miércoles, 5 de diciembre de 2018

PROYECTO ISLERO, EL SUEÑO ATÓMICO DE FRANCO


Cuando en 1956, tras la independencia de Marruecos, se creó cierta tensión entre el recién nacido reino magrebí y la España franquista, nació el embrión de aquel casi desconocido Proyecto Islero (por el toro que mató a Manolete), que fue llevado en secreto por sus principales actores. Fueron el propio dictador y el mariscal Carrero Blanco, que ya entonces comenzaba a ser su principal hombre de confianza, quienes encargaron a Guillermo Velarde, brillante ingeniero y oficial del ejército del aire, los trabajos que condujeran nada menos que a obtener la bomba atómica. Si tales trabajos hubieran llegado a término, la España del general se habría convertido en la quinta potencia atómica tras los Estados Unidos, la URSS, Francia y la República Popular China.
La ventaja inicial es que no se partía por completo de cero. Apenas unos meses antes, en 1955, Franco había firmado con USA un acuerdo de cooperación nuclear dentro del programa Átomos para la Paz, que permitiría al régimen inaugurar el Centro de Energía Nuclear Juan Vigón en la Ciudad Universitaria madrileña.


Los trabajos progresaron a buen ritmo. Velarde cuenta en sus memorias que los diferentes equipos participantes no se conocían entre sí, y desconocían también el objetivo final. Con una asombrosa intuición, los ingenieros españoles apostaron por el plutonio enriquecido como materia prima. El plutonio-239, que representa casi el 95% de una bomba atómica de esta base, podía conseguirse en un reactor pequeño con un coste relativamente bajo. Velarde confiaba plenamente en la capacidad de los miembros de su equipo, y confiaba con razón. Además el proyecto se benefició de una providencial e inesperada ayuda del cielo. En 1966 se produjo el célebre accidente de Palomares, en el que una imprudente maniobra de los aviones americanos hizo caer en la costa almeriense varias bombas nucleares. Lo que pudo haber sido una gran tragedia, quedó en un simple susto del que la opinión pública recordaría años después el propagandístico baño de Manuel Fraga. Lo cierto es que antes de que los militares estadounidenses llegaran a la zona, los buceadores españoles consiguieron sacar a la superficie un conjunto de materiales y mecanismos que resultaron esenciales para completar el proyecto.


Velarde estaba seguro entonces de poder concluir el encargo con éxito en muy pocos meses, cuando ese mismo año de 1966 recibió del caudillo la orden expresa de posponer indefinidamente el proyecto. Franco estaba convencido de que antes o después sería imposible mantenerlo en secreto, y literalmente España no estaba en condiciones de soportar otras sanciones económicas. Permitió, eso sí, que las investigaciones siguieran adelante desligadas de las Fuerzas Armadas, y por el momento se comprometió a no firmar ningún acuerdo internacional para prohibir las armas nucleares. Cuando en julio de 1968 medio centenar de países firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear, España no estuvo entre ellos. En la Junta de Energía Nuclear (JEN) se instaló el primer reactor nuclear capaz de producir plutonio enriquecido, y comenzó a producirlo apenas unas semanas más tarde. En la central de Vandellós, de tecnología francesa, se podría obtener plutonio en mayores cantidades. En 1971, por orden expresa del general Díez Alegría, entonces jefe del Alto Estado Mayor, y respaldo decidido del mariscal Carrero Blanco, el hombre fuerte del agonizante régimen franquista, el Proyecto Islero puso en marcha su fase final. La idea de una España nuclear iba tomando forma, y se barajaba la opción del desierto del Sahara, para realizar las primeras pruebas.


Dos años después, en 1973, Carrero Blanco fue elevado por Franco al cargo de presidente del Gobierno, y al final de ese mismo año, el 20-D de 1973, fue elevado de muy distinta manera a los cielos madrileños con vehículo y todo. Todo el mundo recuerda la proximidad del lugar del atentado a la embajada americana, tan fuertemente custodiada. Se ha especulado mucho con la idea, si no de la participación activa, si al menos del consentimiento tácito por parte de la CIA de la actividad de los etarras cavando túneles en el barrio durante meses. Lo que acaso ha pasado más inadvertido es el hecho de que la jornada anterior a la muerte de Carrero, el mariscal mantuvo una larguísima y tensa entrevista con Henry Kissinger, el secretario de Estado norteamericano. En ella la cuestión nuclear se trató extensamente, sin que ambos interlocutores pudieran llegar a ningún acuerdo. Ate cabos quien tenga afición a las conspiraciones.


Tras el vuelo de Carrero y la muerte de Franco el Proyecto siguió aun adelante. Primero con la bendición de Carlos Arias Navarro, se consiguió que el Centro de Investigación Nuclear de Soria estuviera en condiciones de fabricar 140 kilos de plutonio al año, cantidad suficiente para construir veintitrés bombas. Ya en la Transición, y a pesar de las presiones que se produjeron durante la presidencia de Jimmy Carter, Adolfo Suárez siguió patrocinando discretamente el Proyecto. Las presiones internacionales (fundamentalmente americanas) se incrementaron con la amenaza de inspeccionar el reactor de Vandellós 1. El golpe de Estado del 23-F de 1981, terminó de dar la puntilla al revoltoso Islero. Un mes después del golpe el gobierno de Calvo Sotelo aceptó las condiciones de Estados Unidos y sometió sus instalaciones nucleares al control de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Ya en 1987, durante el gobierno de Felipe González, España firmó finalmente el Tratado de No Proliferación, como parte de su integración en la Comunidad Económica Europea. Islero fue enganchado a las mulillas y arrastrado camino del desolladero. Concluyó así la aventura nuclear española. Murió el sueño atómico de Franco. Nuestro profe Bigotini, que no es partidario de enriquecer plutonio y no es capaz de enriquecer ni siquiera su patética cuenta corriente, se consuela enriqueciendo sus guisos con algún concentrado de caldo. Amigos, ¡cuán admirable es la modestia de los grandes hombres!

Nadie puede calcular cuántas idioteces de los políticos se habrán evitado por falta de dinero. Enrique Jardiel Poncela.



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