Cuando acaricies a un niño, cuando
pases la mano por la superficie rugosa de la corteza de un árbol, cuando
sientas en la piel el frío metálico del acero, piensa que no existirían todas
estas formas y materias tan diversas si no existieran en el negro firmamento
nocturno aquellas distantes luciérnagas que llamamos estrellas.
Un antiguo proverbio dice: “Se humilde, porque estás hecho de
barro. Se orgulloso, porque estás hecho de estrellas”. Pues bien, nada podría ser más
exacto. Estamos hechos de estrellas, como toda la materia que nos rodea.
Prácticamente ningún elemento más pesado que el hidrógeno y el helio existiría
en el universo en cantidades significativas, si no se hubiera producido a lo largo
de eones en el seno de estrellas moribundas que terminaron explotando y
esparciendo todos sus elementos.
Fijaos en el siguiente cuadro que
recoge las concentraciones relativas de los diferentes tipos de átomos del
universo.
Por cada millón (1.000.000) de
átomos de hidrógeno existentes en el universo, hay:
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160.000 átomos de helio
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700 átomos de oxígeno
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600 átomos de néon
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300 átomos de carbono
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100 átomos de nitrógeno
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30 átomos de silicio
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30 átomos de magnesio
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20 átomos de azufre
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10 átomos de hierro
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5 átomos de argón
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2 átomos de aluminio
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2 átomos de sodio
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2 átomos de calcio
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1 átomo de los demás elementos
restantes juntos
|
El proceso de formación de las
estrellas se inicia con enormes y turbulentas nubes de gas y polvo cósmico
procedente, bien de la explosión primitiva, bien de sucesivas explosiones de
cuerpos celestes. Por la atracción que ejercen sus extraordinarias masas, estas
nubes van concentrándose hasta formar una masa única con una rotación lenta,
que finalmente se contraerá hasta formar una densa bola de gas. En este proceso
la bola va adquiriendo una velocidad de rotación cada vez mayor. Los
patinadores saben bien que si giran apretando cada vez más los brazos contra el
cuerpo, consiguen mayor velocidad. Del mismo modo, las primitivas
protoestrellas consiguen mayor velocidad al contraerse.
Los átomos, atraídos por la fuerza
de la gravedad hacia el centro de la bola, chocan unos con otros produciendo
energía en forma de calor. Con el núcleo al rojo vivo, cuanto más crece la
estrella, más átomos se precipitan hacia su centro, y más se eleva la temperatura. Cuando la masa de la estrella es lo bastante
grande puede alcanzarse un valor crítico en torno a un millón de grados. A
partir de aquí se abre una nueva fuente de energía infinitamente más eficaz que la calorífica. Se trata de una auténtica reacción
nuclear, la fusión de los núcleos de hidrógeno. El proceso continúa hasta que
se alcanza un equilibrio: la energía nuclear que se produce en el interior llega
a compensar la presión generada por la fuerza de gravedad de la masa. La bola
de gas deja entonces de comprimirse. La estrella es ya un cuerpo estable.
Ya veis que hemos asistido al
nacimiento de una estrella sin necesidad de desplazarnos a Hollywood, ni tan
siquiera de movernos de la
silla. El interior de la estrella se convierte en este
momento en una auténtica fábrica de materia. Pero, ¿cómo es posible que lleguen
a formarse toda la enorme variedad de elementos de la tabla periódica? La
respuesta hay que buscarla en la increíble inestabilidad de las partículas
atómicas. Esta inestabilidad es la responsable de que en el ardiente caldo de
las reacciones nucleares se produzca una extraordinaria serie de metamorfosis.
El protón,
que forma el núcleo del átomo de hidrógeno y constituye casi toda su masa, es
también la partícula más estable, siendo su vida
media (el tiempo que transcurre antes de que se transforme) nada menos
que de 1035 segundos,
es decir, 200.000.000.000.000.000 veces la edad actual del universo (5x1017 segundos).
Le sigue en estabilidad el electrón, con una vida
media de 1028 segundos.
El neutrón es la tercera de las partículas más
estables. Su vida media es de 8 minutos.
La cuarta partícula más “estable”
(aquí tengo que poner comillas) es el mesón, cuya vida media es
de 10-6 segundos
(0,000006 segundos). Esto a efectos prácticos, viene a ser lo que tarda en
hacer sonar el claxon el conductor que tenemos detrás, cuando el semáforo se
pone verde.
Y a partir de aquí, las demás
partículas subatómicas son extremadamente inestables y efímeras, por lo que no
debemos extrañarnos de que la materia esté continuamente variando y creándose
en el bullente interior de las luminosas estrellas.
Queda patente pues que la
extraordinaria diversidad de la materia, que por supuesto incluye la materia
orgánica y los seres vivos, nunca hubiera sido posible sin la existencia de los
cuerpos estelares. Pensadlo cuando al contemplar el paso de una estrella fugaz,
pidáis un deseo. El mayor de los deseos ya nos ha sido concedido.
En esta línea argumental, Carsten Bresch escribe: Toda la materia de nuestro planeta,
compuesta casi exclusivamente por átomos superiores, proviene de antiguas
estrellas que explotaron hace ya más de cinco mil millones de años. Esto
significa que –aparte de los átomos de hidrógeno- todos los átomos de los que
se compone nuestro cuerpo se formaron hace ya miles de millones de años en
reacciones nucleares que se dieron en alguna estrella gigantesca del universo,
y que posteriormente han tomado parte en algún sitio en toda una serie de
espectaculares procesos que dieron lugar a la formación de nuestra galaxia.
Cada uno de los átomos superiores que forman parte de nosotros es el producto
de un proceso evolutivo que nos vincula estrechamente a acontecimientos
anteriores ocurridos en el Cosmos. Esta idea debería formar parte de la
definición y comprensión de nuestra naturaleza humana.
Si esto no es panteísmo puro, que vengan los midiclorianos y lo vean, y que La Fuerza nos acompañe a todos. Amen.
La ignorancia es la
noche de la mente. Una noche sin luna ni estrellas. Confucio.
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