Los
organismos de los animales, y por supuesto los nuestros, funcionan como una
máquina en la que las hormonas del sistema endocrino son los mensajeros
químicos encargados de regular las diferentes funciones, y tanto establecer las
respuestas ante estímulos externos, como influir en nuestros comportamientos.
Por supuesto, también en el sexo.
Machos
y hembras, hombres y mujeres en nuestra especie, mantienen diferentes niveles
hormonales. Las hormonas sexuales masculinas son los andrógenos, y las
femeninas los estrógenos y los progestágenos. Conviene repasar las
funciones de las principales:
Testosterona: Es el principal andrógeno. Podría
decirse que la testosterona es la hormona del deseo. En la fase embrionaria
masculiniza el organismo de los hombres, siendo clave en el desarrollo de los
genitales, función que continúa ejerciendo durante la pubertad, siendo
responsable de la distribución masculina del vello corporal, el cambio de la
voz y el resto de los caracteres sexuales secundarios. La testosterona se segrega
principalmente en los testículos, y algo menos en las glándulas suprarrenales.
Sus efectos anabolizantes contribuyen a generar una mayor masa muscular. Es la
responsable de comportamientos más agresivos y de mantener la libido. La
testosterona se produce también, aunque en mucha menor cantidad, en los ovarios
y las suprarrenales femeninas, influyendo asimismo en el deseo sexual, si bien
en alguna menor medida que en los hombres. La administración de testosterona en
mujeres con inhibición de la libido, provoca distintas respuestas,
probablemente en relación no con la cantidad de testosterona administrada, sino
con la mayor o menor presencia de receptores celulares de testosterona, lo que
podría explicar las distintas respuestas.
Estrógenos: Son lo que podríamos llamar las
hormonas de la feminidad. Se producen en los ovarios ya desde la fase
embrionaria, y son responsables de la feminización del cuerpo durante la
pubertad. También regulan el ciclo menstrual, aumentando sus niveles de forma
extraordinaria entre los días 5 y 14 del ciclo, que corresponden a la
maduración del ovocito o fase folicular. Disminuyen luego tras la ovulación.
Aunque no parecen influir demasiado en el deseo sexual, los estrógenos
contribuyen de forma importante a la lubricación vaginal, el incremento del
riego sanguíneo en los genitales, y condicionan el comportamiento, generando
actitudes más seductoras, y aportando sensación de bienestar. En la menopausia
los niveles de estrógenos disminuyen dramáticamente, produciendo sequedad vaginal,
apatía y desequilibrios emocionales. En los hombres los niveles de estrógenos
son muy bajos, pero permiten la producción de semen y una mayor calcificación
de los huesos. En experimentos de laboratorio con ratones, la inyección de
estrógenos en los machos induce comportamientos femeninos.
Progesterona: Es la hormona de la maternidad, la que
mantiene la gestación. Sus niveles aumentan en la fase lútea, tras la
ovulación, y decaen al final del ciclo si no ha habido embarazo. Se especula si
la progesterona favorece el deseo. La píldora anticonceptiva de consumo más
extendido es una combinación de estrógenos y progestina, un análogo
sintético de la progesterona. Actúa porque la progestina inhibe la liberación
de gonadotropinas, y por lo tanto evita la ovulación. En cierto modo la píldora
“engaña” al organismo, haciéndole creer que existe embarazo. También se
prescribe a mujeres, generalmente jóvenes, para reducir los dolores menstruales
y la cantidad del sangrado. Un efecto controvertido de la progesterona es que
reduce los niveles de testosterona, pudiendo contribuir a disminuir la
respuesta sexual de algunas mujeres.
Las
tres hormonas que acabamos de reseñar, testosterona, estrógenos y progesterona,
provienen químicamente del colesterol, y son las que consideramos
esteroides sexuales propiamente dichos. Hay sin embargo, otras hormonas que
tienen influencia en el comportamiento sexual:
Prolactina: Es la hormona inhibidora del deseo. Se
segrega en la glándula pituitaria situada en el centro del cerebro, y su
principal acción es desencadenar la producción de leche en las glándulas
mamarias, tal como indica la etimología de su nombre. La prolactina se segrega
en grandes cantidades inmediatamente después del orgasmo, influyendo en la
sensación de saciedad del llamado periodo refractario (je t’aime, mais non plus). Experimentalmente se ha comprobado que
en la masturbación se libera menos prolactina que en el coito vaginal, y no hay
duda de que disminuye el deseo de las mujeres durante la gestación y de los
hombres tras la paternidad.
Dopamina: Con diferentes efectos en función del lugar del
cerebro en que actúe, la dopamina es la hormona de la euforia, el placer, la
motivación sexual, y según muchos expertos, de la felicidad. Estimula la
producción de testosterona, y en el preámbulo de un posible encuentro sexual,
se acumula haciéndonos sentir más exaltados, vehementes impetuosos, alegres y
obcecados en avanzar hacia la cópula. La producción de dopamina se estimula con
los juegos y caricias preliminares al sexo. Está también involucrada en
procesos de adicción, y el consumo de alcohol y de determinadas drogas hace que
se dispare su secreción.
Noradrenalina: Se libera en la glándula suprarrenal, y
es la hormona de la excitación corporal, cuando en los momentos previos al
coito se genera la energía física y muscular. Un exceso en la secreción de
noradrenalina puede favorecer la liberación de cortisol, la hormona del
estrés, que desencadenaría la respuesta contraria, inhibiendo el deseo sexual.
Oxitocina: También conocida como la hormona del
amor, la oxitocina incrementa el vínculo afectivo entre madre o padre e hijos,
entre la pareja o incluso entre amigos. Se produce en el hipotálamo y es
transportada hasta la glándula pineal, liberándose desde allí al torrente
sanguíneo en grandes cantidades durante el orgasmo.
Endorfinas: O moléculas del placer. Segregadas
durante el ejercicio físico o durante el orgasmo, son los neurotransmisores más
claramente relacionados con el placer físico y el alivio del dolor.
Serotonina: Es la molécula del estado de ánimo. Sus
niveles bajos se asocian a estados depresivos, pérdida de apetito y de memoria.
Unos niveles adecuados de serotonina favorecen el deseo sexual, pero niveles
exageradamente altos lo pueden inhibir. Un efecto secundario de los fármacos
antidepresivos que actúan aumentando la concentración sináptica de serotonina,
puede ser la pérdida de la libido. Por eso en ciertos casos de eyaculación
precoz pueden usarse antidepresivos para retrasarla.
Bien,
pues estas son las sustancias principalmente implicadas en el deseo sexual.
Ahora bien, sería un error considerar que las hormonas gobiernan nuestro
comportamiento. Si es cierto que la liberación de estas moléculas puede
producir cambios conductuales, no es menos cierto que en muchas ocasiones son
las conductas las que estimulan los cambios químicos, de manera que se trata de
una interacción de ida y vuelta. En última instancia, no somos esclavos de
nuestras hormonas. Hay algo llamado libertad, libre albedrío, que es lo que
realmente condiciona nuestros actos, también y muy especialmente en el terreno
del sexo.
-¿Te
gusta mi nuevo bolso? Es de piel de pene.
-Bueno,
es muy bonito, pero un poco pequeño, ¿no?
-No
lo creas, le das dos lametones y se convierte en maleta.