La
primera escritura fue ideográfica,
es decir, se representaban directamente los objetos de que se
hablaba: la luna, un gato o una espada. La gran dificultad estribaba
en representar verbos o ideas abstractas. Esto se intentaba por medio
de objetos concretos compuestos de las mismas consonantes, como si
por ejemplo en español se dibujaran un sol y un dado
para expresar soldado. Para que la multitud de signos
así generados no llevara a tanta confusión, se emplearon los
llamados determinativos,
signos convencionales que indicaban la categoría a la que se refería
la representación. De ello derivó un sistema muy complicado. Los
jeroglíficos egipcios,
basados en este sistema, llegaron a comprender cerca de tres mil
signos, lo que en la práctica convertía la escritura y la lectura
en un arte al alcance de muy pocos. Los escribas tardaban años en
dominar su oficio, y tanto las personas corrientes como los miembros
de la nobleza debían recurrir a ellos continuamente.
Un
primer gran progreso fue el paso del sistema ideográfico al sistema
acrofónico, en el que
sólo se tomaba del objeto representado el primer sonido de la
palabra que se deseaba expresar. Así, se dibujaba una casa en forma
de tienda (en fenicio, bêth), pero sólo se leía la b;
se dibujaba una cabeza humana (en fenicio resh), y se leía la
r. Con este sistema, el número de signos no estaba aun
limitado. El gérmen de este sistema acrofónico lo encontramos ya en
los propios jeroglíficos, pero conviviendo con el sistema
ideográfico anterior, lo que hace que muchos jeroglíficos resulten
infinitamente más complicados de desentrañar. Y aquí es cuando
entran en escena los fenicios, nuestros admirables inventores del
alfabeto. En efecto, el primer alfabeto fue el fenicio. Los fenicios,
que navegaban continuamente por el Mediterráneo, comerciando con sus
mercancías, necesitaban un sistema tan sencillo que pudiera ser
dominado por los marinos y los comerciantes para anotar sus
transacciones de forma simple. De ellos lo tomaron los griegos, de
quienes lo hemos recibido en occidente.
Este
singularmente práctico sistema alfabético,
evolucionó de forma natural del sistema acrofónico. El número de
signos se redujo al mínimo, uno por cada sonido, y como consecuencia
de una simplificación esquemática de la escritura, toda relación
entre el signo y el objeto que se representaba al principio
desapareció. Por eso es difícil reconocer en el signo B
(en fenicio bêth y en griego bêta) aquella casa en
forma de tienda que se ideó en un principio. También resulta
difícil reconocer en el signo R (en fenicio resh
y en griego rhô) la cabeza humana de los primeros tiempos.
El
alfabeto fenicio, como ocurriría con el resto de los alfabetos
semíticos, no poseía signos especiales para las vocales; pero en
cambio tenía una multitud de signos secundarios para las
aspiraciones. Los griegos utilizaron estos para sus vocales. Ese
desarrollo llegó por ejemplo, a la transformación del signo de
aspiración aguda hache en el de la e larga. Entre los
romanos, que habían adoptado el alfabeto griego antes de esta
transformación, la hache conservó su valor de aspiración
aguda. Los fenicios, como todos los semitas, escribían de derecha a
izquierda. Los griegos, después de algunas vacilaciones, como la
fase intermedia de escritura en surcos de labor
(boustrophêdón), en la cual una línea está escrita
en un sentido y la siguiente en otro, adoptaron finalmente la manera
de escribir propia de los indoeuropeos, de izquierda a derecha.
Resulta mucho más cómodo, porque la mano de ese modo, no da sombra
ni cubre lo que se va escribiendo. Por eso las letras del alfabeto
grecolatino están orientadas hacia la derecha, no hacia la
izquierda.
El
alfabeto fenicio no proporcionó a los griegos sino las letras que
van de la A a la T. Fueron añadiéndose otras según
surgió la necesidad. Al mismo tiempo los griegos abandonaron otras
que no les servían, por ejemplo F = vav y Q =
koppa, que los romanos afortunadamente conservaron. Hasta el
auge de la romanidad no se estableció el alfabeto griego completo
con sus veinticuatro signos de alfa a omega.
El profe Bigotini toma sus notas apresuradas en los puños de
celuloide de sus camisas. En uno de ellos pudimos leer con
dificultad: “recordar que hay que comprar nuevos puños de camisa”.
Bueno, los grandes genios son así, amigos.
-¿Horchata
se escribe con hache?
-Claro,
porque sin la hache se leería horcata.
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