Pío
Baroja, donostiarra de nacimiento y madrileño de
adopción, vino al mundo el día de los santos inocentes de 1872.
Estudió medicina en Madrid, y ejerció durante un breve periodo como
médico rural en su Guipúzcoa natal. Rodeado de artistas en su
círculo familiar, muy pronto se decidió por dedicarse a la
literatura. Comenzó escribiendo artículos para varios diarios de la
capital, y algunas obras teatrales. Pero lo suyo era sin duda la
novela. Publicó la primera de ellas en 1900, y desde entonces no
cesó un solo día en su actividad como narrador, aunque a él le
gustaba decir que estaba más orgulloso de sus lecturas. En efecto,
desde muy joven Baroja fue un ávido lector y un agudo crítico
literario. Se le encuadra en la Generación del 98, y
cultivó la amistad de otros autores de su tiempo, como Valle-Inclán,
Azorín, Ortega, Rubén Darío, Antonio Machado o Ramiro de Maeztu.
El
joven Pío, extremadamente tímido con las mujeres, se convirtió
poco a poco en el típico solterón. Su frustrada vocación política
le llevó a presentarse primero para concejal por Madrid, y luego
para diputado en Cortes en las listas del partido radical republicano
de Lerroux, fracasando en ambos intentos. A pesar de ello, participó
en los debates políticos a través de su vertiente periodística, al
menos hasta la Guerra Civil. Su ideología podría encuadrase en el
liberalismo, sin ocultar su abierta simpatía por los movimientos
anarquistas. Igual que su paisano Miguel de Unamuno, Baroja abominó
del carlismo y del nacionalismo vasco, al que consideraba provinciano
y anacrónico. Sus últimos veinte años de vida coincidieron con los
veinte primeros del franquismo. Durante este periodo se centró
prudentemente en su faceta literaria.
A
pesar de que la mayor parte de su vida discurrió en Madrid, Pío
Baroja mantuvo una íntima unión con sus hermanos y el resto de su
extensa familia, por lo que sus conocimientos sobre el habla, las
costumbres y la idiosincrasia vascongadas, son muy profundos. En
muchas de sus novelas y relatos, Baroja supo dibujar perfectamente
aquellos tipos vascuences tan entrañables y a veces tan
desmesurados, que forman parte de su personalísima manera de
escribir. Asoma en su obra eso que se ha dado en llamar lo
barojiano.
Mozos de aldea, curas trabucaires, toreros frustrados, viajeros,
navegantes y aventureros de toda condición, componen su colorido
mosaico de personajes inolvidables. Pero la cosa no para en el País
Vasco. Hay también un universo barojiano madrileño que discurre en
las tertulias de los cafés, en los ambientes bohemios. Aguadores
asturianos, lecheros cántabros, porteras, soldados que regresaban de
Cuba, se incorporan al imaginario del escritor.
Ese
particular mundo de Baroja se nutre también de aquellos clásicos
juveniles por los que tanto de joven como de viejo, sintió siempre
predilección: Verne, Stevenson, Defoe, Melville, London, Poe... Con
todo ello Baroja construye un sólido edificio literario. Además
están los viajes: París, Dinamarca, Tánger, pero también la
Extremadura profunda, Cestona o Vera de Bidasoa, son otros tantos
ejemplos de su pasión por conocer, por andar los caminos y por
estudiar a los caminantes. Nunca aceptó formar parte de la
Generación del 98, y hasta negó en ocasiones su existencia,
argumentando con razón que sus componentes muy poco o nada tenían
en común. En torno al escritor y al hombre fue creciendo una fama de
supuesta misoginia, que está totalmente injustificada. Por la obra
de Baroja desfilan numerosos personajes femeninos perfectamente
dibujados y a menudo dotados de singular encanto.
Si
hemos de destacar entre su extensa obra algunas de sus novelas, nos
decidiremos por Camino de
perfección (1901),
Zalacaín el aventurero
(1908), El árbol de la
ciencia (1911) o Las
inquietudes de Shanti Andía
(1911). El profesor Bigotini tiene una especial debilidad por
Aventuras, inventos y
mixtificaciones de Silvestre Paradox,
la deliciosa y divertidísima descripción de un espíritu tan libre
como el del propio profe.
Hoy
en Biblioteca Bigotini tenemos el placer de ofreceros la versión
digital de un relato brevísimo: Olaberri
el macabro. Es
apenas un minúsculo esbozo, una pincelada de ese particular mundo
barojiano. Haced
clic en la ilustración inferior,
merece la pena.
Los
solteros deberían pagar más impuestos. No es justo que sean más
felices que los demás. Oscar Wilde.
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