Todo
indica que los judíos del antiguo reino no interesaron demasiado a
los griegos. Ni la vuelta de la cautividad de Babilonia, ni la paz
que disfrutó el autoproclamado pueblo elegido bajo la égida del
gobernador persa (comienzo de la época del judaísmo y del segundo
Templo) quedaron recogidas en sus crónicas. Sólo tenemos noticia de
aquellos sucesos a través del antiguo testamento. Herodoto, que
visitó toda la Persia, ni siquiera menciona a los judíos. Entraron
por primera vez en contacto con el helenismo, y por añadidura con la
Historia, cuando Alejandro Magno tomó Jerusalén. En la partición
posterior a la muerte del macedonio, Judea cayó bajo el dominio de
los ptolomeos, lo que provocó un gran flujo de judíos hacia
Alejandría, y no sólo de Judea, sino de Egipto, Siria y otros
lugares donde residían desde hacía mucho tiempo, en realidad desde
la diáspora que se produjo como consecuencia de la cautividad en
Babilonia.
Como
habían transcurrido varias generaciones desde entonces, muchos de
los judíos que se instalaron en Alejandría no comprendían ya el
hebreo, de ahí la necesidad de traducir al griego (lengua franca de
la época) las Escrituras. Esta fue desde el siglo III a.C., la
versión llamada de los Setenta que más tarde heredaría el
cristianismo. Los ptolomeos se mostraron tolerantes respecto a los
judíos de Alejandría y de Judea, pero la situación cambió cuando,
por la degeneración de la dinastía, la potencia de Egipto se
debilitó, y sus posesiones en Siria cayeron en manos de los
seléucidas. Siguiendo el ejemplo que habían dado antes los
ptolomeos, los seléucidas rodearon Judea de un estrecho círculo de
colonias griegas, y Antonio IV Epifanio fue tan insensato que intentó
helenizar el mismo Templo de Jerusalén, lo que provocó la inmediata
revuelta de los macabeos. Una vez prendida la llama de la rebelión,
no pudo ser sofocada ni siquiera después de que la gente de Antonio
desistiera de su intento. Al contrario, aquella contaminación de la
pureza a que se habían atrevido los gentiles, desató la ira de los
judíos más exaltados.
En
parte gracias a las disensiones que se produjeron rápidamente en el
reino de los seléucidas, y en parte también gracias a su heroísmo
personal, los macabeos lograron no solo conservar la independencia de
Judea, sino incluso anexionarse Transjordania, Samaria (también de
religión judía, aunque cismática) y Galilea, que era tierra de
gentiles. Judea conoció entonces una efímera grandeza que su pueblo
no recordaba desde los tiempos míticos del gran rey David y de
Salomón. Siguieron sin embargo, sufriendo la influencia de las
ciudades griegas de sus contornos, cuya proximidad creaba corrientes
de protesta contra la ortodoxia estricta reinstaurada por los
macabeos. La heterodoxia se iba extendiendo como un veneno, no sólo
en Galilea y Samaria, sino también en el mismo corazón de Judea, y
tuvo como consecuencia la formación de un poderoso partido de
helenizantes, fenómeno que a su vez, produjo la reacción de los
fariseos. La dinastía de los Herodes (muy especialmente Herodes el
Grande), que reemplazaron en el año 37 a.C. a los macabeos, fueron
primero verdaderos administradores helenísticos, y después
representantes de la autoritas romana en la región.
Tanto
en el final del helenismo como durante el Imperio romano, Judea
constituyó un fuerte bastión de occidente frente al empuje de las
culturas orientales en una zona geográfica que hoy igual que
entonces, tiene una importancia estratégica de primer orden. Resulta
esencial conocer estos antecedentes para entender mejor el fenómeno
de la expansión del cristianismo. Jesús, judío, si, pero galileo y
hasta cierto punto helenizado, censuró muchas veces a los fariseos
que representaban la religión más ultraconservadora y reaccionaria
de su tiempo. Hubo otras sectas judías (saduceos, esenios,
celotes...) y otras corrientes religiosas de origen oriental
(mitraísmo, mazdeismo...). Todas aquellas ideas y otras muchas
fueron importadas a las principales ciudades del Imperio por los
legionarios eméritos que habían servido en lejanas tierras, pero de
entre todas ellas triunfó precisamente el cristianismo, que llegaría
a sustituir a la religión greco-romana, proclamándose religión
oficial. A semejante éxito contribuyeron diversos factores que sería
largo incluso enumerar. No nos cabe duda de que uno de ellos, y no el
menor, fue la helenización y posterior romanización de Judea y de
los judíos.
Hay
que tener cuidado al elegir los enemigos porque acaba uno
pareciéndose a ellos.
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