Atenea |
El
periodo helenístico fue una época de lucha religiosa entre las tendencias
positivas y las escépticas. Combatían por una parte el Pórtico y el Jardín de
Epicuro, representantes de la tendencia positiva, y por la otra, la Academia, que representaba el
escepticismo.
Era
característico de la época helenística una especie de romanticismo que añoraba
el pasado glorioso de la vieja patria y el apego a los dioses a quienes dedicaban
la poesía y el resto de las artes. También muchos filósofos deseaban servirlos
con vehemencia, y lo hicieron inventando pruebas de su existencia. Se basaron
para ello en dos argumentos: el primero, llamado ex
consensu gentium, es decir, tanta gente no puede equivocarse, hay altares,
luego hay dioses. El segundo argumento o prueba cosmológico-teológica, sostenía que la perfecta organización del
universo y la naturaleza no puede ser sino obra de los designios de los dioses,
una línea argumental que han mantenido y aún insisten en mantener algunos
creyentes hasta tiempos bien recientes.
Epicuro |
Epicuro
sólo admitía la primera prueba, la del consentimiento general, y concedía a los
dioses dos cualidades fundamentales expresadas con los epítetos, dioses inmortales y dioses bienhechores. Sostenía que los dioses habitaban los espacios
cósmicos entre los mundos (metakosmia
intermundia). Si los dioses son dichosos, no pueden ocuparse de los
hombres, porque el cuidado y la felicidad son incompatibles. Por consecuencia,
no hay Providencia divina (pronoia
providentia). Los hombres deben honrar y admirar a los dioses, pero no
pueden en ningún caso esperar castigo ni recompensa alguna. Esto ayuda a
comprender por qué los epicúreos pasaban por ateos a menudo.
El
estoicismo admitía las dos pruebas y se apoyaba particularmente en la segunda.
La Providencia divina se encuentra en el centro mismo de la filosofía religiosa
estoica. Heráclito explicaba que la divinidad era el alma razonable y ardiente
del Universo. Todo proviene de ella, todo está contenido en ella, y todo vuelve
a penetrar en ella mediante la purificación permanente del fuego. Como puede
observarse, los estoicos profesaban una suerte de panteísmo religioso. El
estoicismo defendía la adivinación y algunas otras prácticas que aún en su
tiempo se consideraban ya supersticiosas. Cuando la astrología se consagró como
una ciencia generalmente admitida, a falta de la auténtica ciencia tal como hoy
la concebimos, sus ingeniosos métodos hallaron un terreno abonado entre los
estoicos. La predestinación y la fatalidad se hicieron sitio. Ya en el siglo I,
Posidonio, un estoico romanizado y erudito, relanzó la astrología y otros
medios de adivinación entre las élites cultas del Imperio.
Adversaria
de las dos teorías positivas, epicureísmo y estoicismo, se mostró la Academia, desde que el fogoso Arcesilao
se convirtió en su líder. Apartándose del camino seguido por Platón, no aceptó
su teoría ni la dualidad de los mundos, no reconociendo como real sino el mundo
visible de que dan testimonio nuestros sentidos. Y como la insuficiencia de la
exactitud de nuestros sentidos había sido probada por el mismo Platón, resultó
de ello un escepticismo completo. El escepticismo devoró la fe en los dioses.
Los hombres de la Academia no se
consideraban a sí mismos ateos, puesto que no combatían de ninguna manera las
creencias de quienes se proclamaban creyentes. Se limitaban a refutar las
pruebas de la existencia de los dioses cuando les eran planteadas,
manteniéndose siempre en su escepticismo.
La
corriente académica tuvo muchos adeptos entre los filósofos y eruditos tanto
del helenismo como de la romanidad. Si nombres como el del citado Arcesilao, o
los de Clitómaco y Carneades nos resultan hoy mucho menos familiares que los de
Platón, Aristóteles, Filón o Cicerón, es debido a que el Cristianismo y la
Iglesia ya desde sus primeros siglos, se apoyaron en la autoridad de estos
últimos para desacreditar los argumentos de los primeros, argumentos que
conocemos sólo por referencias, ya que sus obras resultaron convenientemente
desaparecidas durante los siglos oscuros de la tardorromanidad protomedieval.
La sabiduría antigua se filtró en el tamiz de las abadías y los monasterios. El
profe Bigotini, que filtra con los bigotes igual que los flamencos en las
charcas, tiende a mostrarse más bien escéptico en esta materia, si bien en lo
tocante a comidas, bebidas y otros placeres, no desdeña cierto grado de gozoso
epicureísmo.
-¡Qué
bien has jugado Messi!
-Se
confunde señora, yo soy Cristiano.
-Así
me gusta Messi, que creas en Dios.
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