo de estos supuestos, permitidme una pequeña reflexión acerca
de la diferencia crucial existente
entre las ciencias y las artes. Los
avances en materia de ciencia se sustentan en los descubrimientos científicos.
Partiendo de esta premisa, el juego de imaginar que no hubieran existido
figuras cruciales como Pitágoras, Galileo o Newton, por poner sólo tres
ejemplos de grandes científicos, de ninguna manera habría significado que sus
descubrimientos no se habrían producido. Y ello precisamente porque se trata de
eso, de descubrimientos. Es decir,
se trata de realidades físicas o fenómenos de la naturaleza que están ahí, y
siempre lo estuvieron en espera de que alguien cayera en la cuenta.
En
el caso de Pitágoras, muy probablemente su teorema era ya conocido por las
antiguas civilizaciones persa y egipcia, y en cualquier caso, el que el
cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados
de sus catetos, es un hecho incontrovertible que tarde o temprano habría sido
descubierto y enunciado por otros. Otro tanto podemos decir del sistema
heliocéntrico propugnado por Galileo. Que la Tierra y el resto de los planetas
giran en torno a nuestro sol es una verdad científica que se habría abierto
paso de una forma u otra, aun en ausencia no sólo de Galileo, sino de Kepler,
Copérnico, o cualquiera de los divulgadores del heliocentrismo. Y en lo
relativo a Newton, su ausencia muy probablemente habría retrasado varios
decenios el desarrollo de la física. Es posible incluso que en nuestro siglo
XXI, el hombre no hubiera pisado todavía la luna. Tal vez se habrían retrasado
los avances, pero en definitiva, al tratarse de verdades científicas, se
habrían ido descubriendo, como sin duda surgirán en el futuro las que quedan
por descubrir.
Pensemos
un momento en la tabla periódica de los elementos. Si existen civilizaciones
extraterrestres tan avanzadas o más que la nuestra, sin duda manejarán una
tabla equivalente, porque los ciento y pico elementos de que consta, existen en
el universo, están ahí para ser descubiertos. Al hidrógeno, al helio y a todos
los demás, les habrán puesto otros nombres acordes con su idioma, pero sin duda
ocuparán todos sus casillas correspondientes, porque su lugar en la tabla viene
dado por su peso atómico, y eso es así y debe ser así en Argamasilla
de Alba o en una galaxia muy, muy lejana.
Muy
diferentes, sin embargo, son las cosas en el terreno de las artes. Si en
ciencia hablábamos de descubrimientos, en materia artística el concepto clave
es el de creación. Si Cervantes
hubiera muerto en la batalla de Lepanto, cosa que por cierto estuvo a punto de
suceder, jamás (tiemblo de sólo pensarlo) se habría escrito El Quijote. Lo mismo podría decirse de
cualquier otra creación artística. Quienes tenemos la suerte de vivir en
nuestro tiempo, con acceso a museos, bibliotecas, salas de concierto o
prodigios arquitectónicos, estamos obligados a dar infinitas gracias al destino
por permitir que Mozart, Miguel Ángel, Shakespeare o Brunelleschi,
sobrevivieran a la viruela cuando niños. Al profe Bigotini este agradecido
estímulo espiritual le consuela enormemente de la lacra del maldito reggaetón.
-Manolo,
¿Por qué hay signos cabalísticos dibujados con sangre en el espejo del baño?
-Me
dijiste que usara algo demoniaco para limpiarlo.
-Algo
de amoniaco, Manolo, algo de a-mo-nia-co.