Hamburgo,
ciudad que por sí sola constituye uno de los estados federales de la
Alemania moderna, se alza en el istmo de Jutlandia, abierta al mar
del Norte y al Báltico. Fue precisamente esta privilegiada situación
geográfica la que en la época de la Hansa, hizo de su puerto uno de
los principales enclaves comerciales de las rutas marítimas, hoy
sólo superado en importancia por el de Rotterdam.
Y
es que verdaderamente Hamburgo es una ciudad abierta. Una ciudad
libre en el sentido que se daba a esta expresión en el medievo: el
aire de las ciudades hace libres a sus habitantes. Ciudades
soberanas que no permanecían sujetas al yugo de reyes ni de obispos.
La libertad imprime carácter. Libertatem
quam perpetere maiores digne studeat servare posteritas.
Así reza el lema de su escudo, y en verdad la libertad merece ser
defendida.
Quizá
por eso los ciudadanos de Hamburgo se afanan en preservarla como un
tesoro. El viajero se sorprenderá al encontrar en Hamburgo ese
ambiente cosmopolita que con la única excepción de Berlín, no
podrá hallar en ningún otro lugar de Alemania. En el colorido
barrio hamburgués de Altona, templo abierto de la posmodernidad
europea, conviven gays, lesbianas y otros colectivos alternativos, en
un ambiente presidido por la tolerancia y el espíritu libre del
lesez vivre. Del mismo modo que el Alster y el Bille,
confluyen con el caudaloso Elba en su gran estuario, en Hamburgo
confluyen toda clase de gentes, tipos y personajes a quienes la marea
arrastró hasta allí, en una especie de aluvión europeo y
multicultural. Los amantes de la mesa y los manteles encontrarán en
Hamburgo espléndidos ejemplos de la gastronomía germánica más
clásica, pero junto a las salchichas, los asados y los codillos,
también es posible en Hamburgo darse de bruces con alguno de los
restaurantes italianos más exquisitos, y hasta recrearse con una
cocina vegetariana tan atractiva como la que reproducimos en la foto.
En
Max & consorten, un modesto pero fascinante
establecimiento cercano a la Hauptbahnhof, Bigotini y su alegre grupo
de compañeros de viaje, disfrutaron de una agradable cena a la luz
de las velas y de una inolvidable velada de música, risas y sopas
calientes. La consorten de Max reina en los fogones y detrás
de la barra, además de hablar un castellano fluido. Mención aparte
merecen algunos locales del puerto. Hay marineros tatuados,
simpáticas camareras que se asoman sin una pizca de vértigo al
abierto balcón de sus grandes escotes, y hasta en algunos bares hay
escaparates con cama al estilo del barrio rojo de Amsterdam,
explícita y casi inocente publicidad de servicios más allá de la
hostelería clásica. En un local portuario pretendidamente mejicano,
Bigotini y su grupo fueron obsequiados tras la cena con unas copas de
tequila cortesía de la casa. Parece de lo más natural, salvo por el
hecho de que también recibieron su tequila correspondiente dos
chicas de quince años y un crío de diez. Imagine el lector qué
nivel de permisividad impera en esta hanseática perla portulana.
Locales
de jazz en vivo. Pianistas polidactílicos y cantantes pálidas con
voces de terciopelo. Las noches hamburguesas están hechas de risas,
suspiros y besos. De día las gaviotas interpretan con sus gritos la
banda sonora de la Hamburgo portuaria. Grandes almacenes de ladrillo
rojo tiznados de hollín y salitre. Muelles, dársenas y atarazanas
bullentes de febril actividad. Las nubes recortándose en un cielo
desvaído y preescandinavo, dibujan jirones grises en las puestas de
sol septentrionales. Lentos paseos en barco por el piélago de
canales. La vieja y monumental rathaus recortando su torre
puntiaguda contra el cielo del adormecido atardecer. Una interminable
tarde de domingo y unos labios rojos temblando de cariño tras el
húmedo beso. En su voz amarga había la tristeza doliente y cansada
del acordeón... Adiós Hamburgo alegremente triste y luminosamente
gris. Adiós verano de nostálgicas canciones. Adiós pintas de
cerveza y copas de aguardiente en el manchado mostrador. Si te lo
encuentras marinero, dile que yo muero por él. (¡Chin-pón!).
La
cadena del matrimonio es tan pesada que siempre hacen falta dos para
llevarla, y algunas veces hacen falta tres. Enrique Jardiel Poncela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario